LA HABANA, Cuba.- Hace varios días se fue mi sobrino, con su hija y su esposa, para Estados Unidos. Más que sobrino, era también como si fuera mi amigo. O mi hijo. A pesar de eso, o precisamente por eso, no me despedí de él. Preferí no estar presente en el momento de la partida. Me entristecen mucho las despedidas. Ya no puedo con una más. Han sido demasiadas las despedidas. Y cada vez son más. De familiares, amigos, vecinos. Y no quiero ni pensar cuando llegue la hora de despedirme de mis dos hijos y mis dos nietos, que debe estar próxima, porque desde febrero de 2023 están esperando para irse por un parole humanitario.
Que no intenten consolarme. Sé lo que me van a decir. Que no me ponga dramático, que hay miles de cubanos en la misma situación que yo, que hay poquísimas familias cubanas que no estén desgarradas por la emigración y el exilio; que no sea egoísta, que es por el bien de ellos, que “esto no es vida y ya no hay quien lo soporte”; que “allá” van a estar mejor, y que ya no es como antes, cuando te ponían aquel ominoso cuño del MININT de “salida definitiva” y todo lo que eso implicaba, etc…OK, sé todo eso. Como también sé que no son muchas las tragedias que superan la de verse obligado a dejar atrás su tierra, las personas que uno quiere, la casa donde creciste, amaste por primera vez, nacieron tus hijos y murieron tus padres; las cosas que tanto esfuerzo te logró conseguir y que tuviste que vender en una miseria o regalar; tus hábitos y costumbres, los paisajes de lo que fue tu vida hast