LA HABANA, Cuba.- El que vio la pelota cubana de los años ochenta sabe que se jugaba a ganar o morir. Que cualquier escenario servía para saltar sin red. Porque había calidad, había espectáculo.
Fue una película vibrante, y el clímax de la década llegó el 19 de enero de 1986 con el inolvidable jonrón de Agustín Marquetti a costa de un envío de Rogelio García. Al Industriales de ese año le sobraba gente establecida, pero también peloteros en plena ascensión. Era un mix que rindió dividendos bajo la égida del venerable Pedro Chávez.
Estaban el propio Marquetti, el estelar Pedro Medina, varios nombres que después entrarían en la leyenda como Lázaro Vargas, Juan Padilla y Javier Méndez, y unas cuantas figuras que hicieron su trabajo a la sombra de aquellos grandes árboles. A ese grupo perteneció Luis Daniel Pérez Palomino, un moreno espirituano que se había sumado a la disciplina azul.
El hombre hizo sus pininos en Series Nacionales con la escuadra de su tierra natal. Pero un buen día (para variar) decidió irse a La Habana, y allí pasó tres años en el llamado equipo insignia y otros tantos con los extintos Metropolitanos.
Quienes lo conocieron recuerdan que en la capital tuvo que tirar de voluntad para sobrevivir en el cuartico modestísimo donde lo alojaron, y le dedican calificativos como “muy buen socio” y “pelotero cumplidor, capaz de sonarle una línea a cualquiera”.
Mucho tiempo después de vivir su aventura en los terrenos nacionales, Luis Daniel ya no reside en Cuba. Tras cumplir un contrato de trabajo en Barcelona, volvió al país para casarse con una española y (otra vez para variar) emigró a la Madre Patria.
Es desde allá que responde el cuestionario para los lectores de CubaNet. Específicamente desde Castellar de la Frontera, un pueblito de Cádiz donde practica la religión yoruba amparado por su condición de babalao. Sin embargo, no ha tirado la pelota en el baúl de los recuerdos, pues cuenta que da clases a unos niños del colegio Tierno Galván.
“Lo hago como hobby”, me asegura, y comienza el repaso a una carrera donde confiesa “haber disfrutado enormemente”.
—¿Cuáles fueron tus principales herramientas para el béisbol?
—Me parece que eran varias. Poseía fuerza, velocidad, me de