Pierre Richard y Gene Wilder: ambos comediantes, de cabello rubio rizado, con ojos azules y 1,78 de estatura, interpretando personajes tiernos y vulnerables. Los dos contaron, en algunos de sus trabajos más logrados, con una contrafigura de calibre; además de actuar, los dos dirigieron alguna vez. El primero francés y todavía vivo, el segundo norteamericano y fallecido. Es difícil que a alguien de mi generación (y de algunas más, arriba y abajo) no le suenen sus nombres. Es imposible haber vivido los años setenta y no recordar, por ejemplo, Young Frankenstein y Le grand blond avec une chaussure noire.
En esas décadas que ya para muchos pertenecen al Jurásico, los estrenos en los cines habaneros constituían verdaderos acontecimientos. No era raro hacer cola no para la tanda que comenzaba, sino para la siguiente, o bien entrar comenzada la función y empatar en la otra, o sonarse tres tandas seguidas. Hubo títulos que establecieron récords, como La cámara 36 de Shaolín, Jaws (Tiburón) y King Kong, pero las salas también se llenaban con lo último de Kurosawa o Fellini. Y, desde luego, con las comedias protagonizadas por Pierre Richard: Le grand blond avec une chaussure noire (Yves Robert, 1972), La moutarde me monte au nez (Claude Zidi, 1974), Le retour du grand blond (Yves Robert, 1974), Je suis timide… mais je me soigne (Pierre Richard, 1978), Le coup du parapluie (Gérard Oury, 1980), y las piezas dirigidas por el gran Francis Veber en que Richard comparte protagonismo nada menos que con Gérard Depardieu: La chèvre (1981), Les compères (1983) y Les fugitifs (1986).
Sí, los personajes encarnados por Richard tenían algo en común: eran tipos inhábiles, fáciles de engañar, que provocaban en el espectador un cóctel