El 17 de marzo en varios lugares de Cuba volvieron a estallar protestas. Las manifestaciones iniciales ocurrieron en Santiago de Cuba, la misma ciudad en la que en 1953 se realizara la primera gran acción armada de la Revolución Cubana, y que desde entonces se ha asociado a una identidad política de apoyo cuasi incondicional al proceso revolucionario y al nuevo Estado creado a partir de este.
En aquel Santiago, donde la mayoría de la población vivía en esa pobreza —que fue el principal alimento de la rebeldía popular transformada luego en fervor revolucionario— la vida cambió de forma radicalmente positiva a partir de 1959. Por tanto, era comprensible tal apoyo en un territorio bien alejado de la vitrina batistiana que el exilio, y una parte nada despreciable de los cubanos en la Isla, aún recuerda como «La Maravillosa Habana de los años 50», rodeada grandes «construcciones capitalistas», hoteles, casinos y coca cola.
En el Santiago de hoy, la cada vez más exigua canasta familiar normada —de la que dependen muchas familias pobres para mal alimentarse— tenía meses de atraso en varios productos esenciales y los apagones superaban las 12 horas diarias. Por tanto, era también de esperar que fuera ahí, o en un lugar con condiciones similares, donde el descontento popular se hiciera eco.
En la capital habanera, donde los cortes de electricidad apenas llegan las 10 horas semanales y empresas capitalistas vuelven a construir rascacielos para turistas, cubanos emigrados o dueños de mipymes exitosas que puedan pagar cientos de dólares por una noche en sus habitaciones, de manera general, reinó la tranquilidad.
A diferencia de como ocurrió en varios sitios durante el 11 de julio de 2021, hasta donde es posible ver en los vídeos que circulan en las redes sociales, en el pasado 17 de marzo los participantes evitaron atacar edificios, funcionarios o agentes del orden. Las protestas también tuvieron un alcance mucho más limitado; no obstante, las causas principales son muy parecidas.
Las causas
Desde 2021 el panorama general del país no ha sido mejor. Se mantiene un deterioro sostenido de las condiciones de vida del llamado «pueblo trabajador» cuyo salario —al menos en las organizaciones del sector presupuestado— se ha visto reducido a casi dos cartones de huevo, obligándolo a depender de las remesas de sus familiares, a delinquir, o a sobrexplotarse en dos y tres empleos, dejando un espacio mínimo para el disfrute personal.
También avanza «y eso nos duele» la privatización informal y desordenada de servicios públicos nombrados «conquistas históricas de la Revolución», como es el caso de la salud, con tiendas virtuales donde están, sin control de calidad y precios, los medicamentos que no aparecen en ninguna farmacia, por solo poner un ejemplo.
Las causas de las causas también siguen intactas.
- El contexto de subdesarrollo que nos tocó vivir en un continente saqueado durante siglos, lo que ha sido también base de otras protestas y estallidos llevados a cabo en democracias liberales, administradas tanto por gobiernos de izquierda como de derecha.
- Medidas económicas opresivas por parte de un gobierno extranjero que tiene el cinismo de afirmar preocupación por el pueblo cubano mientras sanciona bancos por aceptar las transacciones que permiten comprar su comida, persigue barcos petroleros, financia grupos opositores antidemocráticos, y limita el comercio hasta con ese «sector privado» que en algún momento nombraron como «el salvador del comunismo».
- La pésima gestión del gobierno cubano que ha demorado reformas impostergables en la economía, como el establecimiento de un mercado cambiario funcional que permita combatir la especulación, el verdadero despegue de la autonomía empresarial, y un marco regulatorio para las empresas —estatales y privadas— que estimule el desarrollo de las áreas productivas, más que el rentismo.
Asimismo, desoyendo las recomendaciones de la mayoría de los economistas, los «gurúes» de nuestra administración pública han desbalanceado la estrategia inversionista y descuidado sectores elementales como el agroalimentario y el energético, para apostar por la construcción de hoteles —la gran mayoría mediante contratos a empresas extranjeras— que desde hace varios años nunca han superado el 30% de ocupación. - La duración en el tiempo de estructuras autoritarias y antidemocráticas que prácticamente anulan ejercicios cívicos elementales como la posibilidad de revocar desde la ciudadanía a un funcionario cuando incumple con su deber de servidor público, o fiscalizar y participar —directamente o mediante un representante que responda a sus intereses— en el trazado y gestión de políticas.
- El anquilosamiento del discurso político incapaz de reconocer con sinceridad los problemas estructurales internos, con «cuadros» que justifican con las agresiones externas su ineficiencia y su corrupción, mientras, piden «resistencia» desde mansiones en Miramar, con sus hijos viajando el mundo en Mercedes Benz y vestidos de Chanel.
El orden de prioridad estos factores dependen de la cosmovisión o posición política de cada cual, pero un ejercicio mínimo de honestidad intelectual debería al menos reconocerlos.
Si bien algunas figuras han hecho del extremismo político un modus vivendi, y por tanto resulta ingenuo pedirles que cambien el discurso que sostiene sus privilegios, en muchos de los cubanos este sesgo no constituye un acto de perversidad consciente.
Si bien algunas figuras han hecho del extremismo político un modus vivendi en muchos de los cubanos el sesgo no constituye un acto de perversidad consciente.
Entre quienes niegan el entramado de sanciones violatorias del derecho internacional, condenadas cada año en Naciones Unidas, que configuran el llamado «bloqueo» o «embargo» —la terminología es irrelevante para mí en este caso— hay muchos cubanos que, dentro o fuera de Cuba, las padecen. Ya sea por las vicisitudes que generan o agravan e