LA HABANA, Cuba.- Este 21 de febrero se cumplen 19 años del fallecimiento en 2005, en Londres —donde vivía exiliado desde 1967—, a los 76 años, de Guillermo Cabrera Infante, uno de los más importantes escritores cubanos del siglo XX.
Si solo hubiese escrito Tres tristes tigres, con eso bastaría. Con esa novela de 1967, en la que utilizó según sus propias palabras, “los diferentes dialectos del español que se hablan en Cuba”, eternizó la magia de las noches de una Habana que ya solo existe en sus novelas.
En La Habana para un infante difunto continuó esa nostálgica y afanosa búsqueda de una ciudad en la que en los poco más de 20 años que vivió —desde que llegó provinciano y pobre, en 1941, hasta que partió al exilio en 1965— amó, fue feliz y sufrió.
La escritura de Cabrera Infante, caracterizada por los retruécanos, los juegos de palabras, el uso del hipérbaton, las traslaciones idiomáticas y un muy peculiar sentido del humor, es única, irrepetible.
Por la abundante intertextualidad, la presencia de lo paródico en sus escritos y su aprovechamiento de referentes de la música y el cine, sus dos grandes pasiones, se puede afirmar que Cabrera Infante, ganador del Premio Cervantes en 1997, fue un precursor del postmodernismo en la literatura cubana y latinoamericana y el escritor que más ha influido en los autores cubanos de las últimas décadas.
Por su crítica intransigente al régimen castrista, los decisores de la cultura oficial han tratado, pese a su importancia y sus métodos literarios, de minimizar la obra de Cabrera Infante. El principal comisario cultural del castrismo, el exministro de Cultura y actual director de la Casa de las Américas, Abel Prieto, en modo de supremo árbitro de la literatura, ha llegado a afirmar que de los libros de Cabrera Infante, solo valen la pena Tres