MIAMI.- Arturo Sandoval, unos de lo más virtuosos músicos que ha dado la cultura cubana, no ha podido regresar a la Isla en décadas. Incluso estando en el exilio, la dictadura censuró su trabajo y hostigó a su familia. Sin embargo, el artista destaca por transformar los reveses en victorias. Su impronta profesional es innegable.
Con 11 premios Grammys que avalan su experiencia, y más del doble de nominaciones, Sandoval ha recibido honores de alto calibre en Estados Unidos y puede ostentar colaboraciones con grandes de la escena norteamericana.
Desde un sofá de su apartamento en Miami y la cálida cubanía que le caracteriza, el músico conversó con CubaNet sobre momentos duros e inolvidables de su vida, sus mayores logros y el futuro de la dictadura.
¿Cómo y por qué te fuiste de Cuba?
Mucha gente me pregunta, ¿y cuándo saliste? Y mi respuesta siempre ha sido y será la misma: cuando pude. No es nada agradable ni placentero cuando uno siente la necesidad de escaparse del país que le dio la vida y que lo vio nacer. No es nada simpático.
Fueron momentos terribles, momentos de tristeza, de incertidumbre, de muchas cosas, pero nunca dudé de que era un paso absolutamente necesario. Dios me había dado la posibilidad de ser músico y mi futuro, lo que iba a pasar con mi vida en Cuba, no tenía idea de que pudiera tener ningún tipo de éxito.
También mi responsabilidad era con mi familia, con los hijos. Después, gracias a Dios, pude traerlos a casi todos. Vuelvo y repito, no es nada agradable cuando uno tiene que hacer eso, pero nunca me voy a arrepentir.
Yo creo que el país de uno y su lugar es donde uno es admirado, respetado, y donde las cosas marchan bien, y donde tienes absoluta libertad para hacer lo que quieres y cómo lo quieres. Ese es tu lugar. Puede ser en cualquier parte del planeta. Somos terrícolas, somos ciudadanos del mundo.
Hubiese querido que todas estas posibilidades las hubiese tenido donde nací, en la bella isla de Cuba. Desafortunadamente, hace más de 65 años que todas esas posibilidades están truncadas por un sistema oprobioso, una dictadura horrible que no da margen para nada. Siempre he dicho que la vida sin libertad no es vida.
Cuando uno tiene la posibilidad, sobre todo, de haber sufrido vivir bajo un régimen totalitario que te oprime en todos sentidos y descubres qué cosa es la libertad, que no obstaculiza en nada tus esperanzas o lo que quieras hacer con tu vida, la diferencia es abismal. Entonces ahí es que realmente puede comparar una vida y la otra.
Y en ese momento de tomar la decisión de irse, de no regresar a Cuba, ¿cómo fue ese sentimiento de separación familiar? ¿Cuánto duró?
Durísimo. Nosotros pudimos salir porque la dictadura cubana cometió el error de darnos un permiso especial a mi esposa y a nuestro hijo para que vinieran a Europa a pasarse unas vacaciones conmigo durante una gira que yo tenía, una bastante extensa. Empecé con mi propio grupo, cubanos todos, ellos regresaron a Cuba y yo me quedé para hacer otra gira continua con la orquesta de Dizzy Gillespie.
Cuando nos dieron ese permiso para que mi esposa y mi hijo vinieran a pasarse unos días en Europa, ahí vimos los cielos abiertos. Ellos llegaron y al otro día cuando abrieron la embajada norteamericana, ahí estaba yo con Dizzy Gillespie pidiendo asilo político.
Adelanto un poco y te digo que desde la llegada a los Estados Unidos me han pasado cosas de todo tipo, pero cosas muy lindas también. He tenido oportunidades que ni siquiera pude soñar, ni siquiera pude imaginar. Imposible. Desde un principio muchísimas oportunidades se me abrieron y empecé a desarrollar mi carrera de una manera prácticamente vertiginosa.
¿De esas oportunidades, cuáles son las que más te han dado?
Son millones. Yo he participado en grabaciones, por ejemplo, con las más grandes estrellas de la música americana, empezando por Frank Sinatra, Barbra Streisand, Johnny Mathis. La lista es enorme. He hecho 48 discos. En Cuba hice uno en toda mi carrera.
¿Y la carrera de cuántos años en Cuba?
En Cuba, bueno, yo empecé a los 11 y me fui a los 40. Un disco. Y aquí, en los 34 años que llevamos, he hecho 48. De ellos 24 han sido nominados y 11 han ganado Grammy. He ganado Emmy también y tengo la condecoración más importante que ofrece el Gobierno norteamericano a un civil, que es la Medalla Presidencial de la Libertad.
Hay otros tres músicos de jazz que han obtenido esa medalla en toda la historia de Estados Unidos: Duke Ellington, Ella Fitzgerald y Count Basie. Y este guajirito de Artemisa se encuentra en ese grupo de cuatro personajes.
Son incontables, desde que llegué, todas las universidades principales de la Florida que me ofrecieron trabajo. En Cuba nunca me permitieron dar una clase ni me invitaron jamás. Es más, una vez me invitó un muchacho que yo conocía, que era profesor de trompeta en la Escuela Nacional de Arte, donde yo estudié un par de años. Cuando llegué allí, él me invitó a un examen, una competencia de trompetista, supuestamente para un concurso en Europa.
La gente de las oficinas me vio, lo llamaron y le dijeron “¿Y este qué hace aquí?” “No, yo le invité, porque…” “No, no, no, no, esto no está graduado aquí de nada, es más, no, no, no. Dile que se vaya”. Y me sacaron de allí.
Eso fue mi experiencia en Cuba. Aquí, desde que llegué, las principales universidades me ofrecieron full time, o sea, la posición más alta dentro del rango de la docencia. Hay profesor asistente, profesor y hay full time profesor. A mí me ofrecieron todo eso. Y estuve 20 años enseñando en la Universidad Internacional de la Florida, hasta que me retiré.
¿Y a qué achaca eso de que en Cuba siempre hayan sido, a pesar de su talento demostrado, recelosos con su magisterio?
Yo estoy más que convencido de que en Cuba cualquier persona que se destaque en cualquier rama, en cualquier profesión, o que tenga dos dedos de frente para pensar un poquito, no es de la predilección de la dictadura.
Ellos prefieren a las personas que sean fácilmente controlables y que puedan dominar, y que no tengan un criterio que pueda ser escuchado por varias gentes o por multitudes. Y yo posiblemente me encuentre en uno de esos, porque cuando empezamos a viajar con Irakere la prensa especializada en Estados Unidos y en Europa hablaba cosas muy bonitas y empezamos a destacarnos un poco. Ya cuando empiezas a destacarte y no piensas exactamente como ellos, de entrada te conviertes en un enemigo de la dictadura.
¿Considera que no tenían el control de tus opiniones?
Claro, es que nunca lo tuvieron, te lo juro sinceramente. De muchacho, cuando tenía creo que 19 o 20 años, tuve mi primera salida al exterior. Y te cuento algo que para mí fue impactante y nunca lo voy a olvidar. Fuimos a un festival que se llamaba el Festival Mundial de la Juventud, en Berlín Democrático, que era el Berlín Comunista.
Un buen día un señor que era traductor de nosotros, simpatizaba conmigo y era fanático de la música, me invitó a un lugar que está en el centro de una plaza muy famosa en esa ciudad de Berlín del Este, que se llama Alexanderplatz, la Plaza Alexander. Allí hay una torre enorme, muy alta, y tiene encima como una bola que es un restaurante. Tú te sientas y en 60 minutos da la vuelta completa y puedes ver todo alrededor.
Este señor me llevó y me dijo: “quiero invitarte ahí para que veas una cosa”. Nunca se me va a olvidar. Cuando dimos la vuelta empezamos a ver al otro Berlín, el Berlín del Oeste. Era una cosa tan chocante, tan violenta, que eso me sacudió completo porque de un lado era todo gris, oscuro, pobreza, las calles medio rotas (…) Y al otro lado estaba Alemania Federal.
Esa ciudad de Berlín del Oeste sigue siendo una de mis favoritas, aquello era donde se veía un esplendor extraordinario, los adelantos, los edificios, todo. ¡Ni que hablar