Las revoluciones se caracterizan por ser modificaciones profundas de las estructuras políticas, económicas y sociales, procesos radicales mediante los que se transforma la realidad existente y se alcanza una nueva, diferente y superior a la anterior. Para que una revolución se considere triunfante, las renovaciones enunciadas en el ámbito material deben conllevar cambios de las ideas, de la concepción del mundo.
Estos son los entes que asumen la acción libertadora y, por ende, su conducta personal debe ser portadora de una nueva conciencia ética: alentados por la honradez, el deber, la entereza, que motiven espiritualmente la búsqueda del mejoramiento personal y la de sus coterráneos, del pueblo, de la nación.[1]
Para José Martí, solo con hombres capaces de pensar por sí, y de buscar soluciones propias a los conflictos de la patria, se haría realidad la república nueva, más que un ideal, una apremiante necesidad. «—Quiero por mi parte habituar al pueblo a que piense por sí, y juzgue por sí y se desembarace de los aduladores que de él obtienen frutos» (OC, t. 22, p. 57), anotó el Apóstol.
Concibió la honradez como un fundamento ético inviolable, orientador de la política en cualquier circunstancia: «estamos fundando una república honrada, y podemos y debemos dar el ejemplo de la más rigurosa transparencia y economía» (OC, t. 2, p. 241).
Consecuente con este criterio, vivía y procedía «con la transparencia y la humildad de los apóstoles»[2], pues los pueblos siguen a quienes corren su suerte, padecen sus carencias, sufren sus reveses y comparten sus alegrías. Combatió todo cuanto puede descomponer desde dentro el entramado social, y con firmeza expuso: «a nuestras almas desinteresadas y sinceras (…) no llegará jamás la corrupción!» (OC, t. 4, p. 231).
Como diría en una ocasión: «Si me dan diez mil pesos para la revolución, salgo desnudo en mulo» (Epistolario, t. III, p. 502). Era ejemplo de austeridad y de honradez. Aquel hombre, que recibía cientos y a veces miles de pesos de los contribuyentes, en muchas ocasiones sin mediar recibos o vales ―que luego emitía la Tesorería―, vivía con una modestia rayana en la pobreza, carecía de propiedades y dedicaba todo el tiempo disponible a organizar las vías para alcanzar la independencia de su patria y la felicidad de su pueblo.
Los enemigos de estos principios se hallaban en sectores opuestos a la justicia social, dispuestos a defender sus posiciones e intereses aún a costa de la entrega de la patria a nuevos amos.
Previó males de tales signos, que podrían permear la república futura, y ante los riesgos afirmó que sus deudas de grati