PARÍS, Francia. – Conocí a la antropóloga francovenezolana Elizabeth Burgos en 1996 cuando un grupo de activistas de diferentes nacionalidades fundó la asociación Sin Visa, cuya publicación homónima intentaba denunciar la ya larga dictadura castrista. En alguna que otra ocasión el grupo, encabezado por el periodista argentino Jorge Masetti, se reunió en casa de Laurence Debray, hija de Elizabeth Burgos y de Régis Debray, quien colaboraba entonces con el grupo. Fue en una de las presentaciones de la revista, en la Casa de América Latina de París, donde por primera vez me encontré con quien también había sido, entre 1984 y 1989, la directora de esta institución emblemática de la cultura latinoamericana en la capital francesa.
En 1989 fue nombrada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia directora del Instituto francés de Sevilla, centro desde donde se organizó la presencia cultural francesa en la Exposición Universal de 1992, la festividad de mayor relieve con la que España celebró el quinto centenario de su descubrimiento de América. Luego fue nombrada agregada cultural en la Embajada de Francia en Madrid. En 1996 colaboró con la creación, en esa capital, de la asociación Encuentro de la Cultura Cubana, que dirigió hasta su fallecimiento en mayo de 2002 el escritor cubano Jesús Díaz, a quien Elizabeth Burgos había conocido en La Habana a finales de la década de 1960. De aquella amistad y de las posiciones críticas que ambos adoptaron luego con respecto al castrismo, surgió la colaboración de la antropóloga y analista con la revista, de la que incluso fue, durante varios años, parte de su Consejo de Redacción. De hecho, fue en la casa de Burgos en París, calle de Bourgogne, en donde conocí al fundador de Encuentro hace dos décadas y media. Yo, con 25 años menos que hoy, apenas debutaba en aquel ámbito, lo que no constituyó un impedimento para que Elizabeth me abriera las puertas de su casa como si nos conociéramos de toda una vida.
En esa época, Venezuela cayó en las garras del chavismo. Los vastos y profundos conocimientos del aparato político-militar cubano de Elizabeth Burgos la han convertido en una de las analistas con más bagaje acerca del engranaje del poder cubano y la nefasta influencia de La Habana en la cúspide del gobierno venezolano. A menudo le he oído decir que Venezuela no es otra cosa que un “protectorado” de Cuba. Es necesario disponer del caudal de información de la entrevistada para entender por qué.
Hasta ahora, todos los entrevistados de esta serie han sido cubanos exiliados nacidos antes del 1° de enero de 1959. Dado sus diversos orígenes y trayectorias sus testimonios pueden ser considerados un modesto aporte a desentrañar, como si de arqueología se tratase, lo que fue aquella Cuba y lo que vino inmediatamente después de la llegada del castrismo a la Isla.
Esa nueva fase de la historia cubana que el oficialismo ha llamado “triunfo revolucionario” trajo también una oleada de extranjeros, entusiasmados por los ideales de justicia que proponía aquella gesta, cuanto más que su juventud y contexto geográfico la situaron lejos de las ortodoxias estalinistas que muchos ya habían rechazado. Para tener una visión más amplia de estas cuestiones he decido iniciar un nuevo ciclo de entrevistas en el que expresen sus puntos de vista los visitantes extranjeros que, de una forma u otra, frecuentaron las instancias oficiales cubanas durante las dos primeras décadas de castrismo.
―Naciste en 1941 en Valencia, Venezuela, capital del estado Carabobo que el auge petrolero convirtió en centro industrial del país. ¿Cómo describirías tus dos primeras décadas de vida y qué influencias pudiera haber tenido el modo de vida de entonces en tu propia trayectoria?
―Valencia, a unos 160 kilómetros al oeste de Caracas, en las inmediaciones de la Cordillera de la Costa, era una ciudad refinada de reputación conservadora. Tras la Segunda Guerra Mundial, el gobierno decidió desarrollar una política migratoria pues el auge petrolero le permitió traer mano de obra europea. Llegaron muchos inmigrantes de distintas nacionalidades europeas que aportaron costumbres nuevas a una sociedad que más bien era tradicional. Abrieron restaurantes y cafés que no existían antes, accesibles a la clase media, modificando notablemente las costumbres sociales. Esos europeos, muchos de origen italiano y portugués, aunque también provenientes de Europa del Este, tenían hijos con los que, de repente, nos encontramos compartiendo en las aulas sin que ellos hablaran todavía español. Tuve compañeras de colegio polacas y letonas. Recuerdo que me encantaba ir a sus casas porque me ofrecían platos diferentes que no eran los que solíamos preparar en los hogares venezolanos.
Venezuela comenzó su modernización cuando el dictador Juan Vicente Gómez comenzó a transformar la economía agraria del país en economía petrolera. Esa bonanza económica tuvo su auge mayor a partir de la década de 1950.
En esa época Venezuela se convirtió en un país cosmopolita. Acogimos a aquellos extranjeros con gran cariño; nunca existieron sentimientos de xenofobia de nuestra parte hacia ellos. Luego también llegaron muchos cubanos exiliados del castrismo. Después de Estados Unidos, Venezuela fue el país que más cubanos acogió durante el gobierno de Rómulo Betancourt. En los autobuses podíamos escuchar todos los idiomas. Durante las dictaduras militares, llegó también una ola de inmigrantes proveniente del Cono Sur americano. Imagino lo que deben sentir los venezolanos, tan acogedores con los extranjeros en el pasado, cuando hoy en día obligados a huir la dictadura chavista padecen el rechazo y la xenofobia en muchos de los países a donde emigran.
―¿Se tenían noticias de Cuba y de la guerrilla contra Fulgencio Batista comenzada a mediados de la década de 1950?
―Dos presidentes venezolanos habían vivido exiliados en Cuba. El primero, Rómulo Betancourt, llegó a La Habana en 1949 y permaneció en Cuba hasta el golpe de Estado de 1952 que puso fin al gobierno de Carlos Prío Socarrás. El segundo fue Rómulo Gallegos, quien llega a Cuba expulsado de Venezuela, el 5 de diciembre de 1948. En ese periodo escribe La brizna de paja en el viento, muy interesante novela cuya protagonista es la propia Isla. Es como un tratado de antropología global de todas las facetas del país, sociales, económicas, políticas, incluso la política inmediata, de ahí que la Universidad de La Habana aparezca como una protagonista central. Un hecho curioso que demuestra la intuición del novelista es uno de los personajes protagónicos que hoy podemos fácilmente reconocer: Justo Rigores, un alter ego de Fidel Castro, quien funda (tanto en la novela como en la vida real) una escuela de pistoleros para enseñar a disparar en el seno de la propia Universidad. Gallegos tilda a Rigores-Castro de “aprovechador envalentonado”, alguien que sabía sacar provecho de las revueltas y los descontentos. La novela está dedicada a sus amigos cubanos Raúl Roa y Sara Hernández Catá.
Con la modernidad llega también a Venezuela la televisión y la radio. Vivíamos informados de todo cuanto pasaba en el mundo y debido a la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958, el interés se volcó hacia la lucha que se estaba llevando a cabo en la Sierra Maestra. Radio Continente era la más popular de todas y a través de sus ondas el país pudo escuchar la radionovela cubana El derecho de nacer. No hay que olvidar tampoco que la emisora transmitía directamente los programas de Radio Rebelde. Ver en la televisión, por otra parte, a los jóvenes barbudos cubanos en las pantallas de nuestros televisores, era como tener a Hollywood en vivo en tu propia casa. Todo aquello iba dándole un aura de prestigio a la Revolución Cubana.
A finales de la década de 1950, llegaron a Venezuela muchos exiliados huyendo de Fulgencio Batista, un dictador que para nosotros era similar al de Venezuela, el general Marcos Pérez Jiménez. Yo estudiaba entonces el bachillerato y estaba inmersa en esas luchas estudiantiles contra la dictadura. Con la llegada de la democracia a mi país, llegaron también delegaciones de dirigentes de los partidos y organizaciones de oposición cubanos, y fue así como se celebró y firmó en Venezuela el “Pacto de Caracas” que configuraba el gobierno que asumiría el poder en Cuba tras la caída de Batista, un hecho que demuestra el apoyo que se le daba a la oposición cubana desde el propio gobierno venezolano. De más está decir que veíamos con muy buenos ojos las luchas antibatistianas.
Ya con la democracia instalada en Venezuela, quisimos demostrar nuestra solidaridad con los cubanos: se decretó a nivel nacional una campaña de colecta de fondos para enviarlos a la Sierra llamada “Un bolívar para la Sierra Maestra”. Incluso, el contralmirante Wolfgang Larrazábal, presidente de la Junta de Gobierno que asumió el poder tras la caída de Pérez Jiménez hasta la celebración de las elecciones presidenciales, fue quien autorizó en diciembre de 1958 el envío de un avión que salió del aeropuerto de Maiquetía con siete toneladas de cajas de armas y municiones para la Sierra. En ese avión que aterrizó en un aeropuerto improvisado en las estribaciones de las montañas del Oriente cubano, viajó, entre otros, Manuel Urrutia Lleó, efímero presidente designado por Fidel Castro tras la toma del poder y obligado a renunciar y a exiliarse pocos meses después.
Pero, tal como fue acordado con la Junta Provisional de Gobierno, se celebraron elecciones presidenciales que colocaron a Rómulo Betancourt en el poder, y con la llegada de este al poder los vientos en favor de la Revolución Cubana no soplarían de la misma manera.
―Pero en esa época creo que tenías tus ojos puestos en Europa, que era lo que realmente te interesaba entonces…
―En efecto, Europa siempre había estado en mi imaginario y aspiraciones. En la familia tuvimos a varios exiliados que se instalaron en Europa durante la dictadura de Gómez, como un primo de mi madre que era filósofo, otro violinista y director de orquesta, y otra prima, poeta. De modo que debido a todo eso, sumado al contexto de los muchos europeos que habían llegado al país, Europa se convirtió en una presencia atractiva. Todavía no había surgido el prototipo del venezolano poseído por la pasión del consumo miamense. Yo leía mucha literatura, en particular francesa, y había despertado en mí la curiosidad intelectual y las ganas de visitar Europa, en particular París.
En efecto, estando todavía en el liceo me afilié a las Juventudes Comunistas y ese fue sorpresivamente el paso previo que me permitió viajar a Viena, invitada a participar en el VII Festival de la Juventud y de Estudiantes que organizaba ese año en la capital austríaca la Federación Mundial de la Juventud Democrática, aunque dependía de Moscú. Era el primero que se celebraba fuera de los países del bloque socialista y, por supuesto, estuvo marcado por el acontecimiento de la Revolución Cubana y la naciente democracia venezolana. Asistían al evento más de 18.000 jóvenes provenientes de 112 países del mundo. Sin embargo, no podíamos regresar sin antes haber visitado la cuna de la revolución y fuimos invitados a Moscú. Viniendo de la modernidad venezolana, mi impresión de Rusia fue bastante negativa. Tuve la ventaja de viajar por tren desde Austria, y pude así contemplar la pobreza de los pueblos de la URSS que atravesábamos, además del control policial. Algo que me fascinó, es que recitaban poesía por los altavoces del tren.
Al llegar a Europa occidental me sentí como en mi casa. Cuando venía de vuelta de Moscú para tomar el avión de regreso en el aeropuerto de Roma, el tren paró en Venecia. Fue allí cuando decidí cambiar mi billete a Roma, por uno rumbo a París. Así fue como llegué a la capital francesa y rápidamente me integré a la vida de las chicas que venían a Francia a aprender el francés y trabajaban como niñeras en familias francesas. Ese trabajo, destinado a las estudiantes extranjeras, permitía que te integraras a la familia, pues te ofrecían el alojamiento, la comida y un pequeño sueldo a cambio de horas de presencia y fuera de tus horas de clases. El trabajo consistía en acompañar a personas mayores, u ocuparse de los niños al regreso de sus escuelas, lo que tenía la ventaja de que se aprendía rápidamente el francés. Incluso, me tocó trabajar con la familia norteamericana de un funcionario de la embajada de Estados Unidos. Allí conocí personas muy interesantes, entre otros, el artista-fotógrafo Man Ray y su esposa, que me adoptaron y que solía visitar en su taller. La pareja se percató de mi gusto y conocimiento de la pintura. Conocí y trabé amistad, en particular, con los pintores venezolanos que luego alcanzaron fama: Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez, etc. En aquel entonces, había en la capital francesa un grupo de intelectuales, artistas plásticos, escritores de alto nivel. En realidad, conocí el mundo intelectual y artístico de Venezuela en París.
―Pero antes de llegar a Europa te dio tiempo a ser testigo de la acogida que le dio Caracas a Fidel Castro apenas 26 días después del triunfo revolucionario…
―Fidel Castro llegó a Caracas el 23 de enero de 1959 acompañado por Pedro Miret, Celia Sánchez, Violeta Casals (que era la presentadora de Radio Rebelde en la Sierra), Luis Orlando Rodríguez, Guillermo Cabrera Infante y otras personas de su séquito. Esa visita tuvo mucha repercusión en el país. Miles de venezolanos lo recibieron entusiasmados, incluso el presidente de la Junta de Gobierno, el contralmirante Wolfgang Larrazábal. La acogida fue tan impresionante que el propio Castro reconoció que había superado a la que le brindaron los cubanos al llegar días antes a La Habana. Pronunció tres discursos públicos en los que expuso su pensamiento estratégico y con mucha claridad todo el proyecto político que cumplió a cabalidad durante todo su reinado exportando la revolución hacia todo el continente. Todo le fue de maravillas hasta que, el 26 de enero, poco antes de su regreso a La Habana, se entrevistó con Rómulo Betancourt en su residencia de Baruta, quien ya había sido electo presidente de la República, pero que todavía no había asumido el mando. Castro le pidió dinero y petróleo gratis. Betancourt le dijo que él no disponía del petróleo como si fuera su propiedad y dinero no tenía, pues el gobierno anterior había dejado las arcas vacías.
En ese momento, Betancourt se convirtió en el primer presidente latinoamericano que rechazó abiertamente a Fidel Castro, pues sabía quién era el personaje, ya que durante su exilio cubano había conocido su reputación de estudiante vinculado con el gangsterismo en el seno de la Universidad. Este fue el preámbulo que culminó con la decisión de Betancourt de romper relaciones diplomáticas con La Habana el 11 de noviembre de 1961, consecuencia de los desembarcos de armas que llegaban desde Cuba para armar a las guerrillas que, impulsadas por la Isla, habían comenzado a operar en las montañas de Venezuela, además de los múltiples disturbios e intentos de golpe militar en las bases de Carúpano y Puerto Cabello, que habían ocurrido en el país alentados por influencia de Fidel Castro.
Betancourt respondió a la guerra con la guerra, único presidente civil latinoamericano que lo decidió entonces. Fue la primera guerra que libró el castrismo contra una democracia.
―¿Coincide esto con tu regreso a Venezuela y tu primer encuentro con Régis Debray?
―Regreso de Francia en 1963, casi al final del gobierno de Rómulo Betancourt. La guerrilla alentada por el castrismo había logrado generar una atmósfera de inestabilidad, en particular en Caracas, y en la Universidad que comencé a frecuentar esperando matricularme en Antropología, algo para lo que no me dio tiempo pues los acontecimientos posteriores me llevaron a abandonar el país.
La Universidad se había convertido en un centro de acopio para la guerrilla. La represión se acentuó durante el período electoral. Algo nunca visto iba a suceder, pues Betancourt, en lugar de aferrarse al poder según la tradición latinoamericana, pudiendo haberlo hecho gracias a su popularidad, entregó el mando a su sucesor como lo había prometido. Entonces, la guerrilla y los comunistas llamaron al pueblo a la abstención creyendo que serían escuchados por la población. Pero el pueblo no escuchó, y votó masivamente por el candidato socialdemócrata, Raúl Leoni, quien salió electo. La abstención fue muy baja. Se trataba de la primera derrota en América Latina del dogma de la lucha armada.
Esa derrota fue inesperada, pues el movimiento armado había comenzado con dos “victorias” importantes. Primero: la de lograr que el Partido Comunista, liderado por antiguos dirigentes como los hermanos Gustavo y Eduardo Machado, y Pedro Ortega Díaz (quienes no eran realmente partidarios de la lucha armada, aunque rebasados por la juventud del Partido), terminaron apoyando esa aventura. Dos: que la juventud de Acción Democrática, el partido que ejercía el gobierno, dividiera a la organización, conformara el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) y se sumara a la lucha armada. La unión de esas dos fuerzas militares, el PC y el MIR, se convierte en el mayor baluarte, en guerra contra la democracia. Ese sector, 40 años más tarde, logró derrotarla.
La guerrilla, de la cual el frente más descollante fue el José Leonardo Chirinos, en la zona del Falcón, encabezado en particular por Douglas Bravo y Teodoro Petkoff, tenía una gran repercusión en el ámbito internacional pues se esperaba que Venezuela se convirtiera