Sustancia compleja esta del amor. Elusiva, radiante, abrasiva, balsámica, ubicua. Tanto escuece como aplaca los ardores. Se detecta por su intensidad, pero también por cierto estado de beatitud crónica. Va del resplandor momentáneo al laboreo de los días y las noches. Hay quien encuentra el amor, puesto ahí, como al descuido, y hay quien tiene que trabajarlo con denuedo. Difícilmente podría definirse por sus implicaciones emocionales; en cambio, si nos detenemos a mirar lo que no es, su imagen se dibuja como en esas acuarelas japonesas que sugieren más de lo que muestran.
El amor no es egoísmo, ni temor, ni cálculo, ni trampa; no es un medio para…, ni un yugo, no es una carga pesada, ni indiferencia; no lo mueve la ambición, tampoco la ira o el despecho. Es un estado sublimado de la conciencia que con el tiempo pasa por diversas etapas en la pareja, todas luminosas, si se le trata con generosidad.
Para uno de los poetas que reúno aquí, “el aroma del amor es como de una piedra que gira interminable”. Hay quien lo define como “el azul naranja de la llama”. Otro se refiere al amor con nombre y apellidos como “la tierra virgen/ dónde plantaría mi casa y mis cosechas…” Y está quien se interroga, horrorizado, “¿Y si llegaras tarde, / cuando mi boca tenga/ sabor seco a cenizas, / a tierras amargas?
En lo personal, prefiero el insomnio del amor a su quimera. Quiero estar atento, lúcido, cuando pase en vuelo rasante, cuando dé pálidos golpecitos en el cristal de la ventana o cuando entre en tromba por la puerta de mi casa.
Yerra quien piensa que el amor es, como mínimo, cosa de dos. Se puede amar y no ser correspondido. Y esa experiencia, tremendamente dolorosa, es preferible vivirla a renunciar ante la imposibilidad.
He invitado a un grupo de amigos y amigas a “descargar” aquí, a exhibirse sin prevención. La poesía es un acto de generosa impudicia, un mostrar hasta las más oscuras estancias de la psiquis, sobre todo cuando el tema es el amor y su reverso.
Para no sentirnos tan solos, cada uno de nosotros —excepto Jamila Medina— ha traído un colega cuya obra ya está cerrada. Es nuestro modo de sentirnos parte de un venero que brota desde lo profundo del alma de la nación. Y hemos pedido a nuestras hermanas y hermanos artistas que se acerquen al fuego de la palabra para que lo aticen con líneas y colores.
El 14 de febrero es día de celebración para unos, y de triste inventario para otros. Pero nuestro oficio es cantar en cualquier circunstancia. Pasen y lean.
Pasado de moda
caigo sin fin desde mi nacimiento,
caigo en mí mismo sin tocar mi fondo…
Octavio Paz
por mucho que me esfuerce
por mucho que pretenda estar al día
aunque mis pensamientos nazcan así
de pronto
ahora mismo en el instante que puede
ser mañana
siempre estoy pasado de moda
tú pasas junto a mí y el aroma
del amor es como de una piedra
que gira interminable
tú me miras interminablemente
te me hundes con pelos y señales
tú no giras los labios ni los ojos
hoy te escapas
hoy se agota la línea oscura de tus pasos
con una tinta seca que me dice hasta aquí
hoy te me burlas en la cara
me tiras el olvido interminable
hoy te me vas interminablemente.
Ramón Fernández-Larrea
Bayamo, 1958
Aquí desfalleció el corazón de un cautivo
Es nuestra piel, su breve dinastía
cruza por la noche. En la piel del oído
estamos juntos por el viento,
en los altos balcones estamos juntos,
yo recordando las uvas de tu pelo
y el recuerdo devorando las uvas de tu pelo.
Las noches en que hablamos cosas sin sentido
y apagamos lámparas
y nunca juntos fuimos contra un árbol
ni contra una pared ni contra el cielo,
a ninguno nos temblaba la piel
ni recogimos caracoles en los ojos del otro.
Jamás vino la palabra, la palabra puma,
tigre, rosa de los vientos,
la palabra mordisco, cascabel, sexo, naranja,
jamás nació un violín en el oído ajeno.
Tú quedabas en tu pulpa,
en la sustancia verde de los amaneceres,
el corazón como un otoño limpio
oía caer las hojas de otro otoño,
y quedabas trémula, luego perdías
el color, el olor, el nombre,
te quedabas en la hoja incolora
que los barredores del otoño
acumulan en ciertas almas grises.
Yo te oía gotear en el silencio,
caminarte a ti misma
con un fósforo encendido,
entrar en los pueblos callados donde
la neblina gobierna a las palomas
y los hombres son aprendices de los hombres,
trapecistas de un mundo que se inicia.
Yo escuché a tu reloj decir que era tu piel,
allá lejos, donde la espuma
del invierno se muere sobre el muro
y los ciervos del tiempo beben espuma muerta
para fecundar el hambre de las ciervas.
Yo escuché a la luz decir que era tu vientre,
me saltaba la luz entre las manos,
la luz aullaba y era entonces que la luna salía de la Tierra
como una semilla lanzada a qué Universo;
yo te sabía nerviosa, te sabía Margarita Gautier
y rompía las páginas del libro
para después hacerlo con tiros de memoria
con la luz que da en el charco una ventana abierta,
un vientre luminoso reflejándose a lo largo de los ríos
y la palabra puma, tigre, rosa de los vientos,
la palabra mordisco, cascabel, sexo, naranja,
la palabra perdiéndose en un extraño oído
a la deriva de lo que somos y olvidamos…
Frank Abel Dopico
Santa Clara, 1964-2016
Viajes
Eres quien ya no dibuja más que a ras.
La lámina y su árido reflejo.
Tocarla, lanzarte a ese despeñadero que es
la impronunciable atadura.
Tus dedos buscan un huevo de nacimientos.
(La cola dando rodeos hasta fastidiarme.
El hábito de no coexistir.
Asia
Wevill).
¿Seguirás el hilo de lo que supones
una semejanza invertida, ese delicioso juego
de hollar un poco cada vez
hasta que los huesos se abran al poro?
Las repeticiones son espantosas.
Sobre el muro, en la arcilla,
encima de asientos incómodos,
busco que te afinques.
Por lo que va a quedar:
variables diluidas en el foco,
la confusión, la altura.
Demasiadas curvas para alcanzar un tramo.
Leyla Leyva
Cienfuegos, 1964
Martes
aire griego
vete con él amiga él te necesita más que yo
dúdalo un segundo y vete déjame solo con
mi pequeña maleta de cuero y el cincel
con que habré de socavar el aire enfadado
y descalzo el aire me dirá (te juro) todo
lo que debo saber el aire es sabio el aire
es griego (créeme) lo descubrí una mañana
en que volvía del ágora y anaximandro
me invitó a una copa el aire (dijo) el aire
es el principio y el centro y el fin y es
la rubia cabellera de la hermana de dios
batiendo sobre el mundo como las aspas
enloquecidas de un molino no enloquece
solo quien se sirve del aire y yo me sirvo
amigo lo zahiero desde el borde de una
rabia inspirada y dejo que roce mi esqueleto
con su cofia de antiguas mieles heridas
tengo miedo es cierto el aire es sabio y griego
pero también es arduo y estricto con sus leyes
no temas tú no temas vete con él y si algún
día decides regresar no me busques no
en el mismo sillón pues habré salido de viaje
Alberto Rodríguez Tosca
La Habana, 1962-2015
Muerte de mi hermano
Yo lo llevé a la cordillera
al pasadizo estrecho
a la angostura.
Yo le dije
en la quebrada hay un vergel
hay un nido de orugas naranjadas
hay una estrella de David.
Yo le hablé del vientre oro
y grana de Tamar
tiritando
bajo el imperio de Amnón
yo derramé el pan en el sendero
y lo arrastré a la cueva de la bruja
para ser devorados.
Hay días que mi madre me pregunta
por mi hermano Miguel
yo no sé qué pasó
yo no era su guardián.
Hubo noches en que juré
envalentonada
que si me traían sus testículos
yo lo podría reconocer.
y a veces también fingí ser Juan
y él el esclavo Ricardo
el gran Ricardo Corazón de León
temblando al ver el cuerpo frágil
grácil del hermano
como blanco en el lecho.
Yo lo besé en el huerto de Getsemaní
con la piel de gallina
hermana en el hermano transformada.
Yo miré a la cara al extranjero
y recordé su nombre cuando
me recostaba
sobre la tumba de mi padre.
Hay días que me despierta
un laberinto de labios que me llama
pero me hiela el miedo de pasar.
En el jardín de las Hespérides
lo dejé hacer en el escote de Helena
perdiendo la cabeza
para animarlo al combate.
Frente a las puertas de Tebas
lo vi venir con su cultivo ganado
con su corona de espinas
y me salí del coro de las grayas
con mi único diente y mi único ojo
para hincar en su piel.
Cuando canté bajo el sauce
y el agua me empezó a llenar la boca
puse o supe una espada de lises
traspasándole el cuello.
Yo le di la máscara que lleva
y llamé a Absalón a Absalón
para que rematara
su sierpe púrpura reptando sobre mí.
Hay días que un desfile de ojos arrancados
un festín de párpados sangrientos
se me atraviesa en sueños
pero yo procuro mantenerme separada
de la belleza de la sangre
y del horror.
Yo lo llevé al desfiladero
yo lo bajé al acantilado
para arrancarle el fruto.
La engalané y aderecé
la vestí de ternera
para que se apareara
en la laberíntica
en la lasciva
en la alargada penumbra.
Yo le arranqué una oreja y la cabeza
como una mantis
después de la embestida
para escribir mi propio Rumpelstikin.
Yo le pedí a los dioses de la fuente
que unieran nuestro cuerpo en valvas
un fuego de San Telmo de dos puntas.
Hay días que un reguerío de lenguas
me adormece los sentidos
y oigo el aullido
de hambre de mi hermano
que busca ciego
sin hallar
la ubre de mi madre
lo escucho lo escucho
y no me puedo mover
contra el calor de la leche
permanezco estrangulado
quien beba más levantará
en Roma una ciudad
de alcantarillas y palazzos
alzará un arco de triunfo
un Coliseo
levará puentes y las vigas de mil techos
abrirá la boca de los puertos
y lanzará botellas contra la proa de los barcos
que vienen y se van.
Yo lo maté, señor
yo no era su guardián
la tierra se tragó la mitad de su sangre
y la otra mitad me la bebí lentamente
como lame una oveja.
Yo fui con él
contra los hijos
y las hijas de Níobe
–recuerdo su sonrisa
cada vez que la flecha
entraba en carne.
A las moradas
yo lo llevé conmigo
yo lo busqué
en el estado de gracia
y en el azul naranja
de la llama de amor.
Yo lo enterré, señor
dentro de Tebas
allá en lo oscuro
al pie de la muralla
cuando nos dejaron solos por fin otra vez.
Yo le lavé los miembros las orejas el pubis
y preparé su despedida
aseguré su entrada en la noche de Ra.
En el despeñadero antes del sacrificio
él se volvió a mirarme a preguntarme
hermano
detrás de la ventana qué hay detrás.
Yo no sé lo que vio cuando bajó el garrote
ni qué sintió ni qué pensó
ni por qué lo maté.
Sobre la tierra en que sangró
se dan mejor el árbol del manzano
y todo género de frutos rojo intenso
labios lenguas
cabellos arrancados.
Jamila Medina Ríos
Holguín, 1981
Verdadera escritor
Si lograr poema ahora
yo ser verdadera escritor
porque sentir mal adentro
romper mi alma en muchos
cómo se dice
pedazos
cómo persona destruye persona
es la pregunta que hacer a mí
y yo no saber cómo
pero saber
que soy
cómo se dice
destruida
persona destruye arquitectura
pero persona no destruye persona
creer yo que persona
destruir
todo
persona ser arquitectura
y persona ser
cómo se dice
destrucción.
Legna Rodríguez Iglesias
Camagüey, 1984
Discurso del hombre que cura a los enfermos
Entonces Marta, cuando oyó
que Jesús venía, salió a encontrarle…
JUAN, 11. 20
Dos mujeres se disputan mis palabras:
una, de alma silvestre y silenciosa, me espera
siempre a la vera del camino.
Otra, de radiante y dulce sonrisa, me desnuda los pies
para lavarlos entre plegarias y susurros.
Dos mujeres, una insomne como estatua,
otra de ojos húmedos y bañados de fe,
me esperan y me nombran.
Yo voy a ellas y ellas me reciben en cada peregrinaje.
Si una lava mis pies, otra me ofrece alimento.
Si una acaricia mis manos, otra peina mis largos
e hirsutos cabellos.
No saben qué más darme que no me hayan dado,
qué vinos, qué frutas, qué secretos ofrecer
al peregrino.
Podría decirles que me dieran su sangre y no vacilarían.
O pedirles que se desnudaran y bailaran para mí,
y llenas de alborozo, de una absorta y cruel felicidad,
lo harían sin demora.
Cualquier cosa, cualquier deseo mío, cualquier capricho,
ellas no vacilarían en cumplir.
Mas no es justo que yo pida como suele pedir un hombre
a mujer.
Ni es ético que me miren de esa forma,
como aguardando algo que hace tiempo esperan
y no puedo ofrecerles.
Debo hablar sólo
como el hermano que trae en su mirada
el resplandor de una lejana estrella.
Por eso tiemblo cuando llego a esta casa
y recibo el agasajo de dos mujeres solas y estériles,
mujeres sin nombre, hechas de años y esperas,
que con la oscura piedad de sus bellos ojos
me desnudan.
José Pérez Olivares
Santiago de Cuba, 1949
Soneto
Cerca de ti, ¿por qué tan lejos verte?
¿Por qué noche decir, si es mediodía?
Si arde mi piel, ¿por qué la tuya es fría?
Si digo vida yo, ¿por qué tú muerte?
Ay, ¿por qué este tenerte sin tenerte?
Este llanto ¿por qué, no la alegría?
¿Por qué de mi camino te desvía
quien me vence tal vez sin ser más fuerte?
Silencio. Nadie a mi dolor responde.
Tus labios callan y tu voz se esconde.
¿A quién decir lo que mi pecho siente?
A ti, François Villon, poeta triste,
lejana sombra que también supiste
lo que es morir de sed junto a la fuente.
Nicolás Guillén
Camagüey, 1902-La Habana, 1989.