Niñito de las canteras. Foto: Ortelio González Martínez
I
“Los pozos y las canteras de la zona se han tragado a mucha gente, a niños desobedientes que no les hacían caso a sus madres, a sus abuelas. Se fugaban de la escuela para ir a bañarse sin permiso en las pocetas y después no regresaban, porque se cayeron en el pozo o la propia cantera se los tragó”. Eran los cuentos, las armas, que utilizaban para que los muchachos del barrio no salieran más allá del perímetro del vecindario.
Niñito, que se puede decir que nació en la misma cantera, en una casa que todavía existe al lado del molino triturador de piedras, Maximiliano Reinoso; Niñito, que no era muy disciplinado en la escuela y en cuanto pudo se fue a la EIDE Marina Samuel Nobles, en la ciudad de Ciego de Ávila, a tirar piñazos; Niñito, dejó el boxeo y acudió al llamado de las canteras, sin creer en aquellos cuentos tenebrosos de madres y abuelas.
En más de una ocasión, Niñito —Yosvany Camejo Rodríguez, 31 años de edad— llegaba a la casa con las rodillas magulladas y los dedos a punto de sangrar por alguna caída o por trepar las escarpadas.
Más tarde, cuando la edad le aumentó la estatura, se decidió por operar el cargador de la cantera, allá abajo permanece, sumergido como a 15 o 20 metros, en un hueco que da calor y nubla la vista por la propia blancura de la caliza.
Quiso la casualidad que el día de la visita —sin aviso previo— no estuviera la totalidad de los camiones “tirando” material para allá arriba, donde está el molino.
Él, a bordo del cargador chino Liugong, de cinco toneladas de peso, con el cual lleva nueve años de trabajo duro e ininterrumpidos, tuvo tiempo para atender al recién llegado; movió una de las palancas y el equipo obedeció, bajó el cuello de jirafa y el balde o cubo, con cinco metros cúbicos de material, descansó encima de una de las rocas. Apagó el motor y habló sin querer hablar, antes de la llegada del próximo camión.
II
El cargador es lo único que lo protege del sol, la lluvia y de ese polvillo fino que entra por la nariz y llega hasta los pulmones.
Y es, a la vez, el propio cargador el que te va carcomiendo, te humilla, te afecta la salud, con el choque brusco del cubo contra las piedras y el operador encima del equipo sin dejarse dominar, con las manos asidas al timón o a las palancas.
No es que sea incómodo; es que los golpes secos te estremecen, te corren por las manos, los antebrazos, los hombros y llegan a la columna, y a todo el cuerpo y te “desarma”, como le sucedió a Habana, un hombre no tan joven, tampoco tan viejo, que está de certificado en la casa por culpa del cargador y los golpes secos contra la roca.
Y Habana ya no puede competir amigablemente con Niñito, cuando ambos se liaban en fratricida porfía por ver quien llenaba más camiones. Habana era más joven y su contrincante y el cargador también. Habana no bajaba ni a orinar. Niñito lo imitaba.
Una vez comenz