LA HABANA, Cuba.- Escribir de la derrota tiende a ser enervante. La pluma saca fuerzas de la angustia, el cielo se hace gris y la luz baja. Silencio, por favor. Cayó un guerrero.
El sábado, en Florida, Cuba vio perder su corona a Robeisy Ramírez. El boxeador cienfueguero fue inferior a un mexicano alto como un pino al cual hirió, pero nunca remató. Lo tuvo a su merced, y sospecho que lo dio por muerto antes de tiempo.
En efecto, no es descabellado entender que al cubano lo derrotó su autoconfianza. El propio gladiador azteca había advertido que se sentía menospreciado por el equipo técnico del “Tren”, y la rabia embridada durante semanas la desató en un round final donde tiró todos los golpes de este mundo.
El combate, por ende, derivó en baño de humildad, y ahora toca recomenzar (casi) desde cero. One-two, one-two, one-two. Otra vez a la suiza, el shadow boxing, los sparrings, el sacrificio permanente en aras de la gloria. Jab, recto, down, volado, corte en la ceja, moretón en el pómulo, uppercut… En fin, el mar del cuadrilátero.
A mí siempre me gustó ver boxear a Robeisy. Me atraía porque era fajarín, gallito bravo de la vieja escuela en que los púgiles preferí