LA HABANA, Cuba. – Agotada su vida útil, al parecer a Víctor Manuel Rocha lo “quemaron” como agente sus propios jefes en Cuba a cambio de algo que aún no se ha dicho por ninguna de las partes involucradas. Un caso similar sucedió con el desmantelamiento de la Red Avispa en 1998, cuando Fidel Castro, necesitado con urgencia de un acercamiento con el gobierno de Bill Clinton, además de preocupado por su seguridad personal, filtró la información sobre sus espías al FBI.
En aquella ocasión fue el escritor Gabriel García Márquez el encargado, por el propio dictador, de poner los expedientes en manos del presidente de Estados Unidos, aprovechando una cena a la que fue invitado en Washington.
Eran días en que, desaparecido el apoyo económico y militar de la extinta Unión Soviética, a Fidel Castro no le quedó otro remedio que inventarse nuevas alianzas, de ahí los numerosos e inusuales viajes al exterior, la participación en reuniones y cumbres incluso en Europa, y el cambio de su típico uniforme militar por trajes de alta costura.
La visita del papa Juan Pablo II ese mismo año del desmantelamiento de la Red Avispa, 1998, fue una jugada de limpieza de imagen ante el mundo pero sobre todo un mensaje de “cambio” cuyo destinatario principal era Estados Unidos, a quien la dictadura necesitaba más que nada para neutralizar las amenazas de seguridad provenientes de los grupos opositores radicados fundamentalmente en Florida.
Como jugada de riesgo, la quema de la Red Avispa fue un fracaso en tanto no resultó en lo que esperaban los mismos que la armaron. El sueño de Fidel Castro era mantener una colaboración constante con el FBI, usando a sus espías en territorio estadounidense bajo una especie de “licencia secreta”, pero le fallaron los cálculos con la Casa Blanca, de ahí el arrebato de rabia que más tarde, en 1999, canalizara en el asunto del niño Elián González, una movida política de Castro que tenía como propósito por una parte poner en crisis a una Casa Blanca que, al parecer, no habría cumplido lo prometido y, por otra, recuperar crédito al interior de las fuerzas oficialistas después de la quema de la Red Avispa.
Cinco de los espías fueron a prisión, otros hicieron tratos con el FBI y al menos un par de ellos salvaron el pellejo volviéndose a tiempo a Cuba, entre estos Olga Salanueva, esposa de René González, de la que después, contrario a lo que afirmaba oficialmente el Gobierno cubano, se supo que sí era agent