SANTA CLARA, Cuba. – Mientras la ciudad descansa, en las noches más frías de este principio de año, más de una decena de jóvenes católicos peinan las arterias del centro de Santa Clara para entregar alimentos a las personas que viven en las calles o a otros cualesquiera que se tropiecen en su camino y necesiten comida.
En los últimos tiempos se ha incrementado el número de ancianos que se refugian en portales y parques en horario nocturno: suelen dormir en el piso junto a sus escasas pertenencias, se cubren con cartones y mantas desgastadas, que apenas los abrigan, y muchas veces ni siquiera han probado un bocado de comida desde la mañana.
El proyecto “Tuve hambre” surgió hace alrededor de un año por iniciativa de un grupo de pastores, catequistas, animadores y cooperadores salesianos de la parroquia Nuestra Señora del Carmen. Inicialmente agrupó a una veintena de jóvenes; ahora suman más de 30 los voluntarios de otros municipios y provincias dispuestos a colaborar en la elaboración, embalaje y entrega de alimentos.
El diácono Maykel Gómez Hernández, guía de esta experiencia caritativa, explica que la idea se gestó en Navidad cuando los propios jóvenes tuvieron la inquietud de salir a las calles para ceder parte de su cena a pobres y desamparados. Al principio debieron agenciárselas por su cuenta para sufragar los gastos que implicaba la elaboración de las comidas, hasta que recibieron apoyo monetario para montar una cocina en la misma parroquia.
“Se han sumado jóvenes de Manacas, de La Habana, de Santiago de Cuba… Piden vivir esta experiencia”, cuenta el diácono. “Hay que ver la alegría con la que limpian el arroz o pelan plátanos. Ellos también se alimentan de esa misma comida que entregan, porque el sentido es ese: compartir lo que tienen. Cuando no hemos podido conseguir el arroz, por ejemplo, lo han traído de sus casas”.
“Tuve hambre” prepara más de 60 platos de comida en cada entrega, un número que se ha triplicado desde que comenzaron su labor caritativa. No solo la ceden a las personas que pernoctan en las calles, sino también a otros vulnerables de la ciudad o a viajeros que aguardan en el ferrocarril, muy próximo a la iglesia. “Hace un tiempo se me acercó una señora bien vestida, llorando, que