La piel se te eriza cuando aparecen los primeros síntomas. Sabes que se avecina una jornada aún más intensa. De repente, comienza el agua por la nariz, los estornudos cada vez son más seguidos, la tos es intermitente, la fiebre ronda, los ojitos se marchitan, los berrinches se multiplican, el apetito falta, hay estrés y hay contagio.
En estos días, en casa hemos estado con gripe. Las mañanas han sido caóticas entre la fiebre alta y los llantos. Las noches han sido interminables; también la preocupación, el cansancio, las ojeras…
Cuando los hijos se enferman parece que el mundo se nos cae encima. Nada funciona, ni siquiera las pequeñas rutinas que habíamos logrado establecer, los avances en cuanto a horarios y actividades.
No hay juegos, distracciones o canciones que alivien. Hay que recurrir a la paciencia, a los besos sanadores y a las noches de desvelo entre termómetros y medicinas.
En medio del torbellino de pañuelos de papel y abrazos reconfortantes, me di cuenta de la abrumadora dificultad que era cuidar a mis pequeños cuando mi cuerpo anhelaba descanso y atención.
La experiencia para mí ha sido un espejo que refleja la complejidad de mantener el delicado equilibrio entre el cuidado de mis hijos y el autocuidado, lo cual se dificulta sin una red en la que puedas apoyarte.
Han sido días muy difíciles y me han llevado a reflexionar acerca de la resistencia, la adaptabilidad y los desafíos que enfrentamos las madres cuando la enfermedad golpea a todos en casa.
Mamá cuida de todos… ¿Quién cuida de mamá?
Los niños de por sí son demandantes y consumen mucho de nuestro tiempo. Cuando están enfermos, requieren más cuidados y atenciones. Pero ¿qué sucede cuando la persona encargada de cuidarlos también enferma?
La complejidad alcanza su punto máximo cuando tienes más de un hijo. Se sabe que cuando uno enferma, los otros enseguida se contagian. Cada uno necesita cuidados individuales y consuelo, pero mamá es una sola. Si encima de lo