Cruzas la vieja puerta y llegas hasta el árbol del centro. Por su sombra, una vez al año vuelven los que andan lejos. Ves que aquel abrazo no termina, que dos bigotes se juntan sin susto en un beso breve. Miras las paredes de ladrillos, el trago compartido del ron yomenpingo o de vino casero, las estrellas, la muchacha que se acomoda la saya de flores antes de sentarse en el suelo porque va a empezar el concierto y no queda espacio en las gradas.
Foto: Néster Núñez
Será la trova, la canción que conmueve, que te hace pensar, sonreír y bailar. Es el festival Longina —dedicado en este 2024 a Pablo Milanés y a las cuatro décadas de El Mejunje— y estás en Santa Clara, en el centro del país y en el mismísimo medio de tu pecho, que se expandirá por estos días con todos los sentimientos que pueden estremecer un pecho humano. Yordan Romero, Roly Berrío, Alain Garrido, Yatsel Rodríguez, Michel Portela, Leonardo García e incluso los demás de La Trovuntivitis que andan por otros países, te hacen sentir que estás en una isla dentro de otra isla, donde siempre sueñas y eres feliz.
Foto: Néster Núñez
Mucho antes del primer acorde ya sientes que el momento es ahora y que el lugar es este y que el corazón, izando las velas, entre risa y lágrima navega. Por la música, porque los trovadores no han cejado, por muy graves que hayan sido —y que son— las circunstancias, revives aquel beso que le robaste a una guajira, sientes de nuevo el olor a monte y piensas, con ilusión, que todavía es posible, que el horizonte sí se tornará poesía. La Trovuntivitis es ese virus que te trova en la sangre y te protege de muchas enfermedades, hasta del pesimismo que produce la muerte repentina de un puerco de 80 libras y que ese mismo día se te rompa la motorina eléctrica.
Foto: Néster Núñez
Otros padecimientos, sin embargo, son más graves. La música los alivia, pero no te sana. Porque el 2023 fue un año durísimo, de despedir a tantos amigos, gente de inmensos valores; generaciones que, tan solo por existir, iban a hacer de nuestra Cuba un país mejor. Uno que no mirara hacia los cuatro puntos cardinales buscando referencias, sino hacia adentro, hacia sí mismo, y creciera, único, para el bien de todos. Ese fue el sueño. Esa, la esperanza que ya parece decapitada. Mis amigos han dejado un espacio atrás, un abrazo, un beso, una canción que aún no tiene final, dice Yatsel en esa canción que repetirá todos los días que dure el Longina…
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