Era el 8 de enero de 1959 y Cuba entera vestía de verde olivo. Desde Santiago hasta La Habana, millones de personas vitoreaban a los guerrilleros y aclamaban a Fidel Castro.
Habían pasado siete días desde el triunfo de la Revolución. Los barbudos entraban a la capital, luego de recorrer todo el territorio nacional. Los tanques y otros equipos blindados del ejército del dictador Fulgencio Batista sirvieron a los rebeldes para realizar la Caravana de la Libertad.
Fue un día histórico. Un mar de pueblo inundó las habaneras calles. Dicen los que tienen edad para contarlo, que en cada sitio por donde transitaban los guerrilleros, la garganta del pueblo enronquecía en un grito libertario.
En la ciudad, la ruta victoriosa se había iniciado en el Cotorro. Luego la caravana pasó frente al Castillo de Atarés. Más tarde, frente a la sede de la Marina de Guerra. Allí, atado al muelle, estaba el yate Granma. Fidel abordó la embarcación, acompañado por oficiales rebeldes.
Seguidamente, la marcha se desvío por la Avenida de Las Misiones y llegó al Palacio Presidencial. El paso triunfal se detuvo allí y Fidel pronunció vibrantes palabras desde la terraza norte. Sin escolta, se confundía entre la oleada de seguidores, a quienes les pidió que acudieran al Cuartel Columbia.
Después, los barbudos continuaron su travesí