LA HABANA, Cuba.- Pinar del Río tiene hoy un montón de trofeos en sus vitrinas beisboleras. Sin embargo, unas décadas atrás sus equipos eran nobles corderos que acababan indefectiblemente devorados por los lobos de aquellos diamantes.
Fue ese tiempo inicial el que le correspondió a Rodovaldo Esquivel Hernández, quien se rebeló contra el guion prestablecido (perder y perder) y les amargó unas cuantas jornadas a las poderosas escuadras de Industriales, Azucareros o Mineros.
Recuerdo que lo conocí en casa de un amigo común, el inmenso Luis Giraldo Casanova. Hasta ese entonces, poco sabía yo de Esquivel como no fuera que había sido un zurdo importante en los años previos al despegue definitivo de la escuadra occidental en los clásicos domésticos.
Era una tarde de tertulias, y entre uno y otro trago aproveché para conversar largamente con este hombre que laboró más de diez años en la EIDE provincial y por cuyas manos pasaron jugadores como el estelar relevista Liván Moinelo y el receptor Lorenzo Quintana, hoy en Ligas Menores.
Su tránsito por la pelota de casa se saldó con sólida efectividad de 2.64 limpias por juego completo en unos 700 innings de trabajo. Y como premio a ese quehacer, pudo decir adiós al béisbol con la coronación en el campeonato nacional de 1978, el primero que fue a parar a las vitrinas tabaqueras.
Unos años después de aquel encuentro en el hogar del Señor Pelotero, ya con 74 años cumplidos, Esquivel evoca para CubaNet la etapa que le tocó vivir en la mágica historia de la pelota insular.
“Jamás voy a olvidarme de ese primer triunfo de Vegueros”, me dice. “Yo me llevaré el privilegio de haber jugado al lado de Casanova, Urquiola, Giraldo González, Fernando Hernández, Juan Castro, Rogelio García, Julio Romero y Jesús Guerra, entre otras figuras legendarias”.
—¿Cómo hi