Abres los ojos y no tienes idea de qué hora del día es. ¿Amaneció? ¿Está atardeciendo? Solo dura unos segundos esa desubicación tan ajena en la convulsa adultez y tan frecuente en los años de adolescencia, cuando se podía tomar una siesta en cualquier momento y con la mente en paz.
Recuerdas que te acostaste a dormir al niño un ratico por la tarde. Él tiene que hacer reposo, lo indicó el médico, pero no es nada grave. Privilegio saberlo sano. Privilegio cuidarlo.
Y tú te quedaste dormida, durmiéndolo. Te