En noviembre de 2019 impartí un seminario acerca de escritura de Guion en Saarbrücken, Alemania, para estudiantes de diferentes nacionalidades que hablaban —y entendían— español, fuera o no su lengua nativa. Recuerdo que en la primera clase les hice visionar un fragmento de La primera carga al machete (Manuel Octavio Gómez, 1969) y a continuación les pregunté qué encontraban de insólito, qué les hacía ruido en la secuencia de marras. Ninguno supo exactamente a qué me refería, así que los dos o tres osados que contestaron se perdieron en generalidades.
«Vamos a ver —les dije—, estamos observando cómo un equipo de filmación entrevista, en imagen y sonido, a maltrechos soldados españoles después de una batalla, y a continuación hace lo mismo con ciudadanos de diferente condición en Bayamo y La Habana, mientras un locutor en off se refiere a que aquello ocurre justo en ese momento al Este del país». Ahora bien, los hechos recogidos sucedían en otro noviembre, en 1868… cuando aún la cámara cinematográfica, para no hablar del cine sonoro y los géneros del nuevo arte, tardarían varias décadas en aparecer. Entonces, lo que veían no era un documental real, sino un falso documental o mockumentary (aunque, propiamente hablando, esta última denominación describe las obras con intención paródica o satírica, lo que no era el caso). El blanco y negro contrastado, que en los últimos minutos deriva hacia la eliminación de los grises, la cámara en mano, la imagen a menudo «sucia», el tono mismo de la narrativa no diferían mucho del empleado en el Noticiero ICAIC Latinoamericano y en general los espacios de noticias en todo el mundo, donde el valo