Antes de ser madre, no entendía por qué muchas parejas se divorciaban luego de tener hijos si, supuestamente, era la etapa más linda de sus vidas. Pero sucede que el posparto es durísimo. La llegada de un bebé —el momento que nos dijeron era el fruto más bello del amor— a menudo nos enfrenta a realidades que no habíamos previsto.
El posparto, lejos de ser la pintura idílica que se dibuja en nuestras mentes, es una travesía desafiante y, en muchos casos, abrumadora. Las demandas físicas, las alteraciones hormonales y las noches sin dormir son algunos de los elementos que componen el capítulo inicial de la mapaternidad. Su impacto en la vida de la pareja es aplastante.
En medio de llantos, biberones, cólicos e insomnios, el amor se tambalea. Entonces tenemos que hacer un esfuerzo, detenernos un momento y reconectar con nosotros y con nuestras parejas para que el vínculo se sostenga mientras inventamos nuevas maneras de amar(nos).
¿Quién soy? ¿Quién eres? ¿Quiénes somos?
La crianza es un trabajo en equipo que no debe interferir en la vida de pareja. Pero cuando nace un bebé todo cambia. Es inevitable. No hay una pareja, sino personas que construyen una familia. La realidad sacude el mundo amoroso tal y como lo conocíamos hasta ese momento.
Te sientes culpable por no dedicarle(te) el tiempo suficiente. Tu relación puede sentirse como un campo de batalla. Descargas en tu pareja el cansancio, el estrés, la furia de no reconocerte en el espejo, de no poder ir al baño sola.
La llegada de un hijo cambia por completo la distribución del tiempo de los padres. Las rutinas diarias se alteran y las responsabilidades se multiplican. El tiempo que antes se dedicaba a la pareja, ahora se destina a cuidar al bebé y a atender las necesidades familiares. La transformación puede generar tensiones y afectar la conexión emocional entre ambos.
Además, un hijo saca a flote antiguas heridas de lo que uno aprendió, heredó y vivió. El espejo de la infancia, aunque inevitable, se vuelve difícil de encarar. La mapaternidad se convierte en un viaje no solo hacia el futuro, sino también hacia nuestro pasado.
Entran también en juego la falta de tiempo y el agotamiento asociados con la crianza, lo que puede dificultar la comunicación efectiva entre los padres. Las conversaciones pueden limitarse a temas prácticos relacionados con el cuidado del bebé y se deja de lado la expresión de emociones y de necesidades personales. La falta de comunicación puede generar malentendidos y distanciamiento.
La fatiga parece que gana terreno y hace de las suyas. Ambos padres pueden sentirse exhaustos y ello afecta la paciencia y la capacidad para manejar situaciones difíciles. La falta de descanso adecuado puede aumenta