MIAMI, Estados Unidos. — En la literatura soviética abundaron los héroes con virtudes suprahumanas, como el Pavel Korchaguin de Así se forjó el acero, de Nikolai Ostrovski, y Alexei Maresiev, el piloto sin piernas protagonista de la novela Un hombre de verdad, de Boris Polevoi.
En Cuba, en los primeros años de la década de 1960, el régimen castrista, como parte de su luna de miel con el Kremlin, promovió la lectura de esos dos libros y otros muchos más del realismo socialista soviético que querían fueran imprescindibles en las mochilas, lo mismo de los milicianos movilizados para cavar trincheras que de los que iban movilizados a cortar caña.
Los mandamases aspiraban a que los cubanos tomáramos ejemplo de aquellos héroes comunistas de los libros soviéticos, nos desembarazáramos del individualismo y “los rezagos del pasado burgués” y lo diéramos todo en la construcción de la nueva sociedad. Para ese propósito adoctrinador, los héroes soviéticos, demasiado distantes de nuestra idiosincrasia, fueron complementados por otros de fabricación nacional. Algunos, exagerando sus hechos, fueron tomados de la realidad, como Eduardo García, el miliciano que según afirmaban, moribundo, escribió “Fidel” con su sangre en una pared; Alberto Delgado, el chivato del Escambray al que dedicaron la película El hombre de Maisinicú; y sobre todo, Che Guevara, la muy idealizada apoteosis del superhombre castrocomunista.
Otros fueron sacados de la fi