LA HABANA, Cuba. – Dice el refrán que a grandes males, grandes remedios. Tal vez bajo esta premisa, y en un momento tan desesperado como el que estamos viviendo, ha surgido la idea, planteada más bien desde un punto de vista hipotético, de comprarle el país al régimen neocastrista para, de una buena vez, sacudirnos de encima esa lacra.
Los compradores serían los más de dos millones de cubanos que conforman nuestra sufrida diáspora, quienes tendrían la difícil tarea de levantar la economía prácticamente desde cero. A cambio, la recua de delincuentes que ha desbaratado el país obtendría miles de millones de dólares y la garantía de poder salir ilesos de la Isla.
Considerando que el pueblo cubano se niega a tomar las calles ―por el motivo que sea― para sacar a esta gentuza del poder, y que la gentuza no desea sacar el país adelante ni abriga la intención de permitir elecciones libres, buscar una negociación para darles lo que más les gusta ―dinero― y lo que más necesitan ―luz verde para huir a gastarlo en cualquier cubil que les abra las puertas― no suena del todo descabellado.
Si, además, se toma en cuenta que la emigración cubana lleva años pagando hasta los pampers que usa Raúl Castro, la proposición luce razonable. Según explica la articulista Rafaela Cruz en un interesante texto publicado en Diario de Cuba, bastaría con que la diáspora quisiera representar a la nación y eligiera un comité de personas facultadas para negociar con el régimen. Luego se conformaría un fondo a partir de donaciones, aportes de organismos internacionales y de la compra de acciones sobre la riqueza del país que pueda ser privatizada una vez logrado el cambio a la democracia.
Dejando a un lado los entresijos del proyecto y suponiendo que la emigración se ponga de acuerdo para hacerlo viable, me pregunto si sería posible abrazar el nuevo comienzo sabiendo que quienes hicieron tanto daño andan por este mundo con impunidad, los bolsillos llenos, cero remordimientos y ni sombra de miedo, viviendo en una celebración perenne.
Me pregunto si los cubanos, que hemos sufrido tanto, tendremos estómago y corazón para renunciar a la justicia después de haber perdido hasta la dignidad. Sería el colmo permitir que esta gente se vaya sin haber pagado por sus delitos. A estas alturas resulta bastante improbable que