El diálogo parecería hoy más urgente que nunca. Las polarizaciones electorales, políticas, sociales, religiosas y cotidianas así lo sugieren. Dialogar, en la más sencilla e instintiva acepción que refiere la conversación entre dos o más personas que exponen sus ideas de forma alternativa, es casi una rareza en algunos espacios públicos y privados.
El diálogo, si bien no es el objetivo final de la política, se constituye en medio que la encamina, cuando por política se entiende la búsqueda del bien común, instrumento para remover las asimetrías de poder, e impulso para desmontar las desigualdades históricamente creadas.
Desde esta perspectiva, la política es sinónimo de diálogo y antónimo de monólogo. Es entendimiento y no descalificación. Es el arte de gobierno colectivo y no el «arte de tener la razón». Ella se afianza en la riqueza del debate y la deliberación (pública y privada) y se instituye en el derecho y condiciones para participar, de manera consciente y organizada, en los destinos de la nación.
El diálogo político tiene más probabilidades de prosperar y cosechar resultados sostenibles si incluye a todas las partes interesadas (sociales, gremiales, clasistas, económicas, técnicas, culturales y políticas).
El diálogo político tiene más probabilidades de prosperar y cosechar resultados sostenibles si incluye a todas las partes interesadas.
Hablar de diálogo político como medio para la construcción y sostenimiento de un orden social inclusivo, implica, al menos, esbozar su relación con la libertad. Hoy vivimos la tensión entre la libertad individual de la modernidad, para hacer lo que me plazca, y la libertad como vinculación pública, para hacer lo que debo; tensión verificable entre la competencia y la cooperación, el individuo y el colectivo, el debate y la deliberación.
Pero, para dialogar y deliberar, y también para debatir democráticamente, se requiere del reconocimiento del otro y la otra como interlocutor válido, con su libertad y con su conciencia.
El diálogo político es el sustento posible de una democracia deliberativa y participativa. Es condición para la producción de conciencia individual, gremial, sectorial, clasista, social. Conciencia que solo emana de la práctica política (pública y privada).
El diálogo político es el sustento posible de una democracia deliberativa y participativa. Es condición para la producción de conciencia individual, gremial, sectorial, clasista, social.
El diálogo político, si bien es un medio para construir ciudadanía, es decir, vínculos democráticos entre el individuo y la colectividad, la comunidad y el conjunto social, al mismo tiempo tendrá límites claros si no proyecta entre sus fines remover las diferencias estructurales, históricas y sostenidas entre la ciudadanía poseedora y la «ciudadanía» desposeída, con accesos desiguales a la política, los derechos y la justicia.
Llegado a este punto, el diálogo político adquiere una dimensión liberadora. Paulo Freire, quién asumió el diálogo como pilar de su propuesta ética, política y pedagógica, comprendió que existir humanamente es «pronunciar» el mundo, es «transformarlo». Para él, la esencia del diálogo es ese encuentro de los seres humanos para pronunciar el mundo; no privilegio de algunas personas, sino derecho de todas.
El diálogo político es el encuentro de los seres humanos para «saber y actuar». Es un generador de pensamie