LA HABANA, Cuba.- Un tiempo hubo (y fue bastante dilatado) en que Cuba tenía buen béisbol. Y digo más: digo que excelente. Había bateadores de excepción, lanzadores con pinta de bigleaguers, managers que alardeaban de sabiduría… Costaba sobresalir, e inclusive se hacía complicado acceder a los equipos que lidiaban en la Serie Nacional.
Justo la última etapa de ese período glorioso fue la que le tocó vivir a Amaury Sánchez. El zurdo se encaramó durante cuatro temporadas en el box de los extintos Metropolitanos, y formó filas en aquel grupo impactante que por poco elimina al ultrafavorito Industriales en los cuartos de final del campeonato de 1999-2000.
Después de eso eligió (como millares y millares de cubanos) el camino de la emigración. Iba empeñado en brillar fuera de la Isla, la vida le había dado armas para intentarlo en serio, pero una severa lesión se cebó en su brazo de lanzar. Luego tiró de voluntad, pero ya fue imposible continuar soñando en grande.
Sin embargo, nunca dejó atrás la pelota. Ido de la práctica activa, optó por superarse en las aulas estadounidenses y he aquí que encontró el modo de buscar el sustento sin renunciar al juego que abrazó desde su niñez. Y así, hasta el sol de hoy.
—¿Cómo definirías a Amaury Sánchez como lanzador?
—Me definiría como alguien a quien le gustaba competir, que le gustaba el reto, medir su calidad, jugar al béisbol y colocar los lanzamientos donde él quería para caminar el juego lo más que pudiera y contribuir a la victoria de su equipo. Mi mayor hándicap fueron los deseos tan grandes de tener éxito, que a veces traían como consecuencia un poco de ansiedad y complicaban el logro del resultado perseguido.
—¿Qué te faltó para lograr mejores números?
—Me faltó tiempo de permanencia en aquella pelota grande, linda y muy competitiva. El último año que jugué en Cuba perdí 1×0 la final de la Serie Provincial después de haber tenido un campeonato super bueno. Creo que entonces se avecinaba un año excelente para mí.
—¿Consideras que las Series Nacionales que te tocaron tenían un nivel elevado, o será que para entonces ya había empezado el retroceso en la calidad de la pelota cubana?
—El tiempo que me tocó a mí fue de una pelota con una calidad inmensa. Había una gran cantidad de peloteros con talento y resultados en todas las provincias, puesto que aún no había tanta emigración como la que llegó después. Yo me siento privilegiado de haber jugado esa pelota donde había figuras que llevaban diez años en el equipo nacional. En aquel momento el sueño principal de todo pelotero era ponerse el uniforme de las cuatro letras y poder jugar contra aquellos grandes peloteros fue una experiencia bien bonita. Imagínate, uno tenía como rivales a Pinar del Río, Industriales, provincia Habana, Ciego de Ávila —que venía subiendo con una fuerza enorme—, Santiago de Cuba con su Aplanadora, Granma con Ciro Silvino y Guevara Ramos… Había mucho pitcher bueno: José Ibar, José Ariel Contreras, Pedro Luis Lazo, Norge Luis Vera, Ormary Romero, Lázaro Garro, Ariel Tápanes, Lázaro Valle, De la Torre, “El Queso” González… Creo que er