Cuentan que nunca antes en las calles pinareñas se había reunido tanta gente, que los comercios y las escuelas cerraron temprano, que aquel 17 de enero de 1959 todo el mundo quería ver a Fidel.
La Revolución había acabado de triunfar y Pinar del Río era entonces una de las regiones más atrasadas del país. Tanto, que se le conocía como la Cenicienta de Cuba.
Por ello, sus habitantes habían cifrado sus esperanzas en el nuevo Gobierno.
Un pequeño hospital y algunas casas de socorro eran prácticamente el único sostén de la salud pública. Cálculos conservadores estimaban la tasa de mortalidad infantil en 60 por cada mil nacidos vivos.
La mayoría de los campesinos no eran dueños de la tierra que trabajaban, y la Universidad se encontraba en huelga desde 1957.