LA HABANA, CUBA.- Regla Torres saltaba con su gracia morena de casi dos metros, golpeaba la pelota en los celajes y descendía con todos los flashes sobre ella. Entonces, si era un partido fácil regalaba la sonrisa más linda del deporte. Pero si el rancho estaba en llamas, Regla dejaba libre su otro yo, la fiera.
Porque el carácter siempre fue de la mano de la escuadra cubana de voli femenino, y ella era de aquellas que no se detenía a preguntar qué había que hacer. ¿Remontarles a las guapas a las rusas? Allá iba. ¿Armar el cuadrilátero contra las brasileñas? Pues ya está.
Como Magalys Carvajal, como Mireya Luis, como prácticamente todas las muchachas que conducía Eugenio George, la habanera era todo corazón. Juntas, las cubanas hicieron del voleibol un deporte colectivo con visos de disciplina de combate, y por ese camino el coraje relució frecuentemente por encima de sus virtudes técnicas.
Así, el equipo entraba en juego con arrestos de caballería mambisa. Cada acción se entendía como un toque a degüello, y cuando se trataba de cortar cabezas, lista, aparecía Regla. Que era el centro de todas las miradas por esbelta, expresiva y talentosa.
No hace falta memoria de elefante para resucitar la acción final de Sydney, esa que le dio el tricampeonato olímpico a la mejor escuadra de la historia de este juego. El bloqueo aguantó el ataque ruso, Marlenys se la pasó a Taimaris y Taimaris sirvió un pase perfecto para la corri