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Si en la manga se lleva orgulloso un monograma, a la escuela se le guarda siempre en el lado izquierdo. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.
El primer día que uno se baja de la guagua en la puerta de la escuela (de las llamadas aspirinas o con buena suerte una de las dos Dinas) tiene todavía los temores lógicos de cómo será esa primera noche fuera de la comodidad de su cama y con los ronquidos y olores de quienes no conoce, pero que en horas dejan de ser personas extrañas en un cubículo para convertirse en amigos de toda la vida.
La Lenin tenía tantos secretos que es imposible revelarlos todos. Hacer gimnasia matutina a regañadientes y acostarse luego de esos 5 minutos porque el sueño siempre manda y no el desayuno. Tener dos y hasta tres tarjetas para el comedor porque una bandeja era poca comida después de haber jugado pelota o hacerse el maratonista corriendo por la circunvalación de la escuela. Sentir el primer amor y los besos más escondidos en los bancos de las plazas, incluso con algún profesor o profesora que se cuidaba de que no los vieran juntos.
La Lenin te enseñaba a planificar el tiempo para estudiar, divertirse y compartir unas tostadas que duraban casi toda la semana en una jaba de nylon. Muchos limpiaron por vez primera un pasillo, “los totos” y fregaron una bandeja con el aliento de hacerlo rápido para luego ponerse a leer un libro prestado, un best seller. Bailar en los días de recre