LA HABANA, Cuba. – El amolador, después de agarrar los cuchillos, la tijera, me pidió que apagara el teléfono, reclamó, y con muy buenas maneras, que no lo filmara; dijo que no tenía permiso para hacer ese trabajo, que llevaba meses intentando conseguir la “dichosa licencia” pero nada… El afilador dijo luego que la piedra de amolar y todo el mecanismo que la hacía girar, era de su viejo padre, quien también fue amolador de tijeras… de todo cuanto necesitara filo.
El amolador de tijeras hacia girar la piedra, que era un círculo, con el pedal de su bicicleta. La piedra girando, girando, girando, y la tijera sobre la piedra, entre los dedos del amolador. Dedos grandes y delgados, y la piedra girando y girando, y los cuchillos sobre la piedra. Afilar, afilar, afilar… ¿Venceremos?
Mucho hemos afilado durante la historia del mundo… Afilar, afilar espadas para matar en duelos y en batallas; cuchillos para herir lo mismo al animal que a esa víctima que no es un animal, para dejarla luego también muerta, para dejarla sangrando en su propia carne. Amolar para destazar al animal.
Cuchillos para matar, tijeras para matar… la muerte. Y en todo eso pensaba yo mientras el amolador hacía girar la piedra de perfecta redondez, y mientras soltaban las tijeras, los cuchillos, sus destellos brillantes, sus destellos de luz. Amolar, amolar, soplar la pequeña filarmónica. Amolar, afilar las tije