LA HABANA, Cuba. – Dicen los escritores, dicen los editores, que un libro, para que sea libro, debe tener más de 49 páginas y entablar relación con los lectores. Dicen siempre, aunque ya lo sepamos, que el libro apareció en Mesopotamia y que, para entonces, era un conjunto de pequeñas tablillas de madera, de arcilla, o de marfil, en las que quedaba fijado el texto.
Confieso que me encantaría tener algunos de esos ejemplares, más que para leerlos para presumir de esas tenencias, incluso si están escritos en extrañas lenguas, tan extrañas que se haga imposible la lectura. Hay libros que son hoy rarezas, y mucho más en estos días en los que escasean los lectores.
Hoy se hace muy fácil procurar un libro en el ciberespacio, pero yo, que soy un hombre de otra época, sigo adorando la búsqueda en bibliotecas y librerías. Me gusta hurgar en esos estantes en los que se ordenan y resguardan los libros. Adoro el olor de las bibliotecas, el orden de los libros…
Hurgar en los lomos de los libros es siempre una fiesta; los ojos atentos mientras el dedo índice se desplaza lentamente sobre cada uno de los lomos, hasta que aparece y se hace la fiesta. Buscar un libro es una aventura, pero más generoso es atraparlo entre los dedos, sacarlo de tanta juntera para hacerlo singular con lo único que lo hace singular, y que no es más que la lectura.
Leer es construir interpretaciones. Leer es el mejor camino hacia el conocimiento. Leer favorece la imaginación, la creatividad y el intelecto, pero hay que escoger muy bien lo que se lee. Y es que la industria del libro, en cualquier parte, pero sobre todo en Cuba, no siempre opera con buenos criterios, y hasta puede confundirnos, engañarnos, estafarnos.
En Cuba podrían darnos gato por liebre, y es que no son pocas las editoriales cubanas que promueven bodrios, incontables porquerías, amparados en esa cosa a la que algunos llaman “política editorial”. El mercado del libro es muy complejo, es “una cosa dura” en cualquier sitio; y en todas partes se “cuecen bodrios”, porquerías que podrían aventarse desde la alta ventana de cualquier editorial.
Existen libros que están destinados a terminar su vida en las boquitas de las polillas, antes de enfrentar a los lectores. Hay libros, y presentaciones de libros, que resultan alarmantes, escandalosas, y por ello consiguen, la mayoría de las veces, el vilipendio, la burla. Hay libros que no debieron ser publicados jamás.
Existen, tristemente, libros que, aunque no debieran publicarse hacen el camino a la imprenta y a las librerías luego, y hasta se organizan grandes presentaciones de esos libros que luego duermen el sueño eterno en anaqueles de librerías, en nuestros libreros pero, insisto, no es la industria la culpable: culpables son los editores, las casas editoriales y quienes las regentan, que en Cuba es, sin dudas, el Gobierno.
En Cuba se dejaron de publicar los grandes clásicos para publicar