LA HABANA, Cuba. – Cada fecha importante en Cuba se ha convertido en un fastidio. Desde el nacimiento de José Martí hasta la Navidad, pasando por San Valentín, el Día de la Mujer, las madres, los padres, los niños… Todas llegan con una carga insoportable de mismidad y pereza, de hastío y resignación, porque nos recuerdan cuán reñida está nuestra realidad con cualquier celebración.
No se trata únicamente de los altos precios, las opciones limitadas o la separación familiar. Son también la hipocresía y el automatismo de una sociedad cada vez más distante del pensamiento del Apóstol, del amor de Dios o del sentido de la justicia, pero que insiste en aparentar lo contrario.
Así como los actos públicos y las loas oficiales no logran acercar a los cubanos a José Martí, ni los arbolitos de Navidad en el rincón más visible de la sala los han vuelto más compasivos y empáticos, tampoco los desbordados homenajes de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) hacen del día 8 de marzo una fecha para la reivindicación de los derechos de la mujer.
Hoy, mientras las capitales de Occidente se estremecen con las exigencias de sus mujeres, el Gobierno arrastra la vergonzante rutina de diplomas, gladiolos y consignas para agasajar a un grupo selecto de cubanas comprometidas con eso que llaman “proceso revolucionario”, y que solo ha servido para empobrecer a la inmensa mayoría de las mujeres en la Isla.
Del otro lado del homenaje oficial, en ese abismo que no visibilizan los medios de comunicación fieles al Partido Comunista, libran sus batallas las opositoras, las presas políticas, las periodistas independientes y todas aquellas mujeres que son blanco de la represión por denunciar sin ambages a la dictadura.
A ellas se han unido, en los últimos tiempos, las ancianas que malviven en soledad y con una pensión de miseria; las madres que, tras haber visto desaparecer primero los culeros desechables y las toallitas húmedas, ahora deben soportar que el