Como es natural, pronto tendré que escribir sobre las últimas películas de Scorsese (Killers of the flower moon) y Ridley Scott (Napoleon), porque se suele tener la impresión de que, si no ves los últimos estrenos publicitados urbi et orbi, estás atrás del palo, desactualizado, neanderthálico. De la misma manera, se da por obligatorio echarse lo más reciente de Marvel, aunque sea para luego decir que es una tontería. En el paquete semanal hay piezas europeas, asiáticas, latinoamericanas y africanas, pero cuando la gente toma de ahí lo que estima interesante, por lo general las desdeña. Cuando alguien va a copiar películas a mi casa o me pide le lleve algunas obras buenas y le pregunto unos días más tarde, es usual que responda que ya vio aquellas producciones norteamericanas, o por lo menos con actores famosos; acerca del resto asegura las miraré luego con más calma.
No es que lo antedicho carezca de lógica: es humano seguir la corriente; buscar, por instinto, lo que resulta familiar. Todos lo hacemos, todos hemos escuchado hoy lo que quiero es despejar o bien ponme ahí cosas con el actor este, cómo se llama, el que hizo… etcétera, o, en el mejor de los casos, cópiame los Oscar de este año. Y es cierto que a veces nos arriesgamos con obras de las que no sabemos nada y a los 10 minutos ya se han revelado como cabales porquerías. Sin embargo, también lo son a menudo las películas de directores famosos y, casi siempre, los estrenos del verano pero, como queda dicho, esas sí las vemos.
Hoy quisiera romper una lanza a favor del cine de las márgenes. No solo del Tercer Mundo (concepto que, en la percepción de mucha gente acerca del séptimo arte, incluye también a Europa), sino de producciones norteamericanas con d