Delante del televisor, al escuchar la presentación de los nuevos precios del transporte y la gasolina, tuve ganas de decir: “¡Asere, dame una buena noticia!”. Deseo que, por cierto, aparece con bastante recurrencia en los últimos tiempos.
La política, entendida como el arte de gobernar, atañe a la gestión de recursos e intereses diversos. Esto implica, entre muchas otras cosas, administrar las buenas y las malas noticias.
Se debería entender que la insatisfacción de la gente es una variable de peso para tomar decisiones o corregirlas. Además, no es desatinado tomar nota de que tantas noticias difíciles pueden estar generadas por la acumulación de decisiones insuficientes, en algunos casos, y erróneas en otros.
Todo indica, hace algún tiempo, que en Cuba hay carencia de información halagüeña. Los recientes anuncios sobre el aumento de los precios de productos y servicios es un ejemplo más.
La gente necesita, hace rato, un respiro, un resquicio de esperanza, ver una luz al final del túnel, saberse parte de un proceso que implica el destino del país que se concreta en la vida cotidiana, y no sentirse meros espectadores, con más angustias que ilusiones.
La inmensa mayoría de la gente cubana necesita creer, necesita sentir que algo es verdad y que algo salió bien, necesita creer que hay un rumbo más o menos claro más allá de la tempestad, necesita sentir que su inconformidad tiene alguna respuesta en medidas concretas.
El dato verificable es que entramos mal a 2023 y peor a 2024. Mal en las variables macroeconómicas, en el acceso a alimentos, en la acumulación de basura, en la cuantía y calidad de la canasta básica, en el reverso individualista del proyecto país, en los precios de exclusión, en la esquizofrenia del discurso oficial, en el acceso al combustible, en la grosera diferencia entre la minoría que se beneficia y la mayoría que se jode, en la gente que se va, en la gente que se muere, en los nacimientos escasos.