La historia culinaria y religiosa de Cuba se ha construido desde las diversas culturas que han convivido en la isla.
Las costumbres judías son parte de la riqueza culinaria cubana. Se presume que los primeros judíos arribaron a Cuba durante la etapa de colonización española. Eran judíos conversos, benei anusim, que habían asumido el criptojudaísmo en contra de su voluntad para sobrevivir luego de que fueran expulsados de España en 1492.
Sin embargo, no sería hasta 1906 que se constituiría de manera oficial en la Isla la comunidad judía, al fundarse la United Hebrew Congregation. A lo largo de la primera mitad del siglo XX, se nutriría de manera creciente, primero, con la llegada de cientos de judíos desde Turquía, Rusia y Europa del Este, que escapaban de los pogromos; y, luego, desde varios otros países europeos, como Polonia, huyendo de la discriminación provocada por el nazismo.
Para 1958, en La Habana existían cinco sinagogas y había otras diseminadas en Santa Clara, Camagüey y Santiago de Cuba. Durante casi seis décadas, los judíos florecieron económicamente en la industria textil, pequeños comercios, joyerías e, incluso, en la industria del diamante.
De tal modo, el cálculo del número de judíos en Cuba en esos años asciende a más de 30 000; cuya mitad, aproximadamente, residía en La Habana. También existían comunidades hebreas en Cienfuegos, Guantánamo, Caibarién, Sancti Spíritus y Granma, que se sumaban a las de las ciudades en las que se localizaban las sinagogas.
La Isla, de por sí, no había mantenido nunca una postura antisemita.
Sin embargo, a inicios de mayo de 1939, ocurrió en La Habana la mayor manifestación antisemita hasta el momento, aupada por el expresidente cubano Ramón Grau San Martín; cuyo portavoz incitó a los cubanos a echar de Cuba hasta al último de los judíos. Cuarenta mil personas acudieron al encuentro. Muchas de ellas, convencidas de que los judíos eran comunistas debido a la propaganda de medios de comunicación como Diario de la Marina, Avance y Alerta.
Así, el Gobierno del presidente Federico Laredo Brú terminó por negar la entrada al país a los más de 900 judíos a bordo del SS Saint Louis, que habían zarpado desde Alemania. Del total de refugiados, Cuba acogió solamente a los 22 que tenían visas vigentes y a 4 ciudadanos españoles y 2 cubanos. Laredo Brú revocó las visas de tránsito que les había vendido el director de Migración Manuel Benítez en Alemania. Ante la negativa, Lawrence Berenson, abogado del Comité Conjunto para la Distribución de los Judíos —con sede en New York—, trató de negociar con el presidente, quien exigía una fianza de 500 dólares por cada tripulante.
El buque —que tampoco pudo desembarcar en Estados Unidos ni Canadá— regresó a Europa. Allí, terminaron siendo asesinados en distintos países de ese continente 254 de los judíos que iban a bordo, casi un tercio de los pasajeros.
La leyenda narra que, tras el rechazo de Laredo Brú, los judíos maldijeron a Cuba a la salida de la bahía habanera con un siglo entero de hambre y calamidades.
Leyenda o no, tras el triunfo de la Revolución cubana la situación económica y alimentaria cambió de la mañana a la noche en la isla. Entre las primeras medidas del recién nacido Gobierno estuvo el canje de dinero —con un límite de hasta 10 000 pesos, por lo que la persona que tuviera más de la cifra vería desaparecer sus ahorros— y la nacionalización de los negocios privados, por pequeños que fueran, que culminó en 1968 con la Ofensiva Revolucionaria.
Los judíos vieron desaparecer de golpe sus entradas económicas y comenzaron a emigrar hacia Estados Unidos y Europa. En menos de una década, el número de judíos en la isla se redujo a un 10 % de la antigua comunidad.
A la situación económica, se sumó la declaración de Cuba como Estado socialista y, por tanto, el Estado cubano pasó de laico a ateo. En 1961 fue creada la Oficina de Atención a los Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista de Cuba para tener un control arbitrario sobre las actividades religiosas. En 1976, el artículo 54 de la Constitución reguló las actividades de las instituciones religiosas. Comenzó a ser punible «oponer la fe o la creencia religiosa a la Revolución, a la educación o al cumplimiento de los deberes de trabajar, defender la patria con las armas, reverenciar sus símbolos y los demás deberes establecidos por la Constitución».
Como consecuencia, la mayoría de los judíos que aún permanecían en la isla se vieron obligados a ocultar sus prácticas religiosas y, eventualmente, terminaron por abandonarlas ante el miedo de que le fueran prohibidos los estudios universitarios o que los expulsaran de los centros laborales.
Si bien la religión hebrea no fue la más perseguida en Cuba después del triunfo de la Revolución, la abrupta disminución de sus comunidades —debido al éxodo masivo luego de 1959—, la prohibición no explícita de asistir a los se