El trovador español Pedro Pastor Guerra (Madrid, 1994) tiene casi 30 años y casi la mitad de su vida ha desandado por otras tierras con guitarra y canciones a cuestas. Siempre que se marcha, como parte de un ritual que se remonta a su primer viaje, al final de su adolescencia, su madre lo besa y le susurra: “Pedro, cuídate”.
“Y yo le digo: ‘voy bajo tu bendición. / Pero ella de sobra sabe/ que a mí me cuida la canción. / Pero la Lulu ya sabe / que no hay peligro, / a mí me cuida la canción”.
Así lo cuenta y canta en “Vueltas”, más que una canción, una especie de filosofía de vida. Cuando escuché el tema, cuyo estribillo dice: “Siempre dando vueltas / vueltas por el mundo. / Y es tan superficial / que parece profundo”, supe cuál debía ser el título de esta entrevista.
Días atrás fui a verlo a un concierto que brindó en Buenos Aires con su banda, Los Locos Descalzos, porque les fascina tocar descalzos en el escenario. Son ellos Nico Martos (bajo y voz), Álvaro Navarro (guitarra, tres cubano, kalimba y voz) y Alan Denis (batería y percusión). La cita se dio en el centro cultural Konex, uno de los espacios underground más emblemáticos de Latinoamérica.
Rodeado de una multitud de más de mil personas que agotaron en poco tiempo las entradas, estuve contagiado por el arte de quien, con justicia, hoy es considerado uno de los baluartes de la joven canción de autor en España.
Pedro nació en un hogar en el que habitan las musas de la música y la poesía. Su madre, la cantante Lourdes Guerra, y su padre, el cantautor Luis Pastor, les inculcaron por sobre todas las cosas a él y a sus dos hermanos los valores de la libertad.
Y con esa brújula, con apenas 13 años y una guitarra que heredó de su tío, el también cantautor Pedro Guerra, compuso su primera canción y contó a sus padres que quería dedicarse de lleno a la música.
A los 17 años terminó el Instituto, sacó la calculadora y la cuenta le dio que, aunque sería complejo, podría vivir como músico. Decidió emprender una carrera autogestiva a pesar de que le llegaron algunas ofertas por parte de algún sello disquero.
“Fui construyendo mi carrera ladrillo a ladrillo. Poco a poco. Soy dueño de mi obra, de mi tiempo y de mi palabra. Espero que sea así siempre. Ha sido mi premisa vital”, cuenta con orgullo.
Ha realizado más de 700 conciertos. Desde recitales para amigos y familiares en su barrio de Vallecas, en Madrid, saltando por buena parte de la geografía ibérica, hasta caer en bares y teatros de Latinoamérica. Como en Argentina, donde aterrizó por primera vez en 2014 y dio un concierto para solo 14 personas. Una década después, ese público se multiplica por miles.
Su discografía cuenta con los álbumes Aunque esté mal contarlo (2012), La vida plena (2014), Solo los locos viven en la libertad, con Suso Sudón (2016), Solo Luna (2017), Vulnerables (2019) y Vueltas (2021). A mediados de marzo verá la luz un nuevo fonograma: Escorpiano.
Según adelanta, el nuevo trabajo trae “letras mordaces, muy explícitas”. Así es el movido tema “Sapiens”, avance que dio a conocer hace semanas atrás: “Va el homo sapiens, qué poco sapiens el homo sapiens”.
Sus canciones, envueltas en versos libres, algunas décimas y otras en forma de sonetos, giran en torno a las disímiles formas en que él vive y concibe la vida, la libertad, las maneras de amar, lo colectivo, la política, los conflictos y los dramas cotidianos del ser humano.
Al otro día de asistir a su concierto en Buenos Aires, de envolverme de pies a cabeza sus canciones, de bailar, porque un recital de Pedro Pastor es un gran divertimento, conversamos largo y tendido.
Morir y nacer en cada verso
Llevas la esencia del trovador. ¿Te consideras como tal?
Yo soy un trovador, claro que sí; lo que pasa es que hoy día los trovadores hacemos muchos géneros de música distintos y esa, creo, es la riqueza y la abundancia que está teniendo la canción actualmente. Para mí ser trovador tiene que ver con desde dónde y hacia dónde se hacen las canciones, más que con las canciones en sí. Eso, en Cuba, se sabe un montón. Allí hay mucha música bailable dentro de la trova porque el son es transversal a la música cubana y atraviesa todos los géneros.
Por ejemplo, Leonardo García, de Santa Clara, uno de mis trovadores preferidos, que admiro, tiene la canción de los extranjeros (“Abajo la xenofobia”), que tiene un sonido muy delicioso. También Silvio, Pablo… todos tienen sones.
El último disco que hizo Pablo es de versiones de algunas de sus canciones en salsa.
Me lo regalaron en vinilo los chicos de la banda por mi cumpleaños. ¡Es muy bueno!
Repasando tu discografía, es notable tu interés por hacer de tus canciones un lugar para la reflexión y, a la vez, por que sean bailables. ¿Cómo compagina eso con el imaginario de la figura del cantautor sentado en una silla con su guitarra?
Ahora mismo musicalmente me interesa profundizar como creador en una música divertida y amena, con mucho contenido social, reflexivo, filosófico, amoroso y político. Es decir, poder asociar el ritmo, el baile y el contenido de la letra, en vez de disociar esos mundos que han sido durante mucho tiempo antagónicos. Y no tienen porqué serlo.
Me interesa en un concierto generar y mover esa energía porque es muy revolucionario. La gente, a través de la alegría, es cuanto más fuerte es para poder pelear por lo que es suyo, por sus intereses. Los que sean individuales y colectivos.
Ya nos hemos aburrido mucho entre nosotros de la izquierda. Tenemos infumables horas y horas comiéndonos las orejas unos a otros. Ya lo hemos vivido y no funciona. Creo que tenemos que transgredir y pensar en que, si queremos sembrar ideas revolucionarias y transformar nuestros entornos y contextos, hay que buscar otras herramientas. Porque el mundo evoluciona sin parar. El mundo cambia de una a otra por completo.
¿Por ello no eludes hablar de ningún tema en tus c