Mentiría si dijera que me sorprendió la victoria de la selección cubana de baloncesto sobre Estados Unidos en el partido efectuado hace pocos días en La Habana, correspondiente a las ventanas mundialistas de dicho deporte. Es más, consciente de la línea tremendista del relato posterior al choque, que acaparó portadas y titulares de cuanto medio deportivo existe, casi suena a locura aseverar eso y sobre todo viniendo de un cubano: pero no, para qué nos vamos a engañar, si desde el encuentro de ida en Orlando se veía venir el cataclismo de la que es, en cualquiera de sus versiones, la mejor escuadra del mundo.
Obviamente, el éxito criollo en el Coliseo de la Ciudad Deportiva desprende un mejunje riquísimo de matices. Sin embargo, aunque el análisis obsequia decenas de opciones a los especialistas en la materia, el hecho per se tampoco puede verse de otra forma que no sea así, a rajatabla. El poderoso equipo de Estados Unidos cayó ante un rival de nivel bajo —perdonen la franqueza—, cuyo mayor propósito en este y en los venideros certámenes internacionales radica en encontrar la luz al final del túnel que le permita huir de la mediocridad.
Si se mira desde esa perspectiva, entonces, más que una sorpresa, la sonrisa cubana es una bomba atómica de las que poco se ven en el baloncesto últimamente. No obstante, así va la vida hoy: sucesos inesperados de diversa índole sacuden el mundo cada día para hacerlo menos predecible y aburrido. Y el deporte, que pudiera parecer la cuestión menos importante en medio de tantos embrollos humanos, termina siendo casi siempre radiografía fidedigna de la realidad.
Dicho eso, la forma en que transcurrió el primero de los dos cotejos de la ventana permitió presagiar el desenlace del segundo capítulo en un Coliseo habanero con bríos novedosos. Allí, incluso, otra peculiaridad que dejó boquiabiertos a muchos fue el buen estado del tabloncillo, acorde con las exigencias internacionales, o la presencia de propagandas lumínicas para delimitar la cancha, algo inaudito en Cuba y más en tiempos de carestía y «pocas luces» por las constantes fallas eléctricas.
En territorio norteño, el director técnico guantanamero Osmel Planas apenas tuvo bajo su mando a siete hombres. ¡Siete hombres! Se dice fácil. Ir a Estados Unidos y verse fr