En 2023, la organización independiente Archivo Cuba publicó un informe sobre las misiones médicas cubanas. El texto resalta la falta de información sobre el lugar de destino con la que viajan los colaboradores. «Por lo general, los trabajadores no son informados de las condiciones de su asignación en el extranjero», acota. A la mayoría, se les cuenta al llegar sobre el lugar, la vivienda, y las características de trabajo o compensación que les fueron asignados.
Durante la pandemia de COVID-19, añade el informe, el país de destino podía decidirse el día antes de la salida. A cientos de profesionales de la Salud los concentraron en la Unidad de Colaboración Médica —una instalación en La Habana— y allí esperaban órdenes para partir (en dependencia de los acuerdos que Cuba obtuviera).
La investigación de Archivo Cuba documenta, además, que los colaboradores cubanos viven y trabajan en condiciones extremadamente duras. A menudo, están sujetos a conflictos políticos, epidemias, huracanes, terremotos y guerras. «Muchos están asignados a zonas remotas, inseguras y muy pobres (algunas carecen de electricidad y agua corriente), incluidos lugares peligrosos y plagados de delincuencia. En ciertos países, carecen de una dieta adecuada, tienen que compartir alojamientos miserables con numerosos compañeros de trabajo o familias locales y no tienen privacidad ni entretenimiento», especifica.
Las condiciones de seguridad, comodidad y acceso a recursos básicos pueden variar de manera sustancial dentro de un mismo país. De ahí la importancia de que los galenos conozcan los detalles antes de ofrecer su consentimiento.
El reglamento disciplinario interno de los colaboradores médicos —que implementó la Resolución 368 de 2020 del Ministerio del Comercio Exterior y la Inversión Extranjera— establece en el artículo 4.1 que el colaborador tiene derecho a «conocer antes de la salida hacia el país en el cual prestará sus servicios el tipo de trabajo que realizará y su duración». Asimismo, reconoce que tiene derecho a «recibir información sobre las características, hábitos y costumbres del país donde prestará sus servicios».
Pero más allá de las obligaciones genéricas de las autoridades cubanas, no hay en la normativa un compromiso gubernamental de informar a los colaboradores sobre los posibles riesgos que enfrentarían en los lugares específicos a los que serán destinados.
Los testimonios de múltiples médicos cubanos que han sufrido violencia directa en sus lugares de destino, así como los galenos muertos en diferentes circunstancias durante misiones en el extranjero, demuestran que los riesgos que asumen los «médicos internacionalistas» —hoy se conoce que muchas veces sin tener conocimiento previo— no son menores.
Lo más grave de la situación es el silencio que mantiene el régimen de La Habana —tanto hacia el público general como hacia los colaboradores— en relación con los riesgos y las razones que motivan el envío de médicos cubanos a lugares de conflicto o de complejas situaciones.
El silencio y la falta de transparencia respecto a las condiciones de trabajo y el salario, así como los controles sobre los colaboradores y su ubicación en lugares de los que no tienen conocimientos claros, demuestra que los médicos internacionalistas son soldados para el Gobierno de la isla. Soldados que muestran su disposición a partir a un destino del que muchas veces solo saben el nombre. Soldados de lo que Fidel Castro denominó «ejército de batas blancas».