El primer movimiento revolucionario organizado en Cuba con el objetivo declarado de lograr la independencia de España, mediante un levantamiento armado, fue el denominado Soles y Rayos de Bolívar, que abortó en 1823, cuya significación merece ser reevaluada en su bicentenario. Sólo después de iniciada la tercera década del siglo XIX fue que las condiciones maduraron lo suficiente para el surgimiento de este movimiento que declaró sin ambages su propósito de conseguir la independencia de España, lo que fue establecido sin vacilación en sus proclamas y acciones.
Las condiciones favorables para su desarrollo surgieron durante el trienio liberal (1820-1823) en España, cuando criollos de diferentes estratos sociales, en su mayoría del occidente y centro de la Isla, pudieron vertebrar las primeras organizaciones secretas y logias masónicas dirigidas a difundir nuevas ideas y subvertir el orden existente. Ello ocurrió antes que el padre Félix Varela se inclinara por la independencia, en septiembre de 1823, después del fracaso de la conspiración de los Soles y Rayos y del restablecimiento del absolutismo por Fernando VII.
Muchos historiadores han minimizado la importancia histórica de este movimiento revolucionario encabezado por José Francisco Lemus, un rico comerciante habanero, al considerarlo fruto del proselitismo de un reducido grupo de emigrados hispanoamericanos establecidos en Cuba y de las aspiraciones expansionistas de la llamada gran Colombia. Estas tesis tienen su origen en la posturas pro españolas de los reformistas criollos de entonces, entre ellos Domingo del Monte, quien escribió que era una conspiración fomentada “por los de la América del Sur” e integrado por unos pocos “hombres insignificantes, sin arraigo, ni nombradía honesta de ninguna clase, sin mérito particular que los distinguiese […y sin respaldo] en la masa de la población cubana.”[1]
Una parte apreciable de la historiografía, dejándose llevar por los criterios de la elite criolla occidental, sumado al testimonio del guayaquileño Vicente Rocafuerte, ha considerado que la conspiración fue organizada por Colombia a través de sus emisarios y residentes hispanoamericanos en Cuba. A exagerar la labor de esos emigrados también contribuyó el capitán general de Cuba Dionisio Vives, quien difundió la versión de que era obra de agentes extranjeros, con la finalidad de ocultar la virulencia separatista en la Isla y el papel protagónico de los cubanos.
En las actas de los interrogatorios a los detenidos por el complot separatista, recogidas por Roque Garrigó, principal investigador del tema, no hay mención alguna a esos hispanoamericanos, ni tampoco que dependiera de expediciones o recursos procedentes de Colombia. El propio historiador consideró que el financiamiento provenía “exclusivamente de los recursos personales de los jefes de la conspiración, ya que entre ellos figuraban lo más conspícuo de la población cubana de aquellos días.” [2]
A pesar de los clichés estampados en la historiografía, los miembros de Soles y Rayos se proponían desencadenar una sublevación armada simultánea en distintas localidades cubanas y ocupar el poder, sin depender de una expedición militar de la República de Colombia, algo imposible entonces para este país norandino. La influencia bolivariana procedía de la admiración por el singular papel de del Libertador en el proceso emancipador continental, por lo que pusieron su apellido a una de las logias y por extensión se aplicó a todo el movimiento.
Para intentar demostrar que la conjura fue vertebrada por agentes colombianos se mencionan las visitas a Cuba de Barrientos, un misterioso representante de Colombia, cuyo nombre incluso se desconoce, y la del capitán de granaderos del Libertador Antonio Jurado, que residió en la Isla hasta septiembre de 1822. Es lógico que el gobierno de Bogotá estuviera interesado en promover una rebelión independentista en la mayor de las Antillas, que disminuyera la presión militar sobre su territorio, y que con frecuencia buques corsarios de este país atacaran las costas cubanas y embarcaciones españolas, a la vez que difundían propaganda revolucionaria.
Pero ello no quiere decir que entre 1821 y 1823 se estuviera preparando una expedición militar a Cuba, algo entonces impracticable para Colombia en plena guerra contra las tropas realistas en su propio territorio. De ahí la sorpresa de Francisco de Paula Santander, vicepresidente de esta república, al conocer las detenciones, como muestra lo que escribió a Bolívar el 5 de noviembre de 1823: “En la isla de Cuba se ha descubierto en el mes anterior una conspiración por la independencia. Se asegura que los ricos propietarios estaban en el plan: he visto esta nueva en los mismos papeles de La Habana.”[3]
El líder del movimiento revolucionario era Lemus, muy conocido por su relevante papel en los enfrentamientos callejeros ocurridos en La Habana entre los criollos, catalogados de o´reillynos o yuquinos, y los españoles piñeristas, esto es, liberales colonialistas. Lemus tenía negocios en Estados Unidos y Nueva España, que lo obligaban a viajar con frecuencia al exterior y gozaba de gran prestigio como oficial del cuerpo de reales guardias, conocimientos militares que le permitieron sobresalir como instructor de milicias criollas, que funcionaban segregadas de las españolas.
Su influencia sobre estas fuerzas, nutridas de blancos, mulatos y negros, se reveló en los acontecimientos que estremecieron La Habana en diciembre de 1822 cuando apareció al frente de las milicias, en su mayoría procedentes de extramuros, concentradas con sus armas en la Plaza del Vapor y en los alrededores de la ciudad. La movilización era contra los voluntarios españoles, apoyados por la oficialidad permanente peninsular, insubordinados al capitán general Sebastián Kindelán, quienes llevaban “cucharas de palo al pecho como en símbolo o señal de beber con ellas la sangre de los criollos” [4] y pedían la cabeza de Lemus.
En ese crispado ambiente, en momentos que a nivel continental era irreversible el movimiento libertador, se escuchó por primera vez en las calles de la capital los gritos de ¡Mueran los godos! y ¡Viva la Independencia! Además, muchos criollos incitaban a Lemus a que rompiera con España con el apoyo de “los hijos del país y de los naturales de Canarias”.[5]
Fue precisamente la movilización de estas tropas lo que evitó una guerra entre ambos bandos y la caída del capitán general Kindelán, como reconoció más tarde Vives, su sucesor en el cargo: “La conducta de los habaneros en esa circunstancia fue la de rodearse al gobierno, reuniéndose además en varios puntos inmediatos, para sostenerlo á todo trance; durante aquella noche estuvo, en el hecho depuesto el Capitán general.”[6]
Los enfrentamientos entre españoles y criollos que venían escalando desde hacía meses, tanto en las calles como en los debates de la prensa, unido al retroceso en los derechos alcanzados con la constitución gaditana por el inminente retorno del absolutismo, sumado al creciente influjo de los avances del movimiento de liberación continental, contribuyeron a acelerar el proceso de formación de la conciencia nacional en una buena parte de la población cubana, delimitando como nunca antes, los campos entre los naturales del país y los peninsulares. También la demostración de fuerza de los criollos en la crisis de principios de diciembre de 1822, mostró que el camino de la lucha armada era el único posible para alcanzar la independencia de Cuba.
Muchos historiadores aseguran sin mucho fundamento que Lemus era un agente colombiano, basándose en sus primeras declaraciones tras ser detenido en Guanabacoa por las autoridades coloniales. En el interrogatorio efectuado a Lemus en el Castillo del Príncipe, el 19 de agost