Desactivada la Guerra Fría, y finiquitadas las contradicciones ideológicas antagónicas entre el socialismo y el capitalismo que alimentaron la confrontación Este-Oeste, no es difícil probar que Estados Unidos es responsable de las tensiones que lo enfrentan a Rusia y China con los cuales se fomenta una confrontación que altera los equilibrios mundiales y genera tensiones cada vez más peligrosas.
Mijaíl Gorbachov, Boris Yeltsin y Vladimir Putin, los tres últimos líderes rusos, han realizado los mayores esfuerzos y otorgado enormes concesiones para mejorar las relaciones con Estados Unidos y por esa vía con todas las potencias occidentales.
Antes lo hizo China. En 1972 Mao Zedong y Chou Enlai pactaron con Nixon y Kissinger arreglos estratégicos para normalizar las relaciones entre ambas potencias que las sucesivas generaciones de líderes chinos, desde Deng Xiaoping a Xi Jinping han cumplido al pie de la letra.
En la construcción de las avenencias hubo también aportes de los Estados Unidos. En 1933, el presidente, Franklin D. Roosevelt, enfrentando la oposición del establishment estadounidense reconoció a la Unión Soviética y en 1942, también bogando contracorriente, se alió con ella para formar la coalición antifascista y derrotar al eje Berlín-Roma-Tokio.
La Unión Soviética fue consecuente y tras establecer la alianza con Estados Unidos, en 1943 procedió a la disolución de la Internacional Comunista fundada por Lenin en 1919 con el desmesurado cometido de promover y organizar la lucha antiimperialista y anticapitalista a escala universal, propósito que, a la altura referida, había perdido vigencia.
Al concluir la II Guerra Mundial, a pesar de la opulenta propaganda anticomunista, la Unión Soviética y su líder Stalin, disfrutaban de enorme popularidad en los Estados Unidos, mientras