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Dossier: La Doctrina Monroe y su vigencia 200 años después

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La “doctrina” Monroe; la sagrada doctrina imperial

Eduardo Torres-Cuevas

La llamada “doctrina” Monroe, conocida por la célebre frase “América para los americanos”, no constituye una expresión aislada, sino que es hija de una concepción imperial nacida en los orígenes políticos de los Estados Unidos. Forma parte de una cosmovisión que incluye otras expresiones sistémicas como las de “la frontera corrediza”, la “espera paciente”, el “destino manifiesto” y, en especial para Cuba, la de la “Fruta Madura”. En todas estas expresiones de la filosofía pragmática norteamericana la mayor de Las Antillas resultó, hasta nuestros días, un eslabón primario y fundamental en la idea imperial. Por esas razones, mientras Europa se desangraba en sus contradicciones territoriales y expansionistas, allende el Atlántico se iba conformando la potencia que hoy domina al mundo. Por esas razones fue por Cuba y por México por donde nació, se proyectó y definió en lo simbólico, económico y geopolítico la doctrina imperial.

En 1889, José Martí es el primer pensador universal que con más profundidad vio el alcance y coherencia de la sagrada doctrina imperial, sustento del “sueño norteamericano”. El apóstol cubano establece la ligazón ideológica de las distintas manifestaciones que, durante el siglo XIX, conformaron el pensamiento expansionista de un imperio de nuevo tipo que se basa en el concepto abstracto y manipulable de Libertad. Luego de expresar: “Desde la cuna soñó en estos dominios el pueblo del Norte”,1 acopla, en proceso histórico, las ideas de Jefferson, la “visión profética” de Clay, “la gran luz del Norte” de Webster, y “el fin es cierto y el comercio tributario” de Summer. En este escrito reproduce una frase del verso de Sewall “que va de boca en boca”, y que expresa “vuestro es el continente entero y sin límites”. A este añade la idea de la Everett de la “unificación continental” y la de Douglas de la “unión comercial”, para concluir:
…y cuando un pueblo rapaz de raíz, criado en la esperanza y certidumbre de la posesión del continente, llega a serlo, con la espuela de los celos de Europa y de su ambición de pueblo universal, como la garantía indispensable de su poder futuro, y el mercado obligatorio y único de la producción falsa que cree necesario mantener, y aumentar para que no decaigan su influjo y su fausto, urge ponerle cuantos frenos se puedan fraguar, con el pudor de las ideas, el aumento rápido y hábil de los intereses opuestos, el ajuste franco y pronto de cuantos tengan la misma razón de temer, y la declaración de la verdad. La simpatía por los pueblos libres dura hasta que hacen traición a la libertad; o ponen en riesgo la de nuestra patria.2

De un modo u otro, ya sea en el comercio o en los sagrados cánones religiosos, la Doctrina Monroe nada sumergida en los cánones de la ideología norteamericana. Esta certidumbre martiana, sobre el proceso expansionista norteamericano y sus motivaciones queda demostrada en los documentos que existen a lo largo de la historia de los Estados Unidos. En el momento de la independencia de las Trece Colonias Inglesas de Norteamérica, uno de los más sagaces políticos españoles, Pedro Pablo Abarca y Bolea, X Conde de Aranda, representante de España en los tratados de independencia de estas colonias y que dieron nacimiento a los Estados Unidos, escribe:

Las colonias americanas [las colonias inglesas de Norteamérica] han quedado independientes: este es mi dolor y recelo […] Esta república federativa [Estados Unidos] ha nacido, digámoslo pigmeo porque le han formado y dado el ser dos potencias poderosas, como lo son España y Francia […] Mañana serán gigantes, conforme vayan configurando su constitución y después un coloso irresistible en aquellas regiones. En este estado se olvidarán de los beneficios que han recibido de ambas potencias y no pensarán más que en su engrandecimiento […]. Engrandecida dicha potencia anglo-americana debemos creer que sus primeras miras se dirigirán a la posesión entera de las Floridas para dominar el seno mejicano. Dado este paso no solo nos interrumpirá el comercio de Méjico siempre que quisiera, sino que aspirará a la conquista de aquel vasto imperio

[…]. Esto, Señor, no son temores vanos sino un pronóstico verdadero de lo que ha de suceder infaliblemente dentro de algunos años. 3

Aranda observa que el estado naciente se ha dado el nombre “patricio de América”, con lo cual no establece límites a su espacio en el nuevo mundo. La primera expansión territorial norteamericana se hizo hacia el sur, en particular sobre dos regiones históricamente vinculadas a Cuba, La Luisiana y las dos Floridas, pertenecientes al mundo latino americano y no al anglosajón. La Luisiana estuvo bajo la soberanía española de 1763 a 1800. Durante esos años estuvo subordinada, en lo político, militar y religioso a La Habana. El intercambio entre los puertos de Nueva Orleans y de la capital cubana era intenso. El 20 de diciembre de 1803, Napoleón Bonaparte, emperador de los franceses, vende este territorio por 15 millones de dólares, a Estados Unidos. El conflicto dejó de ser europeo para convertirse en americano. Por primera vez, la naciente potencia anglosajona llegaba al Golfo de México. Una importante población criolla, de origen franco-hispano, emigró a Cuba y, otra, no menos importante, mantuvo en ese territorio aspiraciones políticas diferentes al dominio anglosajón 4.

El caso de Las Floridas fue más complejo y más cercano a Cuba, pues en 1763, como consecuencia de la Guerra de los Siete Años, pasaron al dominio británico. El territorio fue dividido en dos partes, la Florida Occidental, con capital en San Agustín, y la Florida Oriental, con capital en Pensacola. En 1779, durante la guerra de independencia de los Estados Unidos, España reconquistó los territorios de ambas Floridas, las que quedaron subordinadas a la Capitanía General de Cuba con sede en La Habana. San Agustín, capital de la Florida Occidental, que limitaba los territorios españoles de los anglosajones, estuvo defendida por el Regimiento de Fijos de La Habana, uno de cuyos jefes fue el teniente coronel Bartolomé Morales y Ramírez (1737-¿?), abuelo de Félix Varela. El padre de este último, el teniente Francisco Varela, también pertenecía al Regimiento. En San Agustín se formó y estudió Félix Varela, bajo la dirección del sacerdote irlandés Miguel O’Reilly, quien le enseñó música, religión y, sobre todo, le inculcó los sentimientos y las ideas patrióticas.

Entre 1808 y 1817, período de inicio de las independencias hispanoamericanas, convergen en las dos Floridas diversos intereses continentales. El tercer presidente norteamericano Thomas Jefferson (1743- 1826), es el primero en expresar abiertamente las intenciones de su nación en la conquista territorial de los espacios españoles en América, sobre la base de lo que sería conocido como “la doctrina de la espera paciente”. El 26 de enero de 1786 escribe: “debemos preocuparnos por no ejercer demasiado pronto una presión sobre los españoles […] mi miedo es solo que los españoles sean demasiado débiles para conservar esas posesiones hasta el momento en que nuestra población sea lo suficientemente progresiva para írselas quitando pedazo a pedazo”.5

Jefferson concentró sus esfuerzos sobre Las Floridas. Entre 1808 y 1810 promueven un movimiento en la Florida Occidental. Al norte de Vacapilatca, insurgentes floridanos de origen anglosajón, proclaman la República de Las Floridas, independiente de España. Al mismo tiempo, los legítimos y originarios habitantes de la región, los indios seminolas, prácticamente llegan a recuperar todo el territorio de la Península. Para el presidente de los Estados Unidos ese era el momento para quitarle a España ese pedazo de su imperio. En noviembre de 1805 escribe Jefferson: “La Florida Oriental y la Occidental y luego la isla de Cuba […] serán presa fácil” 6 Tropas norteamericanas invaden y ocupan parte del territorio. Sobre este proceso de conquista, el embajador español, Luis de Onís González Vara (1762- 1827), comenta los métodos de conquista, que han tenido un carácter permanente en el accionar de la potencia del norte:

Los medios que se adoptan para preparar la ejecución de ese plan son los mismos que Bonaparte y la república romana adoptaron para todas sus conquistas: la seducción, la intriga, los emisarios, sembrar y alimentar las disensiones […] favorecer la guerra civil, y dar auxilio en armas y municiones a los insurgentes […] y verificado esto, hicieron entrar tropas bajo el pretexto de que nosotros no estábamos en estado de apaciguarlos, y se apoderaron de parte de aquella provincia.7

Mientras en La Habana se continuaba observando a La Florida Occidental como parte integrante de su área de influencia, España firmaba, en 1819, el Tratado Adams-Onís, o Tratado Transcontinental, que le cedió estas regiones a Estados Unidos. A finales de 1821 se consumaba la ocupación norteamericana en Las Floridas, cesando el control político de Cuba sobre esos territorios. La Florida Occidental apuntaba como un dedo amenazador hacia el territorio cubano.
Estos primeros pasos expansionistas eran la expresión de la visión que se había conformado en los políticos norteamericanos y que llevarían a la “doctrina” Monroe y a sus colorarios. En 1800, la expresó el presidente Thomas Jefferson:

Aunque con alguna dificultad [España] consentirá también en que se agregue Cuba a nuestra Unión [Estados Unidos], a fin de que no ayudemos a Méjico y las demás provincias. Eso sería un buen precio. Entonces yo haría levantar en la parte más remota al sur de la Isla una columna que llevase la inscripción NEC PLUS ULTRA, como para indicar que allí estaría el límite, de donde no puede pasarse, de nuestras adquisiciones en ese rumbo”.8

Este sería, según Jefferson, “el imperio más vasto que jamás se ha visto en el mundo desde la creación”. 9 Es el propio tercer presidente de los Estados Unidos quien cataloga de imperio las aspiraciones norteamericanas; y no un imperio más, sino el más grande en la historia del mundo. Años después y sobre ello volveremos, esta pretensión fue denominada el “Destino manifiesto”.

Pocos años más tarde, reafirma estas ideas en carta precisamente a James Monroe (1758-1831), autor de la doctrina que lleva su apellido:

Confieso francamente que siempre miré a Cuba como la adquisición más interesante que pueda nunca hacerse a nuestro sistema de estados. La dominación que esta isla, en unión de la Punta de Florida, podría darnos sobre el Golfo de Méjico y los países y el istmo bañado por sus aguas, llenaría la medida de nuestro bienestar político.10

El estrecho nexo de continuidad entre el tercer presidente de los Estados Unidos, Jefferson; el cuarto, James Madison que había sido el secretario de estado de Jefferson y James Monroe que a su vez había sido secretario de estado de Madison, explica la línea de continuidad de los tres forjadores del imperio norteamericano. La correspondencia de Monroe con Jefferson y Madison es harto explícita para comprender paso a paso la política coherente de los tres.

Cuba se convirtió, desde entonces, en el centro de un debate político interno en los Estados Unidos y en una concepción geopolítica determinante en el futuro de la América Hispana. Según Jefferson y sus sucesores, geográficamente Cuba era parte territorial de los Estados Unidos. En esta primera fase de la elaboración imperial, la incorporación de Cuba a los Estados Unidos era la garantía de su dominio en el Caribe y en el propio istmo de Panamá, que aunque no tenía el canal marítimo, por ser la zona más estrecha entre el Atlántico y el Pacífico constituía la ruta comercial más importante entre los dos océanos. Por tanto, el destino de Cuba era visto de modo diferente al destino del resto de Hispanoamérica. He aquí el origen de la estrategia norteamericana para el Caribe y para su expansión dominadora no solo de América sino también enrumbada, a fines del siglo XIX, hacia Asia.

El destino de Cuba se convertía en un problema trascendental para la futura conformación política de América. En realidad, en la mayor de Las Antillas se venían construyendo, desde su propia historia y cultura, proyectos independientes y fuertemente confrontados entre sí. Desde 1763 se inició un proceso económico de transformación, tanto de la estructura agraria como de la constante renovación de la tecnología de los ingenios azucareros. En 1818 se introduce la máquina de vapor en estas fábricas de azúcar. Este símbolo de la revolución industrial se introduce en el país antes que en la propia España y el resto de Latinoamérica. Lo mismo sucede con la introducción del ferrocarril en 1836, convirtiéndose el país en el sexto del mundo en tener los Caminos de Hierro. En particular la liberación del comercio convirtió al puerto de La Habana en el más importante de América Latina. Incluso, la ciudad alcanzaba en población, comercio y urbanización, cifras superiores a las de la ciudad y el puerto norteamericanos de Nueva York. Paralelo a ello se desarrolló un intenso movimiento científico, literario y social, que dieron vida a un pensamiento propio iniciado por Agustín Caballero con su obra Filosofía electiva. Diversas figuras de destaque tenían dispensa papal para leer los libros prohibidos. El activo comercio con los más diversos países permitió que en la Isla entrara una mercancía de especial valor, los libros, documentos, revistas y periódicos de las principales capitales del mundo occidental. Autores como Francisco de Arango y Parreño, ya habían formulado un proyecto propio para, incluso, cuando la esclavitud fuera abolida.

Desde 1808 las más diversas posiciones políticas se debatían en la Isla. En particular los jóvenes cubanos contaban con una universidad y un centro creador del pensamiento propio, el Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio. En este, autores como Félix Varela y Justo Vélez dieron forma a un pensamiento propio que transformaba el sentimiento del criollo en el pensamiento del cubano. Las coyunturas históricas desarrolladas entre 1808 y 1823 propiciaron un activo movimiento de diversas manifestaciones, como la conspiración de Morales en Bayamo, la de Román de la Luz en La Habana, y la de Aponte con manifestaciones en diversas partes del país. En 1823 se descubre, por las autoridades españolas, la primera conspiración que se propone la creación de la república independiente de Cubanacán.11 Lo que asombró a las autoridades españolas era la extensión de la misma y el número de implicados en ella. Se trataba de la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar, nacida y desarrollada por los cubanos y que tenía nexos estrechos con el movimiento bolivariano y con México. El fiscal en el juicio por esta causa, Francisco Hernández de la Joya, afirma que la conspiración había estado formada en “el mayor número de encausados por jóvenes irreflexivos e incautos y candorosos campesino”.12

Si algo se hizo evidente es que el pueblo de la Isla tenía sus tradiciones, costumbres, hábitos y cultura propios; que en este período había crecido la comprensión y los fundamentos de su propia identidad, existía una conciencia naciente de esa identidad y de las potencialidades para labrar su propio destino. Ello, necesariamente, conllevaba una confrontación de ideas. A diferencia de las Floridas y de La Luisiana, de amplios espacios no colonizados y de la ausencia del trabajo sistemático en la construcción de una cultura propia, Cuba se presentaba con un poblamiento, una economía y una cultura que no hacía posible accionar como se había hecho en aquellos territorios.

Los conspiradores cubanos se movieron durante este año de 1823 en búsqueda del apoyo efectivo de la gran Colombia y de México. Las esferas de poder norteamericanas dejaron definida su posición en contra de cualquier acción que estuviera dirigida a la independencia de Cuba o a su incorporación a cualquiera de las naciones surgidas en América Latina. Expresaron que “el primer deseo del gobierno [de los Estados Unidos] era la continuación de la unión política de la Isla con España”.13

John Quincy Adams (1767-1848), entonces secretario de estado del gabinete del presidente Monroe expresaba en abril de 1823:

La dominante posición que ocupa en el Golfo de México y el mar de las Antillas el carácter de su población, su posición en mitad del camino de la costa meridional de los Estados Unidos y Santo Domingo; su vasto y abrigado puerto de la Habana, […] todo esto se combina para darle tal importancia a Cuba en el conjunto de intereses nacionales de los Estados unidos, que no hay ningún otro territorio extranjero que pueda comparársele.

Los vínculo que unen los Estados Unidos con Cuba –geográficos, comerciales, políticos, etcétera- son tan fuertes que cuando se echa una mirada hacia el probable rumbo de los acontecimientos en los próximo cincuenta años, es imposible resistir a la convicción de que la anexión de Cuba a la República norteamericana será indispensable para la existencia e integridad de la Unión.

La anexión sin embargo no podría realizarse en estos momentos […] Hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física, y así como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede, aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, es incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana y solo hacia ella. A la unión misma, por su parte, le será imposible a virtud de la propia ley dejar de admitirla en su seno”.14

Esta “doctrina” se conoció como de la Fruta Madura y expresaba una intención definida como la espera paciente. Sus bases eran geopolíticas y no tenían en cuenta las profundas diferencias históricas, culturales y de otra índole existentes entre ambos pueblos. Sí eran conscientes de la complejidad que se les presentaba para poder anexarse el archipiélago cubano.

Quincy Adams no hacía más que reafirmar la doctrina de su presidente, James
Monroe, continuadora de la de sus predecesores Jefferson y Madison conocida como la Doctrina Monroe, la cual tenía amplias pretensiones. En este caso el peligro de una separación de Cuba de España no provenía de las nacientes naciones latinoamericanas; provenía de las pretensiones inglesas que ya se desarrollaban en el sur del continente. Negociaciones van y negociaciones vienen y el 2 de diciembre del mismo año, Monroe hace explícita la tesis definidora de “América para los americanos”. Excluía a todas las potencias europeas pero iba directamente dirigida a la Gran Bretaña, el principal obstáculo para las ideas de dominio absoluto del continente. Aún estaba en mente la guerra que había librado los Estados Unidos con Inglaterra entre 1812 y 1815 siendo secretario de estado Monroe. Su doctrina aplicada de forma explícita; a veces, con sutilezas diplomáticas permaneció en la esencia política de los Estados Unidos hasta nuestros días.

La llamada “Doctrina Monroe” se sostenía en otras expresiones del expansionismo norteamericano, en particular una complementaria, la del Destino Manifiesto. Esta última nace desde los mismos tiempos de la colonización inglesa en Norteamérica. Formó parte del llamado “Mito de las fronteras”, según el cual la frontera heredada por los Estados Unidos de las Trece Colonias Inglesas de Norteamérica, no era estática; era corrediza. En la medida en que se avanzaba en la conquista de los territorios continentales, la frontera avanzaba para dejar en el interior del territorio norteamericano, los nuevos espacios conquistados. El avance norteamericano llevó a su guerra con México, entre 1845 y 1848, que les permitió arrebatarle a la república azteca más de la mitad de su territorio. Ahora la frontera se corrió hasta el Rio Bravo.

El Destino Manifiesto, voraz doctrina de conquista territorial, era y se sostenía, sin embargo sobre un principio religioso: el destino de los Estados Unidos era por la voluntad “divina” es decir de Dios. Esa nación estaba predestinada a avanzar hasta convertir a toda América en su espacio vital. El concepto fue expresado por el periodista John Louis O’Sullivan (1813-1895) en agosto de 1845:

El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extenderse por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia [Dios], para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”.15

En otro artículo del mismo O’ Sullivan de 27 de diciembre de ese año resulta más enfático al referirse a “el derecho de nuestro destino manifiesto a poseer todo el continente americano que nos ha dado la Providencia [Dios] para desarrollar nuestro gran cometido de libertad y autogobierno.16

En el congreso de Panamá de 1826 en el que se reunieron los países americanos, el secretario de Estado norteamericano Henry Clay Frick (1849-1919) dejó claramente expuesta la posición de su gobierno: “Este país prefiere que Cuba y Puerto Rico continúen dependiendo de España. Este gobierno no desea ningún cambio político de la actual situación”.17 Se impuso así la llamada política del statu quo. Detrás de ello se escondía otra aviesa intención. Si bien ellos no estaban en condiciones de dominar Cuba, tampoco estaban dispuestos a aceptar que otra potencia europea, en particular la Gran Bretaña, lo hiciera. A su vez, pretendían fomentar una corriente anexionista dentro de la Isla que la declarase independiente primero y, después, pidiera la incorporación voluntaria a la Unión norteamericana, siguiendo el modelo exitoso de Texas.

Años después de estos acontecimientos, José Antonio Páez, el líder independentista venezolano, escribiría: “El gobierno de Washington —lo digo con pena— se opuso de todas veras a la independencia de Cuba, dando por razón, entre otras, una que debe servir siempre de enseñamiento a los hispano- americanos: que ‘ninguna potencia, ni aun la misma España, tiene en todos sentidos un interés de tanta entidad como los Estados Unidos en la suerte futura de Cuba’”.18 Para 1830 las posiciones de Estados Unidos estaban definidas. Cuba, necesariamente formaría parte de la unión norteamericana; el resto del continente sería su zona de dominio exclusivo, de la cual quedarían excluidas las potencias europeas. La Doctrina Monroe nació ante los temores norteamericanos de que Cuba, de un modo u otro escapara de su esfera de influencia.

En la lectura de la obras de Martí es donde se encuentra no solo el análisis profundo de la Doctrina Monroe sino sobre todo su espíritu y trascendencia. De igual forma, es la expresión del pensamiento culturalmente liberador de nuestros pueblos de América:

En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarles el poder –mero fortín de la Roma americana–, y si libres –y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora–, serían en el continente la garantía del equilibrio, de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del norte, que en el desarrollo de su territorio –por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles–, hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo […] Un error en Cuba es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos […] Es un mundo lo que estamos equilibrando no son solo dos islas las que vamos a libertar […] Un error en Cuba es un error en América es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos.19

En este año se conmemora el 200 aniversario de la primera conspiración independentista cubana, la de los Soles y Rayos de Bolívar; de igual forma se cumple el 200 aniversario de las formulaciones contra la independencia de Cuba conocidas como la de la “Fruta Madura” y de “América para los americanos”. Treinta años después de estos sucesos nacía José Martí. Sus análisis sobre el destino de Cuba y las doctrinas norteamericanas resultan de trascendencia suma para entender, en el escenario de hoy, los orígenes de lo más actual y decisivo, que condiciona el futuro de los pueblos del mundo. Cuba tuvo el privilegio de ser el espacio por donde se inició los primeros pasos de un imperio que hoy ejerce una hegemonía mundial; quizás por ello ha sido la más resistente a las pretensiones de ese imperio.

Proyecciones latinoamericanistas de Bolívar en la época de Monroe

Dr. Alberto Prieto Rozos

En 1810, el joven Simón Bolívar forjó sus preceptos ideológicos sobre el devenir de América Latina junto al experimentado Francisco de Miranda, en la logia Gran Reunión Americana que hacía una década éste fundara en Londres, con filiales en París, Madrid y Cádiz. En dicha organización política se divulgaba la concepción de que una América Latina independiente debería unirse en una Confederación republicana denominada Colombia, que abarcara desde México hasta el Cabo de Hornos, incluyendo a Cuba.

Un lustro más tarde, desplomada ya la Segunda República de Venezuela que presidiera, Bolívar –exiliado en Jamaica- retomó los postulados mirandinos en su famosa Carta de 1815, en la que escribió: ”Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres, y una religión, debería por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse”.

Después, con la colaboración del presidente haitiano Alexandre Petión, Bolívar erigió en Venezuela la Tercera República dispuesto a abolir la esclavitud e impulsar la integración latinoamericana. Así, luego de su extraordinario triunfo en Boyacá –agosto de 1819-, urgió al Congreso en Angostura a constituir la República de Colombia, integrada por neogranadinos y venezolanos. El segundo jalón integrador tuvo lugar en relación con Panamá, donde un Cabildo Abierto en la capital provincial rompió los vínculos con España en noviembre de 1821, y solicitó su incorporación a Colombia como departamento.

El tercer empeño no avanzó por los mismos derroteros; se trataba del antiguo territorio hispánico de Santo Domingo, que también proclamó su independencia en noviembre de 1821, y solicitó su incorporación a Colombia. Pero en enero de 1822 –ya fallecido Petión-, el tiránico gobernante haitiano Jean Pierre Boyer ordenó a sus tropas invadir el contiguo territorio dominicano y anexarlo. Se propinó así un rudo golpe a la perspectiva integradora bolivariana.

En octubre de 1820, se organizó en Guayaquil una Junta Independentista tras conocerse el arribo a las costas del Ancón del Ejército Libertador del Perú, al mando de José de San Martín. Este correntino de nacimiento, de estirpe y profesión militares, se había destacado durante la guerra contra la invasión napoleónica en España, donde ingresó en una filial de la mirandina Gran Reunión Americana. El destacado rioplatense había dispuesto que sus efectivos desembarcaran allí, con el propósito de interponerlos entre los dueños de las plantaciones esclavistas del litoral norteño del Océano Pacífico sudamericano y las tropas absolutistas que se encontraban más al sur.

Sin embargo la ofensiva de las tropas del colonialismo desde la septentrional sierra quiteña, puso en peligro a los independentistas guayaquileños. Estos solicitaron entonces la ayuda de Bolívar, que hacia allí despachó a su más brillante general, Antonio José de Sucre. En Huachi, no obstante, el joven venezolano sufrió la única derrota de su excepcional carrera como oficial, por lo que pidió socorro a San Martín, quien le envió un cuerpo de granaderos comandado por Andrés de Santa Cruz. Esa conjunción de fuerzas latinoamericanas derrotó a los colonialistas en la formidable batalla de Pichincha, permitiendo que a los cinco días –mayo 29 de 1822- toda la región de Quito fuese incorporada a la Colombia bolivariana.

Una semana después, el 6 de julio de 1822, Perú y Colombia firmaron el Tratado de Alianza y Confederación eternas, cuyo articulado planteaba acuerdos de complementación económica y el compromiso de incorporar a los demás Estados hispanoamericanos a una Liga de Unión Perpetua, que debería constituirse mediante una Asamblea General de Plenipotenciarios a celebrarse en el istmo de Panamá. El histórico acuerdo fue ratificado a los veinte días, cuando en Guayaquil se entrevistaron Simón Bolívar y José de San Martín. Ambos próceres se reunieron para dialogar sobre el futuro de la América meridional, dentro de cuya temática analizaron las perspectivas de la Federación creada casi tres semanas antes y la conveniencia de establecer su capital en Guayaquil. Se estudió la probable incorporación del Chile de O´Higgins a la alianza establecida, pues el presidente chileno se había forjado –en Londres- en la mirandina Gran Reunión Americana. Dicha alianza se hizo efectiva tres meses más tarde, cuando el 21 de octubre se firmó entre Chile y Colombia un tratado semejante al peruano-colombiano, que establecía la unión tanto en la paz como en la guerra.

En relación a México, Bolívar se inhibió de proponer un acuerdo similar, pues en ese país se había erigido un imperio encabezado por el conservador Agustín de Iturbide, pero al ser éste expulsado del poder, el Libertador firmó el 3 de octubre de 1823, un Convenio de Alianza y Confederación con la novel república presidida por Guadalupe Victoria –prestigioso ex-guerrillero y fundador de la logia Gran Legión del Águila Negra. Dicho tratado se diferenciaba en que su objetivo estratégico resultaba más amplio, pues México solicitaba establecer una liga militar para enfrentar el expansionismo estadounidense en su frontera de Texas. Además, ambos gobiernos coincidían en los propósitos de expulsar a España de sus dos últimas colonias en el continente; en Puerto Rico se producían sublevaciones de esclavos –Guayama (1816) y Bayamón (1821), mientras en Cuba se iniciaban conspiraciones independentistas como la denominada Soles y Rayos de Bolívar, que tenía vínculos con Colombia.

En Perú, una vez que San Martín –enfermo, vomitaba sangre- renunciara a los supremos mandos político y militar que detentaba, el Congreso solicitó a Bolívar su presencia en Lima con el objetivo de entregarle plenos poderes. Allá arribó el Libertador el primero de noviembre de 1823, y de inmediato dispuso el embargo de víveres y ganado, confiscó la plata de las iglesias, gravó con cuantiosos impuestos a los ricos, se vinculó con las montoneras o guerrillas populares, y emitió su famoso decreto del 8 de abril de 1824, para satisfacer las necesidades de los campesinos e incorporarlos al proceso revolucionario. Con ese nuevo apoyo Bolívar fortaleció sus tropas, lo que le permitió ganar la célebre batalla de Junín en agosto de 1824, combate en el que O´Higgins encabezó la caballería independentista, después de su expulsión del poder por los conservadores chilenos.

El 7 de diciembre de 1824, en su calidad de presidente del Perú, Simón Bolívar convocó a los gobiernos de Colombia, Chile, México, Río de la Plata y Centroamérica, a enviar sus delegados al istmo de Panamá para formar una Confederación. En su misiva escribió: “Diferir más tiempo la asamblea general de plenipotenciarios de las repúblicas que de hecho están ya confederadas, hasta que se verifique la accesión de las demás, sería privarnos de las ventajas que produciría aquella asamblea desde su instalación”.

Bolívar excluyó de participar en el cónclave anfictiónico a sólo dos Estados latinoamericanos. Haití, a causa del anexionismo practicado por Boyer contra los independentistas domini

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