En Cuba, los lácteos y la carne son alimentos que van quedando en el recuerdo de los más adultos y desapareciendo del imaginario culinario de las generaciones más recientes.
Hace un par de años circulaba en Facebook un meme sobre una madre que iba paseando con su hijo y encontraban un cartel con la imagen de una vaca. El niño, curioso, le hacía preguntas sobre el animal y ella le iba explicando. A la mención de la leche, la carne y lácteos derivados, el pequeño ni se inmutaba, eran cosas desconocidas para él. Finalmente, le dice que la vaca se alimenta de hierba y el niño, con los ojos muy abiertos y expresión de hambre, exclama: «¡Hierba, mamá! ¡Qué rica la hierba!».
En aquel momento, nos reíamos de un meme nacido para paliar la cruda cotidianidad del cubano. No muchos pensamos que en poco tiempo podría llegar a ser la realidad de nuestros hijos. Sin embargo, la desaparición de estos productos ha sido una tendencia en aumento desde los mismos años iniciales de la Revolución. Quienes nacieron antes o a principio de la década de los cincuenta recuerdan que los establecimientos cárnicos solían estar abastecidos con diversas carnes, varios tipos de corte y calidad, que incluían filet mignon, falda de ternera para sopa, pavo para Navidad y tasajo de caballo.
En 1958, el consumo de la carne de res en Cuba ocupó el tercer lugar en el área de América Latina, solo detrás de Argentina y Uruguay. Según los registros de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en esa fecha Cuba poseía más de 6 millones de cabezas de ganado vacuno, lo que significaba aproximadamente una vaca por habitante; el país triplicaba el promedio mundial de 0.32 bovino per cápita. La ganadería, siendo extensiva, constituía el segundo rubro económico agrícola, lo que permitía autoabastecerse y exportar el excedente.
No obstante, debido a las fallidas políticas gubernamentales y al tipo de Estado impuesto en Cuba desde 1959, la cantidad de ganado se redujo no solo a la mitad, sino que es menor incluso a los números reportados hace un siglo en la isla. Esto ha provocado que de ser uno de los países líderes en la ingesta de carne de res hayamos llegado a tener un índice mucho más bajo que Haití, Etiopía y Ruanda en su consumo.
Asimismo, el país se autoabastecía de carne de cerdo, pollo, pescados y mariscos; a pesar de que se culpaba a la privatización de la tierra de que fuera necesario importar casi 30 % de los alimentos que se consumían. Las dos reformas agrarias, en 1959 y en 1963, concentraron más del 75 % de las tierras en manos del Estado, quien pasó a funcionar como un gran y único latifundista. Como resultado, más de seis décadas después, Cuba se ve obligada a importar más del 80 % de sus alimentos.
Pero, ¿a dónde van a parar tales importaciones? A finales de septiembre, el ministro cubano de Economía y Planificación Alejandro Gil reconocía públicamente en la Mesa Redonda que los productos de la libreta de abastecimiento son importados en su totalidad. Alimentos que, como también admitió, son insuficientes y no cubren en lo absoluto la dieta de la población.
Por su lado, José Luis Tapia Fonseca, vice primer ministro cubano, declaró que en la primera mitad de 2023 el Estado solo pudo garantizar 347 gramos de proteína animal, casi 100 gramos menos que en 2022. Las cifras demuestran el total incumplimiento de las promesas gubernamentales en materia de alimentación, ya que en 2019 la máxima dirigencia del país juró garantizar cinco kilogramos de proteína animal mensuales per cápita repartidos en dos kilogramos de carne porcina, dos kilogramos de ganado menor y un kilogramo de aves.
A pesar de ello, varios medios de comunicación oficiales reportan con orgullo