LA HABANA, Cuba. – Juan Antonio Blanco Gil fue diplomático cubano y miembro del Departamento América (dirigido por el agente de inteligencia Manuel Piñeiro, conocido como Barbarroja). A principios de los años 90 se retiró del oficialismo cubano por diferencias con el Gobierno que lo llevaron a tomar posturas reformistas. Sin embargo, pronto se dio cuenta del fracaso de este camino y se marchó de Cuba en 1997.
En el exilio ha enfocado su trabajo en denunciar la situación de derechos humanos en la Isla; entre otros, ha dirigido la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba y el Observatorio Cubano de Conflictos, ambos radicados en Miami. Actualmente preside el Laboratorio de Ideas “Cuba Siglo 21”, desde donde se promueven investigaciones, artículos, conferencias, seminarios, cursos y otras actividades que conduzcan a la transformación de la sociedad cubana.
CubaNet conversó con este académico para indagar sobre sus experiencias y anécdotas como funcionario del régimen, acerca de su escape de Cuba, los motivos de su transición política y su activismo en la actualidad. Durante la conversación, ofreció revelaciones sobre, por ejemplo, la extraña muerte de Manuel Piñeiro.
―Juan Antonio, cuando Ud. estaba en Cuba fue funcionario del régimen, fue diplomático y también trabajó en el Departamento América, el departamento de Inteligencia que dirigió Manuel Piñeiro. ¿Pudiera hablar sobre su trabajo y experiencias en estos años? ¿Cómo fue su ruptura con el régimen cubano? ¿Cómo le sirvió esa experiencia para hacer todo este trabajo de denuncia, de exposición, de investigación sobre las estrategias o los movimientos del castrismo?
―Yo fui primero profesor de Historia en un instituto tecnológico, después entré en el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, aquel que cerraron y donde todos fuimos acusados de ser diversionistas ideológicos y agentes de la CIA, según la palabra de Raúl Castro, de Tony Pérez. [Nos catalogaron como] agentes conscientes o inconscientes del enemigo. Y estuve un tiempo sin empleo después que cerraron el departamento porque no quise plegarme a los nuevos programas de estudio que ellos querían que nosotros diéramos. Mi familia era cercana, era conocida por mucha gente en Cuba. Yo venía de una familia de padres comunistas. Mi madre era muy destacada dentro del mundo del Partido Socialista Popular y desde la década de los 30 y los 40 conocía a Raúl Roa [entonces ministro de Relaciones Exteriores de Cuba]. Yo me encuentro a Raúl Roa en la calle en una circunstancia social, me pregunta dónde estoy y le digo que estoy desempleado por el problema del Departamento de Filosofía y me llevó a trabajar al MINREX.
Entré por abajo, o sea, mi primer empleo en el MINREX fue en una sala de teletipos, máquinas que estaban conectadas con todas las embajadas. Después que yo había sido profesor universitario y toda esa historia, mi trabajo era llegar temprano, ver lo que entraba por los teletipos y, según el tema, ubicarlo en unas cajuelitas que decían “Estados Unidos”, “América Latina”… que eran las cajuelas que iban para las distintas direcciones.
Al cabo de un año fue que pasé a la Dirección de Organismos Internacionales, que es la que atendía Naciones Unidas. Cuando llegué ahí no tenía ningún contenido de trabajo garantizado, sino que ellos iban a ver qué cosa tenían los otros especialistas que me fueran a dar a mí. Y uno de los especialistas tenía un file que a mí me llamó la atención, que se llamaba Movimiento de Países No Alineados, al que nadie le prestaba atención.
Entonces yo cogí el file, me lo estudié y dije: “Bueno, mira, aquí yo creo que hay un potencial para la política exterior cubana”. Yo estaba muy disgustado con lo que había estado sucediendo con la Unión Soviética, en el sentido de que sentía que el país se estaba transformando en una colonia soviética. Cuando, por ejemplo, vino esta aproximación a fines de los 60 con Moscú, la primera gente que llegó a Cuba fueron especialistas de la KGB en diversionismo ideológico y esos especialistas fueron los que estudiaron el caso del Departamento de Filosofía y de otros profesores y se encargaron de ir a las bibliotecas a estudiar los fondos que habían en las bibliotecas y a decir qué título había que sacar de la biblioteca.
Por ejemplo, para que te des cuenta hasta dónde llegó la cosa: para tú leer un discurso de Fidel Castro de antes del año 75, que todos los pasaron los rusos a bóveda, había que pedir permiso a una oficina del Consejo de Estado. Para mí, aquello era horrendo. Yo me consideraba un marxista y me consideraba un socialista y una persona de izquierda, pero nunca me consideré un peón de la Unión Soviética y un colonizado.
Y entonces traté de trabajar en aquello que me rendía a mí una satisfacción que era trabajar con países del tercer mundo y tratar de fortalecer una línea independiente o la posibilidad de una línea independiente cubana en relación con Moscú. De eso se dieron cuenta Carlos Rafael Rodríguez y [Isidoro] Malmierca padre. Y tuve muchos choques con ellos, entre ellos algunas trampitas y zancadillas a las que no voy a referirme. No vale la pena. Y al final quisieron darme una especie de jaula dorada.
Me dijeron que me iban a nombrar embajador en Ginebra. Yo les dije que no, que yo sabía que ellos querían deshacerse de mí porque era una persona incómoda en Cuba, pues mis opiniones llegaban a muchos lugares y que me iría del Ministerio. Y así fue como llegué al Departamento de América del Comité Central, que no es igual al Departamento Liberación del Ministerio del Interior.
Aunque el personal era casi el mismo y estaba dirigido por la misma persona, que era Piñeiro, el Departamento de Liberación, que se llamaba así dentro del Ministerio del Interior, era un departamento que era precisamente para apoyar los movimientos guerrilleros en América Latina.
Cuando llega esta invasión soviética, esta colonización soviética a fines de los 60, principios de los 70, no solamente el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana tuvo que someterse a los criterios rusos, sino que también el Ministerio del Interior y los demás organismos tuvieron que someterse a Moscú. A todos los ministros les ponían al lado a un asesor soviético, cuya misión era velar porque la ideología del ministro no se desviara y pasar cualquier tipo de información a la KGB de la embajada. (…)
Yo no entro al Departamento hasta el año 84, si mal no recuerdo, porque yo cuando salgo, o sea, cuando salgo o me salen, no sé cómo decirlo, del MINREX, por esa bronca que tenía con Malmierca y con Carlos Rafael, voy a parar primero a Bolivia con un cargo de colaboración económica. Lo que era el CECE en aquella época, que era Comité Estatal de Colaboración Económica, porque en Bolivia se iba a abrir la embajada y ellos querían tener embajador a un representante del CECE. Y no lo hice tan mal; vendí unas cuantas medicinas en el año que estuve ahí. Después, por problemas personales, o sea, mi padre murió y mi madre estaba ciega, tuve que virar para Cuba, y fue cuando entré a trabajar al Departamento de América.
El Departamento de América hacía inteligencia política. De las operaciones militares se encargaron las Tropas Especiales del Ministerio del Interior. Y las redes de espías propiamente hablando, la hacía la DGI (Dirección General de Inteligencia). Lo que tenía el Departamento de América, porque lo había heredado de su etapa del Departamento de Liberación, eran redes de personas de su confianza que buscaban información, influían, eran como agentes de influencia. En el caso mío, yo era analista, no era operativo de campo, como lo llamaban, field officer. (…)
Y a mí me asignaron por el tiempo que yo había estado trabajando en Naciones Unidas y además porque tenía una formación desde niño en una escuela americana, que yo analizara las relaciones con Estados Unidos. Ahora, en ese proceso, confieso que tenía una gran dosis todavía de una especie de ingenuidad en el sentido de que teníamos un conflicto con Estados Unidos. Ese conflicto con Estados Unidos no era una guerra santa, era algo que debíamos resolver. Nosotros no éramos Hamás ni éramos un grupo islámico, sino que eran diferencias que podían resolverse por vía de negociaciones. Y yo empecé a hacer propuestas a mis superiores de cómo podíamos buscar una conversación, un diálogo, una negociación con Estados Unidos y tratar de superar y llegar a acuerdos que fueran satisfactorios para ambas partes de los problemas que teníamos. Y lo cierto es que no me contestaba nadie. Yo elevaba mis documentos y mis propuestas y nadie me contestaba. Y un día tuve una gran discusión con el jefe inmediato mío, una discusión que pudo haber terminado muy mal, porque casi que nos vamos a las manos, en la que intervino el vicejefe del Departamento, que luego fue jefe del Departamento, y me llevó a hablar al parqueo conmigo privadamente.
¿Por qué me llevaba a hablar al parqueo? Porque en el Departamento de América, todos suponíamos que estábamos siendo intervenidos por audio, por la Seguridad del Estado y por el propio MINFAR, que tenía sus propios aparatos de inteligencia y que no participaba de todas las cosas que sucedían. O sea, no era, no estaban al tanto de todo y querían enterarse a través de mecanismos operativos. Por lo tanto, nadie confiaba en nadie y para poder hablar conmigo me llevó afuera. Y afuera me dijo algo que me dejó estupefacto. Me dice: “Mira, tú haces todas esas propuestas para llegar a un acuerdo con Estados Unidos, hacer concesiones mutuas, etcétera, porque tú eres nuevo aquí; pero los que llevamos aquí muchos años sabemos que a Fidel Castro no le interesan las relaciones con Estados Unidos, lo que le interesa es mantener el conflicto con Estados Unidos sin que se vaya fuera de control, porque si este conflicto se va fuera de control, entramos en guerra y entonces sí vamos a ver una situación muy fea, pero él lo que quiere es mantener esta contradicción, este conflicto, etcétera”.
Y entonces me agregó una anécdota personal. Me dijo: “Te lo digo yo que fui el jefe negociador en el grupo que fuimos a hablar con [Henry] Kissinger, cuando Kissinger le ofreció a Fidel Castro la posibilidad de llegar a un acuerdo y normalizar las relaciones levantando las sanciones”.
Estamos hablando del año 1974, que no existía la Ley Helms-Burton, o sea, lo que había era un grupo de sanciones que se habían ido acumulando desde la década de los 60. Pues, según me contó, Kissinger había dicho que podía considerar el problema del levantamiento de las sanciones fuese total o parcialmente. Y un día, Arbesú, que era el jefe de esa conversación con Kissinger, al igual que el propio Kissinger, se levantó para leer The New York Times y enterarse que fuerzas regulares en la dimensión de 25.000 hombres de las FAR habían aparecido con Katiuska y con todo, con todo su armamento, en Angola, y que habían dado un vuelco a la guerra en las últimas 24 o 48 horas con su llegada allí; lo cual hizo que Kissinger, que había hecho toda una serie de concesiones ya a La Habana, porque esa fue otra cosa que me contó, Arbesú, que Fidel pedía y pedía y pedía para ver si fastidiaba la negociación y Kissinger no estaba dispuesto a fastidiar la negociación y hacía concesiones.
La más grande de todas fue cuando dijo que las empresas americanas que tuvieran subsidiarias en terceros países podían tener comercio con Cuba desde esos terceros países. Y ahí fue cuando La Habana se llenó de Chevrolet, que eran comprados con dinero a la Junta Militar Argentina, con dinero de crédito, por supuesto, que nunca pagaron. O sea, eso entraba en el embargo hasta el día que Kissinger, como un gesto de buena voluntad, respondiendo a la presión de La Habana, levantó esas restricciones a todas las subsidiarias de Estados Unidos.
Después yo fui averiguando porque aquello por supuesto me dejó muy perplejo, y me di cuenta de que aquella historia se había repetido una y otra vez. Después de lo de Angola vino [Jimmy] Carter. Ahora puedo decirlo porque eran tres personas las que estaban en esa reunión y ya las tres están fallecidas, y la fuente que me lo dijo a mí, yo no quería ponerla en peligro, que fue Ramón de la Cruz Ochoa, que era fiscal general de la República.
Ramón de la Cruz Ochoa tenía una reunión con Fidel Castro y con Abrantes. Y en medio de esa reunión, que era asunto de ellos, de problemas internos, el jefe de la escolta, no sé si en ese momento estaba este que se murió hace poco…
―Sí. Le pasa un papel a Fidel y Fidel sonríe y le dice a su interlocutor: “Es un papel de Jimmy Carter”. Jimmy Carter acababa de salir electo presidente, pero todavía no estaba instalado en la C