LAS TUNAS, Cuba. — El desastre cívico, moral, político y económico que vivimos los cubanos hoy tiene su origen en el crimen de lesa humanidad cometido contra la nación cubana desde los años 30 del siglo pasado, influenciado por el comunismo internacional.
Pero aunque en este crimen concurren autores intelectuales y materiales tan conocidos como el mismísimo José Stalin y otros encubiertos como Abraham Grobart, alías Antonio Blanco y Fabio Grobart, con la connivencia delictuosa o por negligencia inexcusable de funcionarios públicos de varias administraciones estadounidenses, en esta acción criminal descuellan dos ciudadanos cubanos sin plebes que arengar: uno, Fulgencio Batista Zaldívar, en 1933 sargento oficinesco sin soldados bajo su mando; el otro, Fidel Castro Ruz, abogado graduado en 1950, fracasado aspirante a político en 1952.
Tras la caída del dictador Gerardo Machado, y conspirando contra sus propios compañeros y el presidente provisional Carlos Manuel de Céspedes —hijo del Padre de la Patria—, Batista ascendió de sargento estenógrafo (mecanógrafo-taquígrafo) a coronel en cuatro días, entre el 4 y el 8 de septiembre de 1933. A partir de entonces, y hasta el 1 de enero de 1959, en ocasiones aliándose con los comunistas, fue indistintamente jefe del Ejercito, congresista, presidente constitucional, conspirador, golpista, dictador y presidente supuestamente “elegido” en 1954.
Pero en lugar de con valor y buen tino entregar el mando al presidente “electo” en 1958, el doctor Rivero Agüero, para que constituyera un gobierno de unidad nacional que convocara a elecciones plurales, Fulgencio Batista optó por huir en la madrugada del 1 de enero de 1959, dejando a Cuba acéfala.
En cuanto a Fidel Castro, como sabemos fracasado para hacerse concejal en las elecciones de 1952, tristemente se haría conocer el 26 de julio de 1953 por el fallido asalto al cuartel “Moncada”, delito contra los poderes del Estado por el que fue sancionado a 15 años de cárcel, pero, amnistiado por Batista, sólo cumplió unos pocos meses de prisión.
Ya en libertad en mayo de 1955, Fidel Castro y otros asaltantes fueron a México, donde Raúl Castro sostuvo contactos con un viejo conocido suyo, el oficial del KGB Nikolai Serguéievich Leonov. Volverían los castristas a Cuba en diciembre de 1956, internándose en la Sierra Maestra con un puñado de hombres derrotados luego del desembarco, pero, inexplicablemente, ni el Ejército ni los servicios de contrainteligencia —ya infiltrados por los comunistas— cortaron sus bases de apoyo ni consiguieron eliminar a los alzados, y Fidel Castro, ahora ayudado por los comunistas que antes sirvieron a Fulgencio Batista, repitió la historia de 1933, sólo que esta vez, en lugar de Machado, el que huyó fue Batista.
Cabe preguntar: ¿Cómo dos individuos advenedizos, sin bases de apoyo político nacional, se alzaron con los poderes del Estado y