LA HABANA, Cuba. – Ya no se cuenta en días el tiempo que pasa sin que recojan la basura. Ahora son semanas y hasta meses en los que se acumulan los desperdicios en las esquinas. Ya no se trata de basureros desbordados, como venía ocurriendo desde hace años en La Habana, sino de calles enteras sepultadas, intransitables, por montañas de desechos y podredumbre.
Así de horrible y maloliente es la actual estampa de nuestros barrios, y ninguno, ni siquiera los que antes fueran las mejores zonas de la ciudad, está a salvo del abandono.
Pero en los barrios y repartos de la periferia, como los de Arroyo Naranjo, la situación es peor, quizás porque los pocos turistas que llegan a la Isla jamás se aventuran hasta allí, y entonces no hay por qué preocuparse, mucho menos cuando la gente ha asumido el de la basura como otro más de los tantos abandonos cotidianos en que transcurren sus vidas, quizás el menos urgente cuando en las familias hay otros asuntos más graves por resolver: la comida escasa, el salario que no alcanza, la vivienda por reparar o en peligro de derrumbe y, sobre todo, los planes de emigrar en cuanto haya un chance.
“A mí qué me importa si ya en unos meses no estaré aquí”, comentan unos mientras otros se resignan a atravesar no el mar ni las selvas sino los basurales de las esquinas como si no existieran. Pocos se quejan, pocos se molestan con tanta suciedad que, al parecer, sí llegó para quedarse como parte indispensable de la “resistencia creativa”.
“Si nos adaptamos a las colas, a los apagones, igual nos adaptaremos a vivir con la basura”, así me dice un señor que pasa por mi lado y parece mucho más molesto por verme fotografiar un vertedero que por la existencia de este a solo unos metros del lugar donde acude a comprar el pan todos los días.
El problema de la basura sin recoger ha escalado hasta su momento más crítico (este en que hay más vertederos que calles transitables, en que hay más podredumbre que alimentos) y quizás lo más preocupante no es tanto la insalubridad que nos agrede a la par del hambre sino la resignación casi bestial que invade a algunos, como si eso que ya no ven ni huelen ni les produce asco formara parte de su naturaleza, de su “identidad revolucionaria”, la misma que los hizo aceptar en algún momento, sin trauma alguno, que en cada cuadra hubiera un comité, así como ahora hay un basural desbordado. A fin de cuentas se trata de lo mismo, a fin de cuentas ambos huelen igual y reciben la misma “atención”.
“Cuando no es por falta de combustible es porque no hay carros para recogerla, ahora dicen que faltan trabajadores, que están priorizando las calles principales, pero ni eso. Estoy a punto de dejar todo, hasta el CDR y toda esa basura, si no puedo resolver nada”, me dice un vecino, presidente de un Comité de Defensa de la Revolución y delegado de una circunscripción del Reparto Eléctrico, cuando le pregunto por qué ya no se recoge la basura. Él mismo está siendo afectado por un vertedero improvisado casi en la misma entrada de su casa, al que atribuye una lesión en la piel que sufre su hijo.
“Es una nube de moscas por toda la casa. Hay plaga de ratones y cucarachas en todo el reparto. Uno entra a la casa con los zapatos embarrados de basura, de agua podrida. Ya no sé ni qué hacer para quitar