A lo lejos, parece un punto pequeño. No debe sobrepasar el metro de estatura. Lleva un abrigo gordo, un gorro, y se nota que camina con torpeza. La abuela trae todo el cansancio del mundo en los hombros y lo toma de la mano. Imagino la angustia de viajar en tren hacia un futuro incierto, apilados los unos sobre los otros, como si se tratara de un hato de reses camino al matadero.
El mundo les ha fallado. A esas horas debería estar en su casa, rodeado de juguetes, con una risa de las que alumbra el rostro. Pero pocas oportunidades tuvieron en su paso efímero por la vida. De ellos, solo quedó una foto, en blanco y negro, como recordatorio de uno de los momentos más atroces de la historia de la humanidad. O mejor dicho, de la historia, a secas, porque hay poco de humano cuando se palpa la barbarie.
¿Cuál sería su último pensamiento? La inocencia de los niños es tan pura, que mi hija de tres años cree, totalmente, que le nacen alas si se come toda la comida. Quizá, él nunca tuvo certeza de su fatídico destino. Quizá, caminó por esa tierra seca alimentado por su fantasía, movido por