LA HABANA, Cuba. – Me preguntan de qué país soy y respondo que “de Cuba”, pero cuando lo hacen por el país donde vivo me cuesta responder. Porque “vivir”, como tal, ya no sé si pueda ser la palabra justa para definir la situación en que “existimos” los que vamos quedando atorados, ya por decisión, por resignación o ya por “mala suerte”, en esta Isla tan semejante a un Apocalipsis.
En Cuba ya no se “vive”, sino que se está como el enfermo grave en el salón de urgencias de un hospital, o como el condenado en el corredor de la muerte, ambos con la única esperanza de salir de ahí ilesos, o al menos de que un milagro les regale otro día más de sobrevida.
Entre colas y apagones, “muelas” y mentiras, asesinatos y delincuencia, hambre y “economía de guerra” (porque esa es la “frase” de moda del discurso oficial), aquí no se piensa en otra cosa que en ponernos a salvo sabiendo que pudiéramos estar a un segundo de la aniquilación. Y en esa tensión, ese agobio, es imposible incluso llamarle “vida” a lo que hacemos para fingir que vivimos tal como lo hacen los seres humanos para quienes la libertad no es un simple anhelo sino ese elemento real que da sentido a la existencia.
Fingimos estar bien porque aunque no nos alcanzan ni el salario ni la pensión tenemos los dólares que manda el emigrado o, en su defecto, el dinero que estafamos a aquel otro que lo robó, que lo “luchó”, con lo cual ya nos creemos perdonados en virtud de lo que dice el famoso refrán.
Fingimos que somos libres cuando viajamos al extranjero por unos días como mulas o funcionarios del Gobierno, como “jineteros” o “hijos de papá”, cuando nos “estimulan” con una “misión” donde nos secuestran el pasaporte al llegar (para que no escapemos) y nos quitan el 90 por ciento del pago prometido bajo el pretexto de financiar una “salud gratuita” que ya sabemos desde hace años cuán cara en realidad nos cuesta.
Fingimos que estamos bien mientras rapiñamos y guardamos el dinero suficiente para escapar. Y mientras fingimos ser “fieles” para “quitarnos la vista de encima”, vigilamos y acosamos al vecino “antisocial”, boicoteamos el trabajo del periodista independiente, le brindamos café al “amigo” policía, hacemos la guardia cederista, nos mostramos “proactivos” en las redes sociales para justificar el teléfono “petrolero” que nos dieron como “cuadros” del Partido, gritamos “vivas” en las asambleas del sindicato y castigamos al que