La humanidad ha llegado a donde está hoy a base de hacerse preguntas y encontrar respuestas. Respuestas erróneas a veces, pero útiles durante un tiempo. Hay interrogantes que han sido universalmente compartidas y otras que han partido de un único individuo. En mi opinión, ningún ser humano debería rechazar, sin considerarla antes, pregunta alguna que le venga a la mente, por rara que parezca. Digo más: creo que deberíamos alimentar concienzudamente a ese bicho interior que genera interrogantes.
Deberíamos darle valor no solo a esas: «¿Habrá vida inteligente en otra parte del universo?» o «¿Cuál es el destino de la humanidad?», sino también a cosas como: «¿Por qué no hay pepinos de malta?». Yo he hecho una listica, con algunas que tengo permanentemente en la memoria caché.
En el mundo vivo, por ejemplo:
- Antes de que se inventaran los baños de azulejos ¿dónde vivían esas guasasitas pequeñas cuyo papel en la naturaleza parece ser meramente verlo encuero a uno?
- Esas hormigas largas y negras, conocidas como «muerdeyhuye», que le caen a uno encima irremediablemente cuando nos detenemos en algún lugar que tenga al menos dos árboles medianos, ¿esperan a que uno pase para saltarle arriba, o es que resbalan y caen (o se tiran) con una abrumadora frecuencia, aunque no esté pasando ningún humano?
- ¿Por qué el perro, con un olfato que supera al nuestro por goleada, viene a joder y a pedir también cuando estoy, digamos, por ejemplo, picando col?
- ¿Cómo