En el inicio de Las cuatro estaciones de Eliseo Diego (1994), del realizador argentino Jorge Denti (con Rapi Diego en la dirección de arte y música de José María Vitier), el poeta se presenta y define en su estudio biblioteca. Uno lo aprecia saliendo de su contexto doméstico. Recorre y mira un paisaje rural. Más tarde se inserta en uno suburbano hasta que penetra la ciudad. Prima la correlación entre los entornos exteriores (campo, acera, parque) y más entrañables como la casa, la iglesia…
Las asociaciones entre adentros y afueras en la variedad de encuadres, figuran como intercambios y liberaciones de lo interno y externo del hombre expuesto ante la cámara. De modo muy parecido ocurre en El sol del membrillo (Víctor Erice, 1992), donde se emprende de manera sutil, casi sin que el espectador lo note, un diálogo entre lo casero (la casa, el estudio) y lo externo (entrada o patio y jardín).
Lo legítimo de la realización posibilita un supuesto triunfo del paisaje más visible. El artista intenta reproducir la luz buscada sobre el árbol y en especial sus frutos. No obstante, es su mundo íntimo, afectado con anticipación por cómo mira el hombre, lo que interviene y canaliza la posibilidad de elaboración del cuadro. Estas afinidades localizables en El sol del membrillo, Erice las había abordado con resonancias intensas en su El espíritu de la colmena (1973).
El universo de Diego
En Dueño del tiempo (1989), del director Julián Gómez, otro documental dedicado al autor de En la calzada de Jesús del Monte, no se visualizan los paisajes como en Las cuatro estaciones…; pero es significativa la recurrencia a ubicar al poeta en el portal. Entonces fachada, balcón, puertas y luz natural son elementos notados como carta de presentación de Eliseo Diego.
A propósito, no es caprichoso que en sus Ensayos, Raúl Hernández Novás puntualice:
«Los espacios, en Diego, adquieren materialidad, expresándose a través de la luz o la tiniebla. Asimismo, pueden comunicar sensación de indefensión o de amparo. La función y presencia del espacio, del cual nunca se desligan los objetos ni los seres, comprende desde el individuo inmerso en la penumbra familiar hasta la Isla en su ámbito marino, “rodeada por Dios, en todas partes”. Y este elemento, cobra, en el universo de Diego, tanta importancia como las materias y los objetos. »
El hombre en y por sus circunstancias, donde salir de (y llegar a) casa condiciona lo observado, hace recordar al ángel interpretado por Bruno Ganz en Cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1987). En una escena reveladora, este personaje le dice a otra figura alada (Otto Sander): «Mirar desde arri