El discurso es la base de la actividad política contemporánea. La construcción de narrativas, la apelación a las emociones en los diferentes sujetos y grupos de personas y, en consecuencia, la explotación de sus sesgos cognitivos, se han vuelto el eje central en la estrategia de comunicación de la práctica totalidad de movimientos políticos en la actualidad.
Ya desde la Grecia clásica la retórica jugó un papel importante en la concepción de la actividad política. Los pensadores sofistas planteaban que antes que encontrar la verdad y seguir un discurso racional, lo fundamental para convencer era la palabra capaz de establecer una verdad conveniente para el orador, aun si sus argumentos seguían un razonamiento incorrecto, o partían de premisas falsas. Estos argumentos convincentes, pero injustificados o racionalmente incorrectos son llamados falacias.
¿Qué es una falacia?
Existen numerosas definiciones de falacia. Una de las primeras la aportó Charles Hamblin en 1970, quien afirmó que se trataba de «un argumento que parece válido, pero no lo es». Los filósofos lógicos Irving M. Copi y Carl Cohen aclaran en su Introducción a la Lógica que las falacias, más que razonamientos incorrectos en sentido general, son tipos concretos de argumentos incorrectos, identificables en cada ocasión, donde ocurre un tipo de error específico.
Una falacia no es, contrario a la concepción popular, una simple mentira. Por el contrario, las conclusiones de un razonamiento falaz pueden ser verdaderas, ya que el problema reside en un fallo en el proceso mismo del razonamiento que queda invalidado y, por lo tanto, la posibilidad de afirmar el resultado final a través este. No es la conclusión, sino la forma mediante la cual el sujeto ha llegado a ella.
Las falacias, en tanto que son formalizables y responden a violaciones del proceso lógico, poseen estructuras y modos de presentación. Es pertinente aclarar que, si bien el uso en política de argumentos falaces es muchas veces intencionado, es posible incurrir en falacias de forma inconsciente, por fallos en el pensamiento lógico motivados por el desconocimiento, los sesgos y las emociones de los sujetos. En ese sentido, una falacia no es siempre un intento malintencionado de convencer al otro, pues también se vuelve una forma mediante la cual el individuo puede convencerse a sí mismo, y de esa forma reafirmar o proteger sus ideas preconcebidas.
Copi y Cohen, para su estudio y recopilación, dividen las falacias en formales e informales, en función de si el error está en la forma del razonamiento o en el contenido de este. Estas divisiones a su vez poseen subdivisiones en función al tipo de error de razonamiento cometido.
Las falacias en el discurso político cubano
Por su utilidad para la persuasión y la propaganda, las falacias son comunes en contextos políticos donde priman las emociones, con especial énfasis en entornos extremistas, tanto en su promoción como en su mantenimiento y formación. En el escenario político cubano, caracterizado por una notable polarización, el uso de falacias es habitual en el discurso de actores de las más disímiles tendencias, y es por tanto que su conocimiento es fundamental para realizar una lectura crítica de la retórica política cubana, sin importar el emisor.
Para facilitar tal fin, se presentarán a continuación ejemplos de falacias lógicas que son utilizadas regularmente en el discurso extremista y polarizado con ejemplos del contexto cubano. Cabe recalcar que algunas construcciones discursivas pueden contener más de una forma falaz para intentar convencer:
Afirmación del consecuente:
Es una falacia formal consistente en que, si en una situación determinada, una condición A lleva a la conclusión B, se concluye que si se da B, esta implica también A. Dos ejemplos de esta falacia pueden ser: «Todos los anticomunistas se vuelven