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En Francia, los programas de residuo cero abordan un problema difícil: los hábitos de las personas

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Por Joseph Winters

Andrée Nieuwjaer, una residente de 67 años de Roubaix, Francia, es lo que se podría llamar una compradora frugal. Su nevera está llena de productos que obtuvo gratis. Durante el verano comió duraznos, ciruelas, zanahorias, calabacines, nabos, endivias, y todo tipo de frutas y verduras que los comerciantes locales no querían vender, ya sea por alguna imperfección estética o porque estaban ligeramente pasadas de maduras. 

Lo que Nieuwjaer no podía comer de inmediato lo conservaba: hizo mermelada de higos, dulce de melocotón, o encurtidos. Llegando a las profundidades de su refrigerador, pasando por un frasco de remolachas que había preservado en vinagre, tocó un recipiente de piña picada cuya vida útil había logrado prolongar con jugo de limón: “¡Durará todo el mes!”, exclamó. A solo unos centímetros de distancia, dos barras de pan que una escuela cercana iba a desechar estaban en un plato de vidrio, reconvertidas en budín de pan. Una tercera barra estaba en un frasco en el armario, transformada en migajas de pan que Nieuwjaer planeaba espolvorear en una cazuela de verduras. Con todo lo que había almacenado, tenía suficiente comida para los próximos meses. “Voy a comer gratis todo el invierno”, dijo, sonriendo.

Nieuwjaer forma parte de un movimiento global conocido en francés como zéro déchet, o residuo cero. La idea central es simple: dejar de generar tanta basura y así aprovechar los muchos beneficios sociales, económicos y ambientales entrelazados. Rescatar productos destinados a la basura, por ejemplo, detiene el desperdicio de alimentos que puede liberar fuertes gases de efecto invernadero. Hacer tu propio shampoo, desodorante u otros productos de belleza reduce el uso de botellas de plástico desechables, además tiende a utilizar ingredientes más seguros, lo que significa menos peligro para los peces y otras especies silvestres. 

Pero Nieuwjaer no decidió un día unirse al movimiento; fue atraída hacia él como parte de un experimento de gestión de residuos del Gobierno local. En 2015, Roubaix lanzó una campaña para reducir la basura enseñando a 100 familias, incluida la suya, estrategias para reducir a la mitad su basura. Esfuerzos similares podrían repetirse pronto en toda Francia a medida que las ciudades y regiones se esfuerzan por cumplir (y superar) los ambiciosos objetivos de reducción de residuos del país. En el corazón de sus esfuerzos hay una pregunta fundamental: ¿cómo se puede lograr que los ciudadanos cambien su comportamiento?

Francia es famosa por sus excelentes vinos y quesos. Sin embargo, entre una audiencia más específica, el país también es conocido como líder en residuo cero. Además de ser la tierra de una de las influencers de residuo cero más famosa del mundo, Bea Johnson ―la “sacerdotisa de la vida sin residuos”, según el New York Times―, Francia aprobó algunas de las políticas de reducción de residuos más ambiciosas del mundo. Fue el primer país en prohibir a los supermercados tirar a la basura aquellos alimentos que no se vendieran, y uno de los primeros en consagrar la “responsabilidad ampliada del productor” en la ley, es decir, que los grandes contaminadores son financieramente responsables de los residuos que generan, incluso después de que sus productos sean vendidos.

En 2020 Francia aprobó una ley histórica contra el desperdicio que estableció docenas de objetivos para la prevención de residuos, el reciclaje y la reparabilidad, incluido un objetivo nacional de eliminar los plásticos de un solo uso para 2040. La ley prohibió a las empresas de ropa destruir mercancía no vendida, exigió que todos los edificios públicos instalaran fuentes de agua y propuso etiquetas de “índice de reparabilidad” para ciertos productos electrónicos. En ese momento, la ley fue elogiada como “innovadora” y varias de sus disposiciones fueron aclamadas como las primeras en su tipo.

Según el plan de acción de prevención de residuos de Francia para 2021 a 2027, finalizado en marzo por la administración del presidente Emmanuel Macron, la reducción de residuos producirá una miríada de beneficios adicionales: desde impulsar la biodiversidad y mejorar los sistemas alimentarios, hasta colaborar en la mitigación del cambio climático. 

Una estimación de la organización Global Alliance for Incinerator Alternatives dice que una estrategia integral de residuo cero que incluya una mejor clasificación de materiales, más reciclaje y reducción en la fuente ―esencialmente, producir menos cosas innecesarias― podría reducir las emisiones de gases de efecto invernadero del sector de residuos en un 84 por ciento a nivel mundial.

Sin embargo, lograr todos estos beneficios requerirá más que proclamaciones desde París. Según el Ministerio de Transición Ecológica de Francia, el plan nacional contra el desperdicio está destinado a filtrarse a través de los niveles de Gobierno antes de manifestarse en última instancia a nivel local. El plan nacional requiere que las regiones desarrollen sus propios subplanes y pide a las autoridades de gestión de residuos a pequeña escala que “permitan la implementación” de la agenda de residuos de mayor alcance de Francia.

Sin embargo, la transformación imaginada por los defensores del residuo cero de Francia requiere incluso más acción detallada por parte de boutiques, supermercados y restaurantes. Sigue sacando capas y te encontrarás con personas como Nieuwjaer, a quienes se les debe dar un empujón, incentivar o decirles que cambien su comportamiento para adaptarse a la reducción de residuos, incluso si no todos son tan entusiastas como ella. Como dice el plan de acción de Francia de 2021 a 2027: “Reducir nuestros residuos requiere la participación de todos”, lo que sugiere que se necesitará un cambio cultural integral para lograr los objetivos del Gobierno nacional.

Esta es la tarea que muchas ciudades francesas y autoridades de recolección de residuos están confrontando ahora: cómo cambiar el comportamiento individual de las personas para que se ajuste a la visión de Francia para la reducción de residuos. Algunos de los lugares más ambiciosos se han convertido en incubadoras, especialmente Roubaix, cuyo enfoque voluntario y educativo ha llamado la atención internacional. El año pasado, la Comisión Europea nombró a Roubaix como uno de los 12 mejores lugares de la Unión Europea con el mayor potencial de “circularidad”, un término que se refiere a los sistemas que conservan recursos y minimizan la generación de residuos.

También está la región de Nouvelle-Aquitaine al norte de Burdeos, donde una autoridad regional de gestión de residuos llamada Smicval está experimentando con intervenciones más estructurales como mover contenedores de basura y cobrar a las personas de manera diferente por la recolección de residuos. Pauline Debrabandere, directora de programas de la organización no gubernamental Zero Waste France, calificó a Smicval como uno de los “mayores pioneros” del país.

Los proyectos ilustran la necesidad de cambios de comportamiento complejos que eduquen a las personas y alteren los contextos sociales y ambientales en los que toman sus decisiones. Y traen lecciones para comunidades en todo el mundo que buscan implementar sus programas de reducción de residuos. Debrabandere lo expresó de esta manera: si bien se necesitan reglas e incentivos para “crear las condiciones” para la reducción de residuos, también se necesita comunicar sus beneficios y garantizar una participación generalizada. “Hay que crear conciencia”, dijo.

Cuando Alexandre Garcin ideó Roubaix Zéro Déchet como candidato a concejal en 2014, no fue tanto la sostenibilidad lo que inspiró su visión; fue la limpieza. El problema de la basura en Roubaix estaba en la mente de todos ese año y la gran idea de Garcin era abordarlo mediante la reducción de residuos. En lugar de limpiar más y más basura de las calles de la ciudad, ¿por qué no producir menos basura en primer lugar? Esto fue más fácil decirlo que hacerlo. 

Roubaix es una ciudad pobre, posindustrial, que pertenece a la Métropole de Lille, una red de comunidades organizadas alrededor de la ciudad principal de Lille en el norte de Francia. Esta superestructura coordina la infraestructura que cruza las líneas municipales, como el transporte público y la gestión de residuos. Según Garcin, la métropole no estaba interesada en financiar e implementar sus iniciativas de residuo cero. Para reducir la generación de residuos, Roubaix iba a tener que ser creativa, y pedirles a los residentes que se ofrecieran como voluntarios. 

El Ayuntamiento de Roubaix visto desde el Grand Place. Grist / Joseph Winters

Una vez en el cargo, Garcin envió folletos a los residentes de Roubaix buscando 100 voluntarios para participar en un programa piloto gratuito de un año que les enseñaría cómo vivir sin desperdicios o, al menos, con menos desperdicios de lo habitual. 

Estas familias cero desperdicios recibirían entrenamiento y asistirían a talleres sobre temas como hacer tu propio yogur y limpiar con productos caseros, para reducir a la mitad sus residuos para fin de año. A los voluntarios no se les ofrecieron incentivos financieros directos para participar, solo la promesa de ayudar a resolver el problema de la basura y proteger el medio ambiente. 

Usando una balanza para equipaje, “una parte muy, muy, muy importante” del programa, según Garcin, las familias pesarían periódicamente su basura semanal y la reportaron a la ciudad. Esta balanza obligó a las personas a reconocer el impacto y el peso literal de sus elecciones de consumo, explicó Garcin: “Físicamente, tienes la sensación de lo pesado que es”. 

El programa diseñado por Garcin ejemplificaba lo que los científicos del comportamiento llaman un enfoque “basado en información” para el cambio, que construye comprensión y conciencia a través de instrucciones inequívocas, foros, reuniones, entrenamiento y retroalimentación. 

Philipe Bujold, gerente de ciencias del comportamiento para la organización ambiental internacional Rare, describió esto como una estrategia de “decirles”, en contraste con otras tácticas para inducir el cambio de comportamiento, incluidos los incentivos (“pagarles”) o las reglas y prohibiciones (“detenerlos”). 

Josh Wright, director ejecutivo de la firma consultora de ciencias del comportamiento Ideas42, también elogió a Roubaix Zéro Déchet por crear una identidad en torno a cero desperdicios y asignarles a las familias objetivos cuantitativos de reducción de residuos, estrategias que han demostrado ser efectivas en otros contextos. 

Un anuncio de Roubaix Zéro Déchet: “¡En 2023, conviértete en una familia sin desperdicios! Bueno para tu salud, para el planeta y tu billetera”. Grist / Joseph Winters 

Gran parte de lo que Roubaix les dijo a los residentes que hicieran era bastante sencillo, por ejemplo, “no compres más comida de la que puedas comer”. Pero ese era más o menos el punto. Según Garcin, en realidad “no es tan difícil” reducir a la mitad la producción de residuos de un hogar. 

El compost por sí solo es suficiente para llegar a la mayor parte del camino, ya que los residuos orgánicos representan aproximadamente un tercio de los residuos municipales promedio de una familia francesa por peso. Otro tercio es vidrio y metal, una parte significativa de los cuales p

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