CDMX, México. – El 26 de septiembre de 2023 un grupo de 70 representantes de mipymes cubanas (micro, pequeñas y medianas empresas) aterrizaron en Florida, Estados Unidos para reunirse con empresarios, políticos y funcionarios estadounidenses. Al frente de ese grupo estuvo un hombre corpulento y canoso, de unos 60 años, que vestía siempre camisas de manga larga o guayaberas. Su nombre es Alfonso Valentín Larrea Barroso y no es la primera vez que acapara reflectores.
Ocho años atrás, cuando la silla presidencial estadounidense la ocupaba Barack Obama, Alfonso fue presentado también como un exitoso empresario privado y una de las voces más activas por pedir confianza en los emprendedores cubanos. Ahora regresa en un rol semejante.
Es lo que podríamos llamar el rostro oficial del sector privado en Cuba. Como administrador único de la mipyme Evexcon, Larrea ha organizado viajes de negocios al extranjero donde participan representantes de otras mipymes que él elige. También, cada semana dirige reuniones de networking para que los empresarios se conozcan entre sí y dialoguen. De igual modo, en las redes de su empresa, promociona las actividades de destacados comerciantes, que si bien no residen en la Isla, hacen negocios con el Estado cubano, como Hugo Cancio o John Felder.
Si los mipymeros cubanos tuviesen un líder oficial, ese papel lo ocuparía Larrea. Y no extraña, pues la razón de ser de su negocio es precisamente esa: promocionar el sector privado cubano. Es por eso que, en artículos, eventos y espacios informales ―donde quiera que se hable de mipymes― el nombre de Alfonso Larrea sale a relucir.
Sin confrontar directamente al régimen, se centra en sostener que, pese a todas las sospechas y críticas, el sector privado cubano es real y no un espejismo construido por el Gobierno. En cada entrevista, insiste en negar que el emergente espacio esté cooptado por la cúpula. Esto sería, ha dicho él, “temores infantiles”, “el cuento del hombre del saco”.
Sin embargo, él mismo tiene una historia de lazos estrechos con la dictadura cubana. Según antiguos miembros de la Seguridad del Estado y un opositor que fue su víctima directa (todos consultados por CubaNet), Larrea trabajaba como agente de la Policía e infiltró la oposición a finales del siglo pasado. Además, un hermano suyo aún ocupa un alto cargo en la Seguridad del Estado.
Dos de estas fuentes confirman que Larrea continuó su vida laboral en cargos comerciales de empresas estatales sin perder el contacto con la Policía política.
Después, cuando dieron luz verde a las primeras cooperativas de servicios en 2013, de inmediato registró Scenius para prestar servicios de contabilidad mayormente a sociedades del Gobierno.
Ahora, con el auge de las mipymes, Larrea regresa y de nuevo cuenta con apoyo de los medios estatales de difusión y se vincula a empresarios privados que viven en el extranjero, pero que tienen relaciones estrechas con el Estado.
Públicamente realiza un cabildeo centrado en defender los intereses de los mipymeros, con un discurso que coincide con el oficial. No cuestiona al régimen por las limitaciones que sigue imponiendo sobre el sector privado, sino que centra la mayoría de sus críticas en las sanciones de Estados Unidos.
Niega, además, cualquier relación de las mipymes con el Estado, a pesar de que algunas son de propiedad estatal o han surgido de empresas que anteriormente lo eran.
El historial de Larrea no contribuye a disipar las dudas que ya de por sí generan los emergentes empresarios privados cubanos, un sector atrapado entre los obstáculos que les plantea el régimen y las críticas de muchos opositores y exiliados.
El agente “David”
Alfonso Larrea, el hombre que hoy se presenta como líder del sector privado cubano, testificó en el juicio contra el disidente Francisco Chaviano, según confirmaron a CubaNet el propio Chaviano y un exagente de la Seguridad del Estado que estuvo presente durante el proceso penal.
Chaviano fue detenido el 7 de mayo de 1994 y acusado de revelar secretos de la Seguridad del Estado y falsificar documentos. El opositor presidía un grupo de derechos humanos no autorizado ―el Consejo de Derechos Civiles de Cuba― y fue condenado por un tribunal militar de La Habana en abril de 1995.
El juicio fue a puerta cerrada y pocas personas pudieron estar presentes. En ese proceso, el régimen presentó una lista de seis agentes de la Policía política que estaban infiltrados en movimientos opositores o en actividades diplomáticas, a los que Chaviano había delatado ante funcionarios de la Sección de Intereses de los EE.UU. en Cuba (SINA)
“Se presentó con su nombre completo y el alias que usaba como miembro de la Policía política y dijo que había sentido temor, y que su vida peligraba porque yo lo delaté”, rememora Chaviano, hoy en el exilio.
Chaviano nunca antes había visto a Larrea, pero un contacto suyo dentro de la Seguridad del Estado le había compartido los datos del agente y revelado que su tarea era infiltrarse en la oposición; y esa misma información la compartió con la SINA.
“De la lista solo Larrea fue llevado a testificar por la Fiscalía, declarando él que operaba como ‘David’”, confirmó a CubaNet el exagente que participó en el juicio.
La defensa de Chaviano respondió que entre varios opositores la actividad de Larrea como agente infiltrado era conocida; que sabían de su relación con el oficial de la Seguridad del Estado Winston Jordan Calzadilla, célebre represor de la disidencia. Y que por tanto Chaviano se había limitado a revelar algo que no estaba tan oculto.
Pero la declaración de Larrea fue determinante para culpar al activista por “revelación de secretos”; y en abril de 1995, Chaviano fue condenado a 15 años de cárcel. Cumplió 13 años y tres meses en prisión. En este tiempo sufrió tortura y malos tratos, según relató.
“Una de las que más recuerdo fue cuando un coronel, el segundo del Combinado del Este, me ordenó arbitrariamente quitarme la ropa en un pasillo frente a los demás presos. Al yo negarme a hacerlo, me dieron una paliza entre varios carceleros y me arrancaron toda la ropa frente a los demás. Desnudo, me arrastraron hasta la celda de castigo, que estaba lejos. Allí, me dieron otra paliza que me desbarataron”, narra Chaviano, quien también responsabiliza a Larrea por el tiempo que estuvo en prisión y las vejaciones a las que fue sometido.
“Según el testimonio de Larrea en el juicio, entre otras misiones, infiltró un grupo de la oposición nombrado Comité de Unidad Nacional, dirigido por José Antonio Fornaris, con vínculos estrechos en el exterior con la Fundación Nacional Cubano Americana”, confirma el exagente, quien pidió anonimato por temor a su seguridad.
Esta fuente y Chaviano coinciden en que Larrea declaró en el juicio que otro de los objetivos de sus misiones era la SINA, a cuya sede asistía con frecuencia para entrar a la biblioteca y participar en talleres y cursos. “En varias ocasiones también sostuvo entrevistas, solicitadas por él con funcionarios de la representación”, dijo en el estrado, según rememora el exagente consultado.
Aunque no es común que el Gobierno cubano exponga la identidad de sus agentes infiltrados en procesos judiciales, el de Larrea no sería un caso aislado. En 2003 Odilia Collazo, una oficial infiltrada, testificó junto a otros siete agentes en los procesos contra 75 disidentes y periodistas. Odilia había sido contactada en 1988 por la Seguridad del Estado para infiltrarse en la oposición como la agente “Tania” y llegó a convertirse en una de “las opositoras” más prestigiosas de esa época.
Otras dos fuentes, que no desean revelar su identidad (una de ellas asegura haber coincidido con Larrea como agente de la Policía política y la otra conoce personalmente a este y su familia), confirmaron a este medio que Larrea no es el único miembro de su familia que ha formado parte del órgano represivo. Su hermano, Lázaro Romualdo Larrea Barroso, dijeron estas fuentes, es teniente coronel de la División de Inteligencia del Ministerio del Interior y graduado del Instituto Superior de Relaciones Internacionales en 1989.
Estos testimonios sobre la actividad de Larrea como agente infiltrado son congruentes con el relato ofrecido por otros opositores que militaron junto a “David” en movimientos disidentes. Antes de que Larrea revelara su verdadera identidad en el juicio contra Chaviano, algunos opositores ya sospechaban que fuese un agente infiltrado.
Larrea, “el opositor”
Entre finales de los años 80 e inicios de la siguiente década, Larrea, entonces, de poco más de 20 años, trabajaba como estibador en un almacén de Nuevo Vedado asociado a una empresa extranjera y al Ministerio de Transporte, según los dos exagentes de Contrainteligencia consultados que lo conocieron. A la par, estudiaba la licenciatura en Derecho en el Curso para Trabajadores.
Fue en esa etapa, relataron las fuentes, cuando Larrea comenzó a acercarse a opositores. Lo hizo a través de su suegro, Humberto Hechevarría, quien tenía entre sus amistades al activista anticastristra Mario Viera. De la mano de Viera, Larrea ingresó al Comité de Unidad Nacional (CUN), un movimiento opositor, que en ese entonces era el grupo de la Isla más cercano a la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA).
Hablamos de la última etapa del siglo pasado, cuando Jorge Mas Canosa, al frente de la FNCA, era uno de los pilares del exilio. Mas Canosa fue uno de los arquitectos del denominado lobby cubano; y su postura y determinación de acabar con el comunismo en la Isla e influyeron en la política de Estados Unidos hacia Cuba.
Para la Policía política, infiltrar el CUN y a José Antonio Fornaris, su líder, era, por tanto, una de las vías para afectar la labor de Mas Canosa y la poderosa FNCA.
“Desde que Alfonso llegó al Comité lo vi interesado en aproximarse a mí por mi relación con Mas Canosa. Incluso él visitaba a mi mamá por su cuenta como manera de ganar mi aprecio”, relata Fornaris, exiliado hoy en Costa Rica.
En ese entonces, quien después se presentaría como el agente “David” era un muchacho simpático que caía bien. Le gustaba hacer chistes y de cualquier tema inventaba un comentario ocurrente. No pasaba desapercibido y era agradable, según los opositores que lo conocieron; aunque, aclaran, pronto levantó sospechas, al igual que otros militantes del CUN, como Fausto Adolfo Martí y Héctor Castañeda, quienes también se revelarían como agentes infiltrados.
“Los tres [Martí, Castañeda y Larrea] coincidían en que intentaban influenciar para que cambiáramos los propósitos de nuestra organización. Crearon divisiones y problemas internos”, rememora Fornaris, y agrega que la Seguridad del Estado siempre estaba un paso por delante de sus actividades.
La desconfianza se incrementó cuando Larrea transmitió información sobre un hecho que nunca ocurrió: una supuesta renuncia masiva de militantes de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Al parecer, “su objetivo era que el CUN difundiera esto y quedara en evidencia por mentir”, comenta Fornaris.
Esta es una táctica habitual a la que la Seguridad del Estado recurre para mostrar cómo la oposición no es confiable.
Irse del país, el consejo constante
Las sospechas contra Larrea aumentaron porque era muy insistente en su afán de estimular a otros opositores a que abandonaran el país. Tanto Fornaris como Mario Viera aseguran que Larrea les recalcaba sin cesar que la mejor opción era dejar Cuba. A Viera, la persona que lo presentó en la oposición, llegó a proponerle el siguiente plan:
“Me habló de un grupo de militares que iban a desertar con papeles muy importantes y que se irían en una lancha para Miami. Alfonso [Larrea] supuestamente los iba ayudar robándose un motor del almacén donde trabajaba. Me invitó a sumarme a ellos. La verdad es que entonces pensé que era una ingenuidad de él”.
Viera tenía una causa pendiente por intento de salida ilegal del país. Si lo atrapaban reincidiendo sería enviado a prisión de inmediato. Además, como la propuesta le pareció algo disparatado, declinó el ofrecimiento de Larrea.
“Estuve un año preso en el 91 y cuando salí, Alfonso había ganado renombre dentro de la oposición. No salía de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana. Incluso me llevó con él una vez y pude ver lo cercano que era a algunos funcionarios americanos y cómo lo escuchaban”, recuerda Viera.
Este opositor, exiliado en Estados Unidos actualmente, narra que decidió alejarse de Larrea cuando confirmó que este, a la par de militar en el CUN también lo hacía en la UJC y además no había perdido su trabajo asociado a una empresa extranjera, un puesto especialmente atractivo. “¿A qué opositor que se codea con la Oficina de Intereses le permiten en Cuba trabajar y menos en algo importante?”, reflexiona Viera.
Es común que en la Isla se despida a simples empleados si critican abiertamente al Gobierno y que se impida a los opositores acceder a muchos empleos.
En cuanto a la contratación en empresas extranjeras, esta se hace a través del Estado, que filtra quién recibe el empleo. Un disidente que visitaba la SINA y militaba en el CUN no sería idóneo para ganarse el empleo que tenía Larrea. A menos que no fuera realmente un opositor.
En la Isla, las personas que ayudan o forman parte de la Seguridad del Estado pueden dividirse en tres categorías fundamentales: los agentes propiamente dichos; los colaboradores que actúan por convicción ideológica, también llamados “personas de confianza”; y los colaboradores que lo hacen por algún tipo de interés personal, material, miedo o chantaje.
Los trabajos de mayor relevancia, como penetrar a movimientos opositores, usualmente, son responsabilidad de los primeros, los agentes.
“Un agente es una persona reclutada, con un expediente, con preparación oficial para hacer este tipo de trabajos. Es un oficial encubierto”, explica un extrabajador de Contrainteligencia consultado.
La fuente, que conoce a Larrea, lo describe como “un agente ideológico” que “actuaba por convicción”.
Después del juicio contra Chaviano, los opositores consultados perdieron el rastro del agente “David”. Larrea, según las fuentes entrevistadas, no solo dejó de visitar la sede diplomática estadounidense, también cambió de empleo.
De agente a empresario
Ya con su título de abogado en mano, Larrea pasó por una variedad de ocupaciones, mayormente en ministerios en posiciones de asesor comercial, según detalla su perfil de LinkedIn.
Primero estuvo en la agencia de noticias Prensa Latina, donde permaneció hasta 1998. De ahí aterrizó como especialista comercial en la Zona Franca del Wajay. Luego de unos cinco años, pasó al Ministerio de la Industria Pesquera. Y en 2007 fue nombrado especialista en la Oficina del Programa Martiano, perteneciente al Consejo de Estado, órgano superior cubano. Su último empleo fue en el Ministerio de Cultura.
Esta información, publicada por el propio Larrea, no pudo ser contrastada exhaustivamente con los agentes entrevistados que lo conocieron. Pero estos sí aseguran que se mantuvo en centros de trabajo estatales, sin romper sus vínculos con la Seguridad del Estado.
Esto no es extraño que suceda. Algunos agentes son asignados a instituciones ajenas a los órganos de Seguridad, pero desde sus nuevos puestos siguen colaborando con la Policía política.
La vida pública de Larrea como empresario privado comienza cuando se acerca el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, durante el segundo mandato del presidente Barack Obama, al comienzo de la década pasada.
Un tenue apoyo a la iniciativa privada era la muestra de buena voluntad que la administración de Raúl Castro podía exhibir como señal de apertura. Como ocurre hoy con la presidencia de Joe Biden, el sector privado era la carta que llevaba Cuba a la mesa para convencer a los estadounidenses de que el país estaba realmente cambiando.
Y en efecto, se vieron algunas transformaciones: en las principales ciudades del país se abrieron restaurantes, bares, tiendas de regalo, emprendimientos tecnológicos… Cuba se puso de moda en el exterior y se aliviaron restricciones para el turismo estadounidense, que empezó a llegar.
Esto, en parte, fue posible debido a que el régimen legalizó las primeras formas de empresa privada: las llamadas cooperativas no agropecuarias, que fueron aprobadas a finales de 2012. En estos espacios, personas particulares, los conocidos como cuentapropistas, podían unirse y ofertar servicios conjuntos.
Una de esas cooperativas, probablemente la más conocida, fue Scenius, que se enfocó en prestar servicios de asesoría contable.
En enero de 2015, meses después de que Raúl Castro anunciara en televisión que la “Guerra Fría” había acabado, Scenius cobró vida y no paró de crecer.
Sus servicios incluían realizar estados financieros, registros contables, control de inventarios o asesoría en materia tributaria a empresas.
En todas partes se hablaba de la cooperativa de particulares que estaba siendo exitosa dentro de la limitada y maltrecha economía estatal cubana. La prensa internacional la catalogó como “líder” en este sector y además de la capital se extendieron a Matanzas y Camagüey. Habían logrado lo impensable. Se les elogiaba por lo lejos que habían llegado.
Una iniciativa de tres socios con 300 dólares de capital inicial logró facturar